20140928

LA ABUELA


Volvía Jaime  a su pueblo y próximo a llegar empezó a sentir que la tranquilidad con que presuponía se lo iba a tomar, que aparentemente creía tener, desaparecía; viejas sensaciones empezaban a despertarse. Casi no reconocía el camino de vuelta. Hizo bien de dejar el coche en Madrid y volver en autobús; si lo hubiera hecho, a lo peor se habría perdido; pensó que así volvería a recordar sus años de estudiante cuando iba y venía en él algunos fines de semana, pero... había cambiado todo: se encontró cambiado el pueblo, cambiada la carretera comarcal, cambiados los árboles, unos crecidos otros desaparecidos, y cambiado el campo, antes despoblado y ahora veía algún chalet de vez en cuando. Así lo vio cuando pasaba por el barrio de poniente, nada más hacer el autobús el desvío de la carretera, para tomar la ruta del centro. Se alegró que, a menos, la llegada fuera como antaño, en la Plaza. No le esperaba nadie, pese a que la familia sabía que llegaba a las dos. Se puso en marcha hacia la casa familiar. Iba llegando cuando se abrió la puerta de la casa y su madre salió andando deprisa, sonriendo, sujetándose la falda, casi corriendo y él se puso a correr hacia ella. En un abrazo cerraron quince años de ausencia. Se besaron, se volvieron a besar, le achuchó, le tocaba la cara, como si quisiera comprobar que era de verdad y agarrados entraron en la casa. - ¡Madre, mira quien está aquí! – Gritó.  Un brisa llegó hasta ellos, sabía Jaime que alguien había abierto la puerta de la cocina que da al patio. Por la puerta de la cocina apareció la abuela. – Mi niño…mi niño, ¡rediez!, ¡mi niño!, decía con las lágrimas en los ojos. Pasaron a la galería cubierta que se abría hacia el patio, con los crocus abiertos, los nardos, que en la galería creían primavera, perfumando toda la estancia. Se sentaron. Más tranquila, la abuela Dolores le cogió la mano y le preguntó: - ¿Estas bien rico mío? Sabes que soy muy feliz de tenerte con nosotros pero tu ya tienes tu vida hecha en Copenhague, ¿hay algún problema? – No abuela, ninguno, Anika y los chicos están bien y vendrán pronto. No creo que tarde mucho eso, en una semana o dos, a lo más tardar, los tenéis aquí. – Bueno hijo, te dejo con tu madre que tengo que ir a un sitio donde no puede ir nadie más que yo, ya sabes… -Vale abuela hasta ahora.
Se fue la abuela, con su bastón de bambú, que no parecía necesitar. Se quedaron madre e hijo y empezaron a atropellarse con la cantidad de preguntas que se le agolpaban a los dos, pero tranquilos; nunca habían estado más tranquilos en quince años. – Oye mamá, la abuela cuantos años tiene, he perdido la cuenta…- Noventa y ocho y esta fenomenal para su edad. La cabeza le funciona muy bien. Ojalá que nos dure algunos años más. Es aparentemente muy delicada y frágil pero siempre ha sido fuerte por dentro. Ha sido mi fuerza durante toda la vida, tiene genio pero es muy buena, ya sabes, y la quiero con locura. Jamás me ha dado la mínima lata; es lista la jodía y cuando tiene algún problema físico o de ánimo, lo disimula hasta que terminamos por enterarnos, pero nunca da la lata. – Yo también quiero mucho a la abuela mamá- dijo él-, y créeme, hasta que pudimos salir adelante con nuestra economía familiar, ella siempre me mandaba dinero para aguantar el golpe (no se de donde lo podía sacar); la sentía cerca. Me dolía no poder venir a veros; lo que más. Pero bueno, eso ya pasó ahora estamos bien y las cosas van a cambiar. Veréis como os van a gustar Anika y los chicos. – - Oye Jaime, el niño, Jarl, ¿que hace ahora?  Me dijiste que terminó sus estudios.  –Trabaja, mamá, trabaja en un estudio de arquitectura, lleva la trascripción de los proyectos en los programas informáticos. Ahora ya estamos todos con trabajo y nos va bien.
Estaban con sus cosas madre e hijo y, sin darse cuenta, apareció en silencio la abuela, les puso una mano a cada uno encima del hombro, y sin sentarse junto a ellos, con la luz cálida de septiembre iluminando su cara, que guardaba bastante de la hermosura que tuvo en su juventud, sonriendo que aun la hacia más hermosa, al callarse ellos, al sentir su mano, les dijo: - no os interrumpo pero quiero daros a los dos lo que estuve guardando durante toda mi vida: esta caja y lo que contiene. La caja era de madera fina y levantado el pequeño cierre de latón, la abrió y en ella había una antigua medalla, una tarjeta de visita y dos alianzas de oro. – La medalla es la de la Legión de Honor de la República Francesa, después de la segunda gran guerra, de tu padre,-tu abuelo, Jaime. – Mamá, ¿papá, cuando estuvisteis en Francia, estuvo en la Resistencia? No lo sabía, jopee. – Bueno algún día te lo explico. Ahora  no.  Las alianzas son: la mía y la suya. Y la tarjeta de visita es la de un abogado al que tenéis que llamar a su despacho, cuando yo la casque, él tiene ordenadas todas mis cosas. - ¿Pero qué cosas mamá? – Mis cosas. Ya os enterareis cuando la casque. Pero como no es gran cosa, dejémoslo para entonces.  Así me quedo ya tranquila. Si no te he dado esto antes es porque quería hacerlo con mi nieto al lado. – Vale mamá, así será, pero ahora no hables de cascar, que no hay porqué, estas muy bien y tenemos que hacer aun muchas cosas.
A las tres semanas estaban ya con ellos su mujer, Anika, y los hijos;  llegó un día Jaime a casa de su madre con la escritura de la casa en la costa debajo del brazo.  Al abrir la puerta le recibió ella con la cara llena de tristeza. La abuela estaba mal, había venido el médico y dijo que no era necesario trasladarla al hospital, estaría mejor en casa. Le quedaban horas. Como así fue. A los tres días siguientes, por encargo de su madre, se fue Jaime a ver al abogado, que le acompañó hasta la casa de su madre. Allí les dijo que su padre, le había dejado a la abuela un fondo con el que había estado viviendo durante los años en que había estado viuda. La pensión que tenia de viudedad era muy pequeña. Luego explicó que él tenía cuatro manuscritos, hechos a máquina, de libros de su abuela que habría escrito durante muchos años. Uno de ellos de de memorias de sus años en la Resistencia en Francia. Porque fue ella la que estuvo allí y no el abuelo. La medalla era de su abuelo porque fue un regalo que le hizo ella al casarse. Las cantidades que le concedió la Republica Francesa las había donado a un orfanato de allí de hijos de victimas de la guerra. Y los otros tres eran novelas. Todas ellas publicadas, y con gran tirada, hacía años en Francia bajo el seudónimo del alias que tenía en la Resistencia  Marien la Rouge. Los derechos de autor estaban en una cuenta con el encargo de dárselos a su nieto. La madre, miró a su hijo y dijo: -¿Te figuras a la abuela pegando tiros y poniendo bombas, matando alemanes?.. yo no; ¡pero si no ha matado una mosca jamás!

