20081229

EL CANTO QUE VUELVE, RARA VEZ



La noche es sorda, no suele prestar oídos para nada. Las de verano que se llenan de sonidos invasores son insoportables. En el invierno el frío adormece todo, la nieve y el hielo lo hace enmudecer. No hay más que salir al raso en la noche de diciembre para ver no sólo todo envuelto en tinieblas, sino enmudeciendo poco a poco, hasta el silencio. Las tinieblas son el elemento de líquida sequedad donde suele fluir nuestro subconsciente. Pasan las horas y, aunque ya no suelen acudir los pasos de los viejos relojes con su tic-tac matemático: ni el de pared con pasos de solemne andar, ni el de mano con el propio del latir de un mecánico pajarico, el transcurso de las horas se desliza en silencio dejando la imaginación abierta, los pensamientos en espera y los sueños prontos a desparramarse sin ningún sentido ni proporción. En ese espacio, en ese tiempo, que parece va directo al infinito sin llegar nunca a él, los ojos caen rendidos por el cansancio y el cuerpo, encontrando la mejor postura se entrega al sueño sin ninguna condición. La noche sigue, los mimbres y maderas de las sillas y mesas saltan y chasquean de vez en cuando tomando su mejor postura. A veces se puede oír algún perro lejano, o un coche pasando por la calle haciendo llegar sus vibraciones. Todo eso es lo habitual en una noche cualquiera, tan habitual y común que inconscientemente aceptamos su transcurrir en silencio todas sus horas, hasta que un despertador da el aviso que empieza el día.
Solo hay una manera que trascienda la noche y se convierta en algo especial, trayendo al momento un cambio radical de nuestra habitual forma de vivir. Una forma para que la sociedad, de la información, de la cibernética, del motor y la velocidad, se vuelva, cambie y mude al siglo XIX, con la inmediatez de la vida rural de la supervivencia elemental. Solo un sonido, largo y agudo, las mas de las veces desgarrado, que resuena en la noche hasta lo mas profundo del subconsciente y trae al momento una inundación de tranquilidad. Canta un gallo en el silencio de la noche. Se expande por toda la vecindad. La memoria genética vuelve. Todo, en su sitio.

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