20140928

LA ABUELA


Volvía Jaime  a su pueblo y próximo a llegar empezó a sentir que la tranquilidad con que presuponía se lo iba a tomar, que aparentemente creía tener, desaparecía; viejas sensaciones empezaban a despertarse. Casi no reconocía el camino de vuelta. Hizo bien de dejar el coche en Madrid y volver en autobús; si lo hubiera hecho, a lo peor se habría perdido; pensó que así volvería a recordar sus años de estudiante cuando iba y venía en él algunos fines de semana, pero... había cambiado todo: se encontró cambiado el pueblo, cambiada la carretera comarcal, cambiados los árboles, unos crecidos otros desaparecidos, y cambiado el campo, antes despoblado y ahora veía algún chalet de vez en cuando. Así lo vio cuando pasaba por el barrio de poniente, nada más hacer el autobús el desvío de la carretera, para tomar la ruta del centro. Se alegró que, a menos, la llegada fuera como antaño, en la Plaza. No le esperaba nadie, pese a que la familia sabía que llegaba a las dos. Se puso en marcha hacia la casa familiar. Iba llegando cuando se abrió la puerta de la casa y su madre salió andando deprisa, sonriendo, sujetándose la falda, casi corriendo y él se puso a correr hacia ella. En un abrazo cerraron quince años de ausencia. Se besaron, se volvieron a besar, le achuchó, le tocaba la cara, como si quisiera comprobar que era de verdad y agarrados entraron en la casa. - ¡Madre, mira quien está aquí! – Gritó.  Un brisa llegó hasta ellos, sabía Jaime que alguien había abierto la puerta de la cocina que da al patio. Por la puerta de la cocina apareció la abuela. – Mi niño…mi niño, ¡rediez!, ¡mi niño!, decía con las lágrimas en los ojos. Pasaron a la galería cubierta que se abría hacia el patio, con los crocus abiertos, los nardos, que en la galería creían primavera, perfumando toda la estancia. Se sentaron. Más tranquila, la abuela Dolores le cogió la mano y le preguntó: - ¿Estas bien rico mío? Sabes que soy muy feliz de tenerte con nosotros pero tu ya tienes tu vida hecha en Copenhague, ¿hay algún problema? – No abuela, ninguno, Anika y los chicos están bien y vendrán pronto. No creo que tarde mucho eso, en una semana o dos, a lo más tardar, los tenéis aquí. – Bueno hijo, te dejo con tu madre que tengo que ir a un sitio donde no puede ir nadie más que yo, ya sabes… -Vale abuela hasta ahora.
Se fue la abuela, con su bastón de bambú, que no parecía necesitar. Se quedaron madre e hijo y empezaron a atropellarse con la cantidad de preguntas que se le agolpaban a los dos, pero tranquilos; nunca habían estado más tranquilos en quince años. – Oye mamá, la abuela cuantos años tiene, he perdido la cuenta…- Noventa y ocho y esta fenomenal para su edad. La cabeza le funciona muy bien. Ojalá que nos dure algunos años más. Es aparentemente muy delicada y frágil pero siempre ha sido fuerte por dentro. Ha sido mi fuerza durante toda la vida, tiene genio pero es muy buena, ya sabes, y la quiero con locura. Jamás me ha dado la mínima lata; es lista la jodía y cuando tiene algún problema físico o de ánimo, lo disimula hasta que terminamos por enterarnos, pero nunca da la lata. – Yo también quiero mucho a la abuela mamá- dijo él-, y créeme, hasta que pudimos salir adelante con nuestra economía familiar, ella siempre me mandaba dinero para aguantar el golpe (no se de donde lo podía sacar); la sentía cerca. Me dolía no poder venir a veros; lo que más. Pero bueno, eso ya pasó ahora estamos bien y las cosas van a cambiar. Veréis como os van a gustar Anika y los chicos. – - Oye Jaime, el niño, Jarl, ¿que hace ahora?  Me dijiste que terminó sus estudios.  –Trabaja, mamá, trabaja en un estudio de arquitectura, lleva la trascripción de los proyectos en los programas informáticos. Ahora ya estamos todos con trabajo y nos va bien.
Estaban con sus cosas madre e hijo y, sin darse cuenta, apareció en silencio la abuela, les puso una mano a cada uno encima del hombro, y sin sentarse junto a ellos, con la luz cálida de septiembre iluminando su cara, que guardaba bastante de la hermosura que tuvo en su juventud, sonriendo que aun la hacia más hermosa, al callarse ellos, al sentir su mano, les dijo: - no os interrumpo pero quiero daros a los dos lo que estuve guardando durante toda mi vida: esta caja y lo que contiene. La caja era de madera fina y levantado el pequeño cierre de latón, la abrió y en ella había una antigua medalla, una tarjeta de visita y dos alianzas de oro. – La medalla es la de la Legión de Honor de la República Francesa, después de la segunda gran guerra, de tu padre,-tu abuelo, Jaime. – Mamá, ¿papá, cuando estuvisteis en Francia, estuvo en la Resistencia? No lo sabía, jopee. – Bueno algún día te lo explico. Ahora  no.  Las alianzas son: la mía y la suya. Y la tarjeta de visita es la de un abogado al que tenéis que llamar a su despacho, cuando yo la casque, él tiene ordenadas todas mis cosas. - ¿Pero qué cosas mamá? – Mis cosas. Ya os enterareis cuando la casque. Pero como no es gran cosa, dejémoslo para entonces.  Así me quedo ya tranquila. Si no te he dado esto antes es porque quería hacerlo con mi nieto al lado. – Vale mamá, así será, pero ahora no hables de cascar, que no hay porqué, estas muy bien y tenemos que hacer aun muchas cosas.
A las tres semanas estaban ya con ellos su mujer, Anika, y los hijos;  llegó un día Jaime a casa de su madre con la escritura de la casa en la costa debajo del brazo.  Al abrir la puerta le recibió ella con la cara llena de tristeza. La abuela estaba mal, había venido el médico y dijo que no era necesario trasladarla al hospital, estaría mejor en casa. Le quedaban horas. Como así fue. A los tres días siguientes, por encargo de su madre, se fue Jaime a ver al abogado, que le acompañó hasta la casa de su madre. Allí les dijo que su padre, le había dejado a la abuela un fondo con el que había estado viviendo durante los años en que había estado viuda. La pensión que tenia de viudedad era muy pequeña. Luego explicó que él tenía cuatro manuscritos, hechos a máquina, de libros de su abuela que habría escrito durante muchos años. Uno de ellos de de memorias de sus años en la Resistencia en Francia. Porque fue ella la que estuvo allí y no el abuelo. La medalla era de su abuelo porque fue un regalo que le hizo ella al casarse. Las cantidades que le concedió la Republica Francesa las había donado a un orfanato de allí de hijos de victimas de la guerra. Y los otros tres eran novelas. Todas ellas publicadas, y con gran tirada, hacía años en Francia bajo el seudónimo del alias que tenía en la Resistencia  Marien la Rouge. Los derechos de autor estaban en una cuenta con el encargo de dárselos a su nieto. La madre, miró a su hijo y dijo: -¿Te figuras a la abuela pegando tiros y poniendo bombas, matando alemanes?.. yo no; ¡pero si no ha matado una mosca jamás!

 Mujer de carácter y sencilla, nunca habló de sus cosas.
(Publicado en el periódico, La Tribuna de Ciudad Real el 27 de septiembre de 2014).

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