 Mujer de carácter y sencilla, nunca habló de sus cosas.
(Publicado en el periódico, La Tribuna de Ciudad Real el 27 de septiembre de 2014).

20140922

LA MANO INVISIBLE


Urbicain. Domingo 14 de febrero de 1988.

El lunes 11 de enero, me llamaron a casa desde la Universidad de Coventry; era Franklin Freeman, el titular de la cátedra de Psicología, que trabajaba en un dossier de parapsicología; me dijo que precisaban mi ayuda para hacer una investigación en la calle de Toledo en Madrid, en el lugar donde estuvo el domicilio y murió un embajador español en Londres. No sabían el lugar concreto donde estuvo la casa del embajador, ni estaban seguros de quien se trataba, y habiéndole  hablado de mi, los compañeros ingleses de arqueología, interesaban que les visitara. Franklin tenía un buen castellano y no fue en absoluto difícil entenderse con él, en otro caso habríamos tenido problemas, puesto que yo no estoy muy puesto en el ingles técnico, solo en el coloquial. El asunto provenía de la experiencia de una médium con la que estaban trabajando en un proyecto de parapsicología, y en la que, al parecer, habían obtenido un corto texto de escritura automática dictada por aquel embajador. Me envió el billete de avión y el miércoles siguiente estaba en Coventry en el despacho de Franklin. – Bueno Alberto, te explico en resumen lo que hay en marcha, -dijo sin mas preámbulos: hemos estado trabajando con una médium, Angie MacAdams, que nos dio aviso pues estaba recibiendo información, en estado alfa de vigilia, ya sabes, este tiempo intermedio entre la vigilia y el sueño, que se materializaba en escritura automática, que como sabes es la que dicta un ente, posiblemente persona fallecida, dirigiendo la mano de la médium. Si, veo por tu cara que te suena algo extraño, pero, créeme, la hemos sometido a varios controles y efectivamente estaba el ese estado, prácticamente inconsciente y solo se apreciaban algunos pequeños impulsos en su cuerpo, y la mano izquierda (es zurda) totalmente quieta y con la derecha, que conscientemente no sabe escribir con ella, y sin embargo escribía con esa mano, con soltura, en lo que hemos comprobado era castellano de la época. El ente se identificaba como caballero al servicio del Emperador y embajador en la corte de Enrique. Al iniciar el texto lo fechaba en el día cuatro del Señor del mes de mayo. Como es natural esta fecha hay que tomarla con el calendario Juliano, puesto que desde 1583 aplicamos el Gregoriano. Pues bien, el texto decía después: …Retornado en mis aposentos, en la Villa de Madrid,  en la calle de Toledo, quebrado por los años, en soledad tomo el manuscrito como propio, pues de mi mano salió… Luego en otra sesión escribió: …el señor mi amo, puestas las manos al cielo y los ojos que casi nada se le parecía sino un poco de blanco, comienza una oración no menos larga que devota, con la cual hizo llorar a toda la gente como suelen hazer en los sermones de Pasión, de predicador y auditorio devoto, suplicando a Nuestro Señor, pues no quería la muerte del pecador, sino su vida y arrepentimiento… Y eso es lo que tenemos. – Pues no es mucho para la averiguación, tanto del embajador como del lugar en la calle de Toledo donde debió tener su casa, pero vamos a trabajar en ello, pero del texto que me has leído, se puede llegar a la conclusión de que podía ser un alto personaje del siglo XVI, puesto que si estaba al servicio del Emperador, podía estar refiriéndose a  Carlos I o a Felipe II de España y habrá que deducir cuales de los embajadores de España en Inglaterra podían encajar en los demás datos que sabemos. Así pues, dame una copia de el texto de lo escrito por la médium y ya te diré que es lo que saco de las investigaciones que hago, tanto con la Universidad Complutense, en su Cátedra de Historia, como en el archivo del Ayuntamiento de Madrid, en el que he de ver qué inmuebles del siglo XVI había en la calle de Toledo y quien podía ser dueño de alguno de ellos, y que fuera persona destacada. Me despedí de Freeman y, de vuelta a Madrid, hice mis indagaciones. El embajador de España en Inglaterra en aquellas fechas, y tenía que ser la del emperador Carlos I, que coincidió con el principio del reinado de Enrique VIII de Inglaterra, de entre los veinte que tuvo en aquellos años, era posiblemente don Diego Hurtado de Mendoza, hijo del conde de Tendilla y nacido en Granada. Hombre muy culto y de gran formación tanto militar como política. Fue embajador en Londres entre 1537 y 1539. Y digo esto porque en los archivos del municipio, se localizó la casa donde murió don Diego en 1575, por efecto de una pierna gangrenada en su casa de la calle de Toledo. Respecto a el texto segundo que escribió la médium, se hizo especialmente difícil su identificación y a que se podía refererir, por lo que tuve que pedir ayuda al titular de la cátedra de Historia de la Complutense, que, muy interesado por la historia estuvo indagando en los archivos del Escorial donde había numerosa documentación de la época, sin excluir la de los que se referían a los que tuvieron que tener relación con don Diego en sus últimos años de vida. Así pues se llegó hasta localizar en el Archivo Histórico de Protocolos y el Histórico Nacional, documentación de Juan López de Velasco que intervino en la Corte de Felipe II y se le encargó de la administración de la hacienda de don Diego Hurtado. Es sabido que el rey quería tener la biblioteca de don Diego; por eso y quizá por alguna cuestión de celos, le tuvo desterrado en la guerra de las Alpujarras. Pues bien, López de Velasco tuvo en su mano la publicación y “corrección” (la adaptación para pasar el filtro de la Inquisición) del Lazarillo de Tormes; y él tenía entre los papeles de Hurtado de Mendoza el manuscrito del Lazarillo. Estuve buscando entre mis libros el texto del original libro, presuntamente de autor anónimo, y en unos de sus capítulos encontré integro el texto que comienza: … el señor mi amo, puestas las manos al cielo… Así escribí con mis conclusiones que confirmaban el nombre del embajador y la relación con el fragmento del Lazarillo de Tormes a Franklin Freeman, rogándole que comprobara si la médium conocía el lazarillo de Tormes y si lo había leído. Contestó, agradecido, asombrado y muy contento de las coincidencias, y me seguró que la médium no tenía ni la mas remota idea que era el Lazarillo de Tormes y al decirle que era un libro, mucho menos haberlo leído. Asi pues, pudiéramos tener un indicio de quien fue el autor de tan ilustre obra.

