20100605

DE CÓMO ES IGUAL ESTAR DENTRO QUE FUERA


Entre los pinares de una sierra de la Rioja se encontraba una pequeña abadía escondida del mundo y de los incidentes de las guerras que por aquel entonces eran frecuentes. Lo mismo árabes que cristianos llegaban hasta allí de camino para lances mejores en los que se conseguía mas botín que el exiguo que conseguían de los frailes que no era otra cosa que sus corderos, gallinas y alguna berza que otra. Oficiaban con copas de azófar y esto no era de gran valor.

Entre los frailes, había uno que era bastante mas joven que los demás y, aunque se encontraba allí por su voluntad, no dejaba de pensar en la vida del exterior como la esencia de la libertad y de los goces de la vida que no tenía. Sacrificaba ésta como don de su devoción, pero la ansiaba todos los días con más fuerza y ello le angustiaba. El abad que era un hombre sabio y muy observador había reparado en él y sabía de su enorme inquietud por el mundo. Un día le dijo:

- Hermano, creo que ha llegado el momento en el que debas emprender viaje para conocer el mundo. Si no lo haces nunca sabrás el valor de apartarse de él.

El joven fue a su celda y recogió las pocas pertenencias que tenía y, luego de despedirse de la comunidad, partió por el camino de la vega hacia donde le había indicado estaba la mayor población que conocía.

Pasaron seis años en los que conoció tanto la felicidad como las mayores desgracias. Le engañaron más de cien veces y otras tantas recibió el favor de las gentes con las que trató. Tuvo la oportunidad de conocer a varias mujeres que le ofrecieron sus favores a cambio solo de su aprecio, pero unas las perdió por la enfermedad y otras por la envidia y la maledicencia de las personas con las que trataron. Finalmente se encontró solo y desencantado, no teniendo mas valor para emprender nuevos negocios u oficios con los que vivir en sosiego, así que, recordando la vida del cenobio, acordándose de cómo salían los brotes en las ramas aparentemente secas de los frutales llegando los principios del mes de febrero; echando de menos el momento en que los cernícalos primilla llegaban a los aleros de la cámara, donde guardaban los frailes el grano, y sabiendo lo reconfortante que era coger los huevos de las gallinas en el último rincón del gallinero, emprendió el camino de vuelta al convento, convencido pues de que lo mismo daba estar fuera que dentro. Lo importante, según