20130217

Muere febrero, deshauciado



La luz del día vino mas despacio que de costumbre. Empezó desangrándose por la ventana y fue manchando el cuarto en silencio. Todo fue cobrando cuerpo alrededor mío, la silla, el borde de la cama, la puerta del armario, quietos, en silencio mudo y sordo. Desde la cuarta planta no llega voz alguna, ni siquiera de los mirlos que antes oía desde la calle, en la soleada calle de la anterior casa. Huele el aire a los brotes del almendro, de los estomas de las aromáticas lejanas de la sierra, encubiertas por los humores de una ciudad sobada por los caciques inmortales. Solo quedan los minutos restantes, que se van desgranando como los rojos granos de una granada. Ellos me llevan despacio hacia delante. Primero con las rutinas de día, ducha, limpieza, airear las habitaciones para despejar las espesas y fétidas pesadillas que rompieron el sueño, hasta que la extenuación hizo traer, y le hizo volver, para reparar la enorme fatiga de un día tensado por la angustia de la inmediata realidad. Mas tarde el recorrido por las ocupaciones,  buscadas para ir adormeciendo la consciencia de tanta presión y ausencia.
No estará lejos la primavera abierta con aire de densas propuestas de vida. Campos preñados en rojo amapola moviendo su marea dulce señalando las trazas del aire fresco atlántico. Quiero pensar que todo lo que siempre trae la explosión de la naturaleza vaya, sino borrando, ocultando la  cruel herida del desahucio. El empuje inesperado, nunca pensado, que te expulsa de lo que has considerado tu refugio, tu lugar amable que salva de las agresiones que desde fuera nos hacen, es otra forma de muerte civil. Ahora, desde este nuevo lugar pequeño, extraño, que no ofrece referencia alguna para la vida trazada, muere febrero. Muere la fe en una sociedad injusta, en las heridas profundas que llevan la mascara de permanentes, traídas  por una sola persona o en compañía de otros, como en los crímenes perfectos enterrados en un legajo de un triste Juzgado. Muere febrero. Los minutos me llevan adelante, no se por cuanto tiempo, pero quiero pensar que, como era antes, vuelva a ver las noches de agosto bajo las estrellas perfumadas por las pequeñas y delicadas flores de los pericones.