(En este año de 2014, la  paleógrafa Mercedes Agulló (Madrid, 1925) ha hecho un studio muy fundamentado sobre esta autoría, en la que se basa esta ficción).
(Publicado este relato en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 20 de septiembre de 2014).

20140918

LAS UVAS DE LA MUERTE


El sábado 29 de agosto de 1609  llegaba al pueblo de Malagón la galera de unos arrieros que venía desde la Villa de Madrid. La conducía el mayor de ellos Isidoro,  de cincuenta y ocho años, marcado por las enormes arrugas de su piel quemada por el sol. Los caballos y mulas tiraban con alguna dificultad, se notaba que la carga era pesada. Sobre unos sacos de arroz iba echado el mozo, adormilado. Otro arriero, Damián, que iba sentado en el pescante al lado de Isidoro volvió la cabeza y le dio una voz: - Tuuu, borregooo, ¿vas a estar durmiendo todo el díaaa? El chico se incorporó y estiró los brazos durante un rato. Luego, más espabilado contestó: - ¿Se puede saber para que me despiertas, acaso hemos llegado? Yo no lo veo por ninguna parte, este pueblo no es al que vamos así que ¿para que me despiertas? – No si todavía no te has despertado, ¿no te enteras que esta ya anocheciendo? Vamos a hacer noche aquí. En cuanto que lleguemos a la posada, podrás dormir todo lo que quieras, borrego.
Después de callejear, finalmente llegaron, como dijo, a una posada, entrando por la portada, dejando la galera al final del gran patio anejo al corral donde había huerta, gallinas, unas jaulas de conejos y zahúrdas con dos cerdos. Cerraron con cuerdas y una lona la galera y su carga y se fueron hasta el figón donde habían de cenar, luego de acordar los gastos con el posadero. Les sirvieron una fuente grande con Duelos y quebrantos y otra pequeña con morteruelo. Acabaron con un cantero grande de pan que les habían dado a cada uno, partiendo otro pan grande que cogieron con toda naturalidad, como si fuese lo suyo el comer más de uno. Era tal el hambre que traían que ni el viejo ni el joven titubearon ni un momento en comerse todo lo que se iba presentando. Mientras comía, Isidoro le preguntó al chico: - Paco, me dijiste que habías trabajado de aprendiz de mancebo en Aranjuez en una botica; cuéntame: ¿es difícil aprender todo eso de las hierbas y de jarabes y ungüentos? – Bueno –contestó el mozo- al principio si; tienes que hacerlo poco a poco y estar todo un año preguntando y viendo como son en las jarras y frascos que contienen las boticas, pero cuando has limpiado todo el local, dos veces a la semana, terminas por saber donde esta cada cosa y, finalmente, para que sirve. Otra cosa son las proporciones, que eso, normalmente solo lo sabe el boticario. – Debe ser curioso aprender tanto remedio. En fin. Tiene que haber gente para todo.
Terminada la cena, Isidoro mandó a Paco hasta la galera a coger una frasca de uvas negras, de pura cepa garnacha, metidas en vino que llevaban para el viaje, para el postre. El mozo, con celeridad la trajo hasta la mesa.  Estaban entretenidos tomado las uvas, que como es habitual en los que tienen ganas las tomaban de dos en dos, cuando se presentó en el figón un hombre mal encarado, sobrero negro y capa de igual color que mas parecía cuervo que viajero, portando un mosquete. Les miró con detenimiento y se sentó en una mesa cercana, de forma que habrían de hablar muy bajo si querían que el forastero no les oyera su conversación.
