20070505

PRIMULA VERIS


Subir hasta la Residencia de Estudiantes en estos días se llena de sugerencias y evocaciones. Los castaños de la Escuela de Ingenieros Industriales, con verdor de frescura primaveral, se mueven con la brisa apurando la bonanza de estos días de suave clima. Son conscientes de lo poco que duran y aprovechan lo que pueden. En el césped, tendidos o sentados, unos cuantos jóvenes hacen lo mismo. Abajo, en la Castellana, zumban los ruidos de siempre atemperados por la clemencia que nos anima. Rodeo la Escuela y al llegar al camino de entrada a la Residencia vuelvo a agradecer el perfume de las aromáticas que plantaron allí. Dos gorriones se esconden entre ellas y, a lo lejos, se oyen platicar a mirlos lejanos. No es muy distinto al oficio de marujillas volviendo del mercado. El sol calienta lo que puede y le dejan las escasas nubes que se cruzan de vez en cuando.
No estoy para muchos trotes, cuando jadeo por la subida. Los pulsos se me amontonan como si de un pequeño susto se tratara y, por ello, siento mucho más intensamente el olor de unos cantuesos que bordean la subida. Pienso en mi tierra, y sin poder evitarlo me va subiendo la amargura de los últimos berrinches: política y trabajo se agavillaron contra mí haciendo estéril mi, (en estos tiempos), torticero sentido de la responsabilidad personal. Sigo pensando, sintiendo, acusando el interés público, de manera, que los derrames que se hacen de él con los recursos naturales, (el agua y el medio ambiente en general) se me agarran a mi interior dejándome el ánimo maltrecho. Los que se empeñan en este derrame, que va mermando hasta la ruina, no solo están satisfechos con su pieza cobrada, sino que hacen ostentación. Quién sabe si con ello completan la simulación. Parece como si volviera el antiguo debate jurídico entre el ser y el deber ser que Kelsen quiso resolver.
Las margaritas recién salidas en los parterres son un ejemplo de cómo en el medio urbano pueden sobrevivir los seres vivos como si fueran testigos invencibles de la naturaleza que acaba venciendo. Como las lechitiernas que terminan asomando por las rendijas del asfalto en la calle.
El desarrollo sostenible no ha dejado de ser una entelequia, una utopía, que ni siquiera sirve como punto de fuga para dibujar los objetivos de futuro. No existe desarrollo, puesto que éste es de consuno con la conservación de los recursos naturales. Lo que hoy se llama desarrollo, no es más que crecimiento que no respeta esos recursos. Cuando se excusan diciendo que se deben respetar las rentas de los afectados, quien lo dice ignora, o lo que es peor, desprecia, una verdad: sin recursos naturales es inviable el crecimiento. Y crecer a toda costa solo consigue una derrota a plazo fijo: el hundimiento de la sociedad por falta de recursos.
Los grillos se han adelantado este año y ya cantan al atardecer. Un año húmedo después de dos de fuerte sequía apresura la naturaleza. Las elecciones enseñan las miradas de vidrio de candidatos y cantidatas que sonríen sin parar. Hay sonrisas que me hielan el ánimo. Como un cuento de miedo, vamos.