20090819

LA TORMENTA


Todos los días nos rendimos a la naturaleza y cerramos los ojos perdiendo el sentido. Todos los días, sin faltar uno, dormimos y finalmente despertamos. Al hacerlo recuperamos normalmente todo lo que dejamos el día anterior, la memoria no nos falla, (al menos por el momento) y así reconocemos todo como si nunca nos hubiéramos la razón.
Sé que al despertar, si al asomarnos a la ventana hay un cielo muy cerrado la sensación es que parece que las cosas cambiaron sustancialmente. En estas latitudes no es habitual encontrar los cielos demasiado cerrados, incluso cuando va a llover. Ver un cielo negro, con las nubes densas y amenazantes, con las luces cambiadas, da un escenificación de lo extraordinario y asoma la auténtica dimensión de la fuerza de la naturaleza.
En su cuadro “La Tempestad” Giorgione, como se llamaba a Giorgio Barbarelli da Castellfranco (Veneto), pintaba un cielo muy denso y cerrado y, en una de las primaras veces que, en la pintura de la época, aparecía como protagonista principal el paisaje, la naturaleza y no las figuras del cuadro, una mujer y su hijo, con un hombre al fondo observando. Era la puesta en escena de la natura como fuerza indomable por encima del ser humano y sus cuitas.
El azul casi veraniego de estos días se fue mudando hacia el pardo color del bochorno. El viento agita las semillas y tierras más llevaderas y una calima caliente, como rosácea niebla espectral, se cierne sobre nuestras tardes. Los árboles se oscurecen en su verde, tostado por el estiaje; las casas se tiñen de colores en tonos pastel que dulcifican sus luces. Y en los cuerpos de todos nosotros sufrimos las acometidas de las mudanzas en la presión atmosférica. Jaquecas, migrañas, y depresiones se asoman habituales. Es la presencia de la naturaleza que viene, como suele hacer, a darnos el toque habitual para decirnos: yo soy la dueña y señora de este orden.
Giorgione, maestro del gran Ticiano, da una lección de color y luz con la mayor expresividad de un sensible artista. Recuerda cómo la naturaleza es la madre de la vida y, de vez en cuando, muestra su cara más temible. El nacimiento, el amor, las pasiones, el poder, la civilización; todo, cede ante la naturaleza que cobra su tributo, o simplemente recuerda que solo somos hijos de ella. Nos podemos creer que somos los que dominamos el mundo, el curso de la historia parece darnos la razón; sin embargo, la naturaleza, advierte algunas veces nuestra condición y nos puede truncar cualquier proyecto que no respete la vida y las leyes que la rigen. El olvido de esto puede traer el atropello de las relaciones humanas, de interponerse entre los que quieren vivir con un poco de felicidad. El artificio esta siempre más lejos de la felicidad que el orden natural.
Y el orden natural, se pierde tanto cuando se entrega uno al sueño, como se recupera al despertar. Como cuando sale el arco iris con la primera rendija entre las densas y oscuras nubes de la tempestad.

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