Para estar seguros de su reserva hablaban poco y en voz baja. Pero cambiaron de conversación  sin ni siquiera acordarlo, pues el recién llegado les daba mala espina. Llamaron al posadero para que les trajera otra jarra de vino con algunos melocotones, y cuando este les llevó la jarra Isidoro le preguntó- Oiga, ¿conoce usted a ese hombre que acaba de llegar? – No, no le conozco, pero no me extrañaría que fuera el mandadero del señor Duque del que hablan, que va de negro y tiene muy mal comportar. A más de uno le ha arruinado la vida, y no se cual es el favor que le hace al Duque pues todos sus desmanes se los consiente y tapa. Pero si es él, más vale que callemos no vaya a ser que se entere que le estamos mentando y la caguemos. – Así será, posadero, por nuestra parte: punto en boca. Se acostaron temprano en una de las alcobas de arriba cuidando Isidoro de que fuera una desde la que se viera el patio desde la ventana, por así guardar mejor a la galera, no fuera que se vieran sorprendidos por robo. A la mañana siguiente, bien temprano y luego de almorzar fuerte, tomaron el camino de Carrión para poder pasar el río por el molino que daba paso bajo el Castillo de Calatrava. Al llegar a las cercanías del Guadiana, el mozo dio una voz y dijo que pararan, había visto hierbas medicinales que quería coger. Estuvo un buen rato recogiendo hierbas y bayas y guardándolas en unas frascas que guardaba en un saquillo de loneta. Damián, le dijo algo molesto:- Pero bueno tú, ¿es que vamos a perder el tiempo con tus yerbajos? ¿Qué vamos a sacar con ello? ¿Acaso nos van a dar de comer? – No se a ti, Damián- le contestó Paco- pero a mi desde luego porque debes saber que estos “yerbajos” que tu llamas luego las he de vender a boticas y me sacaré buen dinero con ello; ten en cuenta que no en toda tierra se dan y sin embargo en toda tierra se necesitan, para remedio de los males. – Bueno está bien, date prisa y recógelas que se nos va a hacer tarde.
Legua y media después, en un recodo del camino, bajo unos álamos negros, se toparon con el viajero que vieron en la posada, que les esperaba, y dándoles el alto les increpó: - ¡Alto arrieros! por encargo del señor Duque, y viendo que no pagasteis cargo alguno por pasar por sus tierras, dadme todas las monedas que llevéis, y que no sean menos de cien maravedíes, pues en caso contrario me daréis lo que falte en especie. Los tres, obedeciendo más al mosquete que les apuntaba que al forajido que hablaba, sacaron las monedas que llevaban y que dieron suficiente para satisfacer lo que reclamaba. Cogiendo la bolsa con el dinero, se dirigió al mozo y le espetó apretando los dientes: -y ahora me das la frasca de las uvas en vino que os vi guardar que me darán gusto en el viaje. Paco, entró bajo la lona de la galera y tras un momento de rebuscar salió con la frasca y se la dio. Marcharon  con todo lo ligero que dieron a los caballos y en algo más de media hora ya se sentían tranquilos.

Al llegar a Ciudad Real, entregaron sus mercancías, recogieron sus ganancias, y el mozo pudo vender sus hierbas y bayas; conseguido todo, se plantearon volver a la Villa de Madrid para traer más mercancía. Estaban los tres haciendo cuentas, cuando observaron los otros dos que el viejo, Isidoro, no hacía más que restregarse la frente, llena de sudor, con su pañuelo, como si estuviera muy preocupado. – ¿Qué te pasa Isidoro? – Le preguntó Damián. – Pues mira- contestó – Es que no hago más que cavilar que el viaje nos dio buen fin pero nos podemos encontrar otra vez con el hombre del mosquete, ya sabéis, el de la capa negra, y nos deje sin blanca y quien sabe si algo peor.- No te preocupes compadre,- Dijo Paco, ¿os acordáis de la frasca de uvas que se llevó? Pues le metí en la frasca, de las que recogí en el camino, unas cuantas bayas de las que llaman la belladonna, que son negras y al parecer dulces, pero muy venenosas si no se toman con la medida propia; así que ahora debe estar el ladrón en algún camino, más seco que un bacalao. Se miraron los dos arrieros  y luego, rompieron a reír  y sentenció Isidoro, quien mal anda… mal acaba. 
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 13 de septiembre de 2014)

20140907

LA EXPEDICIÓN


No lo recuerdo bien hijo, ¿pero… parece que fue ayer cuando subí con los compañeros en la expedición al Everest? No, no digas nada, se que no estoy en buenas condiciones pero tengo ganas de contártelo si  tienes tiempo.
 –Claro padre, claro que tengo tiempo, voy a estar contigo toda la noche  aquí en el hospital y posiblemente algunos días mas, así que si es tu gusto, cuéntalo. Pero si te fatigas, déjalo para después ¿vale? Ya sabes que no estas muy bien. - De acuerdo. Mira, he quedado muy quebrantado con las heridas que me hice, pero me estoy recuperando muy bien, solo que los pulmones marchan regular ¿sabes? Te cuento: Creo que fue el jueves 26 de marzo cuando llegamos a Katmandu. Veníamos desde la India viajando en tren. Allí en la capital del Nepal, a la montaña los nepalíes le llaman Chomo Lungma,  que quiere decir Diosa madre de las nieves; el nombre de Everest se los pusimos los británicos en honor de John Everest, geometra y coronel, quien supo calcular su altura: 8.848 metros. En la expedición íbamos, Edmund Hillary, Charles Evans, George Lowe, Wilfrid Noyce, George Band, Tom Bourdillon, Charles Wyllie, Michel Westmacott, Alfred Gregory y yo que me uní a ellos para contarlo. Como referente teníamos la experiencia de la expedición suiza que el año anterior se quedó a doscientos metros de conseguir llegar a la cumbre. Cuando estás en esas alturas y con las enormes moles de hielo y roca que te rodean, un metro es una distancia que hay que tomarla con mucho cuidado…
Mientras esto decía mi padre, llegó el médico para su visita diaria y había estado en la puerta un momento escuchando el relato suyo con cara de asombro. Le hizo la observación diaria y se despidió, no sin antes despedirse de mi padre con cara de admiración.
Nada más irse el médico, mi padre, que para eso si le prestaba la memoria, reanudó su relato en el punto que lo dejó: - Los sherpas que nos acompañaban no eran los 14 de la expedición suiza, sino muchos más: 400 porteadores y 30 sherpas. Estos, son de allí y grandes montañeros del Nepal. El equipamiento era bastante completo. La decisión de afrontar el desafío vino como consecuencia del reconocimiento que hizo de la vertiente sur Eric Shipton, el más grande explorador de la montaña. El campamento base lo pusimos en el glaciar Khumbu, a 5.364 metros. El viento y la nieve, que se presenta en cualquier momento y hace de cualquier movimiento un hecho heroico. El glaciar no hace más que hablar y roncar, de los grandes bloques de hielo, como un edifico de cinco plantas, al quebrarse hacen parecer que la tierra entera se esta rompiendo, enormes grietas aparecen donde antes solo había hielo macizo. Impresiona oírlo la primera vez, luego te vas acostumbrando (o eso creemos), pero detrás de una rotura puede estar la tragedia. Todos llevábamos equipamiento, escaladores y sherpas incluidos: equipos de oxígeno, material de escalada y víveres. El 21 de mayo, el callado Hillary y el sherpa Tensing, seguidos de Wyle y catorce sherpas, alcanzaron el collado sur, donde tres días más tarde llegaron Bourdillon y Evans, que formaban el primer grupo de subida a la cumbre. Tuvo que volver este grupo a cien metros de la cumbre por el empeoramiento del tiempo, su agotamiento y el oxigeno escaso. De vez en cuando aparecían nubes densas sin avisar y la amenazante sombra negra de los monzones se nos podía venir encima. Pero no, solo eran nubes. Al collado sur llegaban los sherpas en mejores condiciones que nosotros, ellos viven en la montaña, han nacido allí y la carencia de oxigeno no les afecta tanto como a nosotros. El 22 de mayo los porteadores alcanzaron el collado, azotado por un viento duro, frío y hacía todavía más inhóspito aquel lugar desolado. Había restos del campamento suizo que el año anterior había estado allí. El viento levanta el polvo de nieve y lo lanza cuesta arriba como si quisiera deshacer la montaña. El equipo de oxigeno que se experimentaba, en circuito cerrado que tornaba en oxigeno la respiración, pudo ser una ventaja adicional en algunos momentos. Después de la bajada del primer intento con el grupo de Tom Bourdillon, cuando el siguiente grupo iba a partir, a Hillary se le congelaron las botas y hubo que descongelarlas, Tensing fue mas listo; durmió con ellas puestas. Eso retraso la partida. El 28 de mayo, Hillary iba delante cavando escalones en el hielo y sujetando la cuerda de seguridad, lo que hacía bien y con detenimiento, eso me contó Tensing; hacerlo con prisa puede costar una caída de más de 3000 metros, y la muerte segura. A las doce ya se les veía desde abajo y estaba encarando la cumbre, hicieron noche en la tienda y a la mañana siguiente hacía buen tiempo. En la última cresta tuvieron que ser muy precavidos; pero no todo era malo: en el camino encontraron bombonas de oxígeno del equipo de Bourbillon que aun tenían carga, era una ayuda adicional. Fue Hillary el que vio una hendidura que hacía menos peligroso, sin dejar de serlo, el último obstáculo para llegar hasta la cumbre. Los diez kilos de equipo que llevaban a las costillas, y a casi 9.000 metros de altitud, hacía muy complicado subir. Los grampones con sus pinchos, clavados en el hielo, les daban seguridad; fueron de gran ayuda para los pies y agarrarse en la nieve de la hendidura. Con una mano clavaban el piolet en la pared para sujetarse. Una vez arriba, Hillary le echo la cuerda a Tensing para subirlo. Ese paso por la hendidura, desde entonces se le llama el Paso Hillary. Finalmente la montaña se hizo menos empinada y se dieron cuenta que estaba a mano. A las 11.30 llegaron a la cima. Los dos, Hillary y Tensing. Luego la política y la prensa especularían sobre quien habría llegado primero a la cumbre. Desde allí veían la redondez de la tierra, allí si estaba el mundo a sus pies. Se estrecharon la mano y se dieron un gran abrazo. Los dos habían llegado por primera vez a la cumbre del Everest.

Cuando llegó a este punto, mi padre estaba llorando de emoción. Siempre lo hace cuando lo cuenta. Fui al cuarto de control para pedirles agua a las enfermeras y allí estaba el medico que visitaba a mi padre. Al verme se me acercó y preguntó: - El relato de la expedición que cuenta su padre, ¿fue hace mucho tiempo? – Sí, la expedición que cuenta mi padre fue en 1953: la primera ascensión al Everest, pero no todo es cierto. Mi padre desde hace algun tiempo, desde que la cabeza se le va de vez en cuando, cree que él estuvo allí, pero no es así, él solo ha subido, porque es muy montañero, varias veces a La Pedriza, en la sierra de Madrid, pero siempre tuvo pasión por el montañismo y es un experto en la expedición del Everest, se la estudió muy bien, ha terminado creyendo que él estuvo allí. Pero no se preocupe, él es feliz con eso, y yo le dejo que lo cuente como y cuando quiera.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 6 de septiembre de 2014).

EL BAÑO DE AQUILES


Urbicain. 6 de mayo, martes, de 1986. Longinos Gabbiani, mi cordial amigo del Antico Forno Antonino, cerca del Palazzo de Capodimonte, en Nápoles, me escribió ayer y me daba la buena noticia de un posible yacimiento romano cerca de su finca en Avellino. Había avisado a las autoridades y lo desecharon por creer que estaba ya expoliado desde el principio del siglo. Longinos pensaba que aún podía tener grandes cosas. Arquitecto, aunque no ejercía desde que se encargó del restaurante familiar, sabía que las estructuras encontradas eran importantes. Le llamé por teléfono y mostró mucho interés en que fuera con él. Me lo pidió por favor, pero el favor me lo hacía a mí. Una nueva aventura profesional que me interesó mucho. Pasar unos días con él allí me vendría bien. Según me había descrito él, los arqueólogos del museo para la estratigrafía arqueológica empelaron la Matriz Harris, que es  una base de trabajo bastante buena y solo podría faltar completar la dimensión temporal. Decía tratarse de una domus romana (casa particular); la Administración creía que no eran de gente principal y él,  si creía en la importancia de los que la habitaron.
Me despedí de la familia y saqué el billete del avión; el jueves, con mis cosas de trabajo me fui a Nápoles. Aterricé en el Aeropuerto de Nápoles-Capodichino, y allí estaba esperando Longinos que, como siempre, me dio un abrazo que casi me deja sin respiración, además de dos besos. Me llevó hasta su restaurante a comer, con un vinillo Asprinio di Aversa que lo acompañamos con marisco recién cogido del mar, comimos como dos reyes aqueos. En el yacimiento, según me dijo, habrían encontrado diversos objetos, que estaban en el museo, piezas pequeñas de ajuar domestico, restos de loza griega, vasijas decoradas con motivos geométricos y otras con plantas. – Ese puede ser un buen síntoma. -Le dije. Pero no avancemos teorías, veremos el terreno.
Al día siguiente, en el Museo Nacional, viendo las piezas.  Hablamos con los profesores que habían trabajado allí, mostrándose afables porque me reconocieron por mi trabajo en Egipto. Me dijeron que no había inconveniente en que hiciéramos lo que estimáramos conveniente pero que, en todo caso le informáramos de los resultados y que lo extraído iría al Museo Nacional de Nápoles. Aceptamos, como era de razón y deseo de Longinos desde el principio. Mi amigo me hizo un guiño con los ojos y nos fuimos enseguida. Al salir dijo: - E llevace 'o mmale 'a tuorno Dio, que al parecer quería decir en su dialecto napolitano, ¡mas libranos del mal Dios! (no se si lo transcribo bien). Cuando me lo tradujo, estuve riendo un rato y a él se le pasó el cabreo que tenia con ellos y se rió conmigo. Volvimos a su restaurante, donde nos esperaba un pescado a la plancha muy apetitoso; se sinceró conmigo: - Alberto, te voy a confesar una cosa que es la que me mueve con tanta prisa a que trabajemos en el yacimiento de casa: hace dos meses tuve una visión, cuando estaba dando un paseo por allí vi, como un flash, una enorme copa con decoraciones de lo que parecía dibujos de la antigua Grecia que  se me apareció en la cabeza con gran claridad, incluso en color. El dibujo representaba a una mujer salvando a un niño de caer al mar. Dirás que estoy un poco loco, pero esa visión la he vuelto a ver en sueños varias veces y en todas la veía al final en mis manos con gente que decía que era de gran importancia. ¿Qué piensas? – Bueno qué quieres que te diga, eso desde el punto de vista científico no es prueba de gran cosa, si queremos hacer algún trabajo allí debemos documentarnos antes sobre la historia de esta parte de Nápoles y más concretamente de esta población cercana: Avellino. Según he leído, el núcleo original de la ciudad, Abellinum, empezó a formarse en la colina de la Civita, territorio de hoy Atripalda cerca de 4 km del centro de Avellino ahora. Con lo que estaríamos en el mismo núcleo de población de la ciudad antigua, centro pre-romano, presumiblemente de origen etrusco-campaña y de lengua osca, citada desde el sigo IV. Según investigaciones recientes, la antigua ciudad era territorio de los Sabatinos, pueblo documentado por Tito Livio. No se debe excluir que tal centro tenia el nombre de Velecha, certificado de numerosas monedas atribuidas a el área de Campaña. Fue conquistada por los romanos en el año 293 a.C, cambio de nombre varias veces; en el siguiente orden: Veneria, Livia, Augusta, Alexandriana y Abellinum). Pero claro, esto lo sabes tu mejor que yo, pues me consta que estas muy bien documentado. En esta zona había bastante comercio con Grecia, incluso desde el siglo V antes de Cristo, por lo que no es extraño que en tu visión traigas esa imagen. Lo que hace falta saber si esa visión es espontánea o esta inducida por algo que hayas podido leer o ver. Pero bueno, no especulemos más, mañana sin mas pérdida empezamos a trabajar, si están dispuestas las personas que van a venir a ayudar en los trabajos de campo. – Bien, creo que estas muy centrado y lo que dice es razonable. Mañana empezamos, no te preocupes, estarán; ahora tómate tu café tranquilo y esta tarde nos damos una vuelta por allí y te explico donde vi esa especie de visión.
Efectivamente, fuimos allí y se fue directo a una parte de la excavación donde había unos muros de lo que fue vivienda y posiblemente una estancia aneja a las cocinas. Se paró entre los muros de una habitación menor y dijo firmemente: -Aquí.

Los siguientes días trabajamos de manera ordenada reconociendo el carácter de la vivienda y llegamos a la conclusión de que era una casa aislada de la población, de grandes dimensiones, prerromana pero adaptada por los romanos y con restos de las tesellas de mosaicos que habrían desaparecido. Por complacer a mi amigo Longinos nos centramos en la habitación pequeña cercana a las cocinas, y al cuarto día, a las nueve y media de la mañana, uno de los que levantaban lo sedimentos dio una voz: - Professore! veloce, qui. Guarda, c'è una parte di una bella ceramica! Llegué hasta él y, efectivamente, asomaba entre los sedimentos el asa de una vasija de cerámica decorada, parecía griega. Muy despacio, con las brochas y los pinceles fuimos retirando la tierra y en algo mas de media hora estaba ante nuestra vista, una crátera griega, totalmente entera, sin apenas arañazos y con una hermosísima decoración de la Diosa Tetis cogiendo por uno de los pies a su hijo Aquiles, antes de meterlo en la sagrada Laguna Estigia, donde tomaría  enormes poderes en su cuerpo de semidiós, salvo en el talón, que es por donde le cogía su madre y no se mojó. Y lo más importante: estaba firmada por Assteas. En el mundo solo hay siete. Esa cratera, donde servían el vino con agua, fue un descubrimiento descomunal. Una joya. Longinos tuvo acierto en su visión. Allí estaba. 
(Publicado en el periodico "La TRibuna de Ciudad Real" el 30 de agosto de 2014).

UN COUP DE TÉLÉPHONE


Su vida en Burdeos era tranquila. Dobló Claude la esquina de la Cours de la Somme hacia la Rue La Fontaine y lo hizo de manera automática. Ese recorrido lo había hecho cientos de veces y, casi siempre, con el periódico abierto y leyendo. Sabía de memoria situar lo que había en el itinerario. La verdad es que aunque no se vaya leyendo, si vas absorto en tus pensamientos es más o menos igual, caminas como un autómata por los itinerarios habituales. Por un momento se paró y levantando la mirada hacia el frente, quedó pensativo. Según dijo después, acababa de leer que se había comprobado por un experto en parapsicología el contacto con una persona difunta. -¡Qué disparate! - Dijo para si, en voz alta. Siguió leyendo y cuando terminó de leer la noticia, paró de nuevo, miró hacia delante y con el periódico colgando de la mano izquierda y la mirada perdida reflexionaba sobre las cosas sorprendentes que había leído: escritura automática, psicofonías, objetos que se mueven de la manera habitual como los movían los difuntos… Así fue hasta que llegó al portal de su casa. Saludó a la portera: – Buenos días Ludivine, ¡cantando como siempre...! ¿Eh? – Buenos días monsieur Claude, si; es la manera de no pensar en nada malo…ja, ja, ja. Sonrió Claude, abrió el ascensor y subió al cuarto, izquierda, su domicilio. Se fue directo hasta la terraza y se sentó en el sillón de ratán del rincón. Bajo el toldo. Volvió a leer el artículo que tanto le había intrigado. Lo analizó con detenimiento. Se escuchó que abrian la puerta: llegó Lauranne, su mujer, que desde la cocina le gritó: - ¡Hola Claude!, ¿quieres un pastís? – Hola, mon petit, claro que si, bien fresquito, pero siempre que te tomes tu vino blanco también conmigo, aquí en la terraza. – Vale, voy enseguida.
Mientras, Claude cogió su netbook, lo conectó al wifi de su ordenador y se puso a buscar en Internet lo que le había intrigado: contactos con el más allá. En varias páginas de la red averiguó que los medios técnicos son una vía para el contacto. Magnetofones, radios, televisores y teléfonos se habrían comprobado, según las experiencias que relataban, como medios para el contacto con personas fallecidas. A esta forma se le llamaba Transcomunicación Instrumental (TCI). Un matrimonio, los Harsch-Firsbach, habrían obtenido conversaciones muy extensas con personas fallecidas, fueron psicofonías claras. En otro enlace, un medium aseguraba haber tenido contacto con George Müeller, fallecido. Por otra parte se enteraba que durante 1994, los expertos de la TCI en Luxemburgo, Alemania, Brasil, Suecia, China y Japón recibieron llamadas telefónicas paranormales del Dr. Konstantin Raudive, el investigador pionero de FVE, muerto en 1976. Estas llamadas fueron grabadas en cinta y analizadas por expertos en voz. Las llamadas han continuado desde entonces, incluyendo una llamada de trece minutos del Dr. Konstantin en 1996. Claude se quedó pensativo, mirando hacia delante y reflexionando sobre estas cuestiones. Él, que había sido profesor de física en la Universidad, no aceptaba prácticamente nada de estas afirmaciones por tratarse de fenómenos que dejaban de acomodarse a las leyes de la física conocida. Sin embargo, si aceptó, a modo de planteamiento científico, la posibilidad de que los que los sujetos pasivos de los medios técnicos, los que escuchaban o veían en la televisión estos fenómenos, podrían estar interactuando con los propios aparatos imprimiendo los mensajes con su voluntad inconsciente. Es decir, pensaba Claude, que eran los propios que escuchaban y veían los mensajes los que eran autores de los mismos. La capacidad de actuar sobre el medio físico del cerebro humano estaba ya comprobada.
Se presentó su mujer en la terraza con una bandeja, con las bebidas y un aperitivo de pequeños pasteles de hojaldre y carne que había hecho la noche anterior. Una vez sentada y viendo que Claude estaba abstraído dijo: - Claude ¿te pasa algo? – No Lauranne, es que he leído en el periódico y ahora he visto información en Internet de lo que llaman Transcomunicación Instrumental, y que no es otra cosa que la posibilidad, según dicen, de comunicarse por medios técnicos con personas fallecidas. No termino de creérmelo, toda la información que he podido recoger me parece poco científica, pero en todo caso no dejo de pensar en ello, porque me parece extraño que gente tan preparada como los que se citan en los documentos, sigan investigando sobre ello y den credibilidad a las grabaciones que se han hecho. - ¡Mon Dieu! Claude ¿cómo es eso posible? pero ¡sería terrible! Vamos que si tengo yo un contacto de esos, al momento… ¡me muero de un infarto! –Bueno, mira, mira, dejemos de estas fabulaciones y hablemos de otras cosas: He visto en los cines que reponen “El sueño eterno” de Bogart. ¿recuerdas? Podíamos ir a verla; la han remasterizado. - ¿Y eso que es? - Que la han restaurado y la han repuesto a su calidad original. – Ah, pues me perece buena idea. ¿Te acuerdas de la secuencia de Bogart con Doroty Malone en la librería? – Ja ja, si, buenísima. Bueno, pues vamos. Tomaron el pastís y el vino blanco y disfrutaron del momento. Días más tarde, estando en la terraza Claude recibió una llamada de su amigo Didier. Se le oía muy triste, lejano. – Claude, por favor acuérdate de  recoger del Ayuntamiento las escrituras de la propiedad de la casa de Agremont-sur-Allier. Le va a hacer falta a Danielle. – No te preocupes, Didier, mañana mismo las voy a recoger. Pero, ¿no vas a venir? – No, no voy a poder ir, es imposible ya. - ¿Pero, porqué dices eso? No contestó su amigo. Se oyó un ruido intenso como si se hubiera cortado la comunicación.
Al día siguiente fue al Ayuntamiento y recogió la documentación que le había interesado su amigo Didier. Le llamó para tranquilizarle pero el teléfono estaba desconectado. Lo volvió a intentar una hora más tarde, tampoco pudo comunicar. Llamó a Danielle y se puso al teléfono su hermana. –Hola Eloïse, quería hablar con Didier, le he llamado pero no puedo comunicar con él. – Bueno Claude… es que no te lo han debido decir… Didier murió antes de ayer. Un infarto fulminante. Terrible. -Pero que me dices… ¡Cuánto… lo siento! Estoy… desolado. Dale un abrazo de nuestra parte a Danielle. Esta tarde vamos para allá para estar un rato con vosotros. –Vale, un beso a vosotros.
Claude, se quedó temblando, tanto por el dolor como por la duda tremenda que se le estaba presentando. Cogió el teléfono, miró a los registros de llamada y allí estaba la llamada de Didier, el día anterior a las 15,25. Didier había muerto un día antes de la llamada, a las 15 horas.

No había dudas, comprobado: le había llamado Didier al día siguiente de su muerte.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 16 de agosto de 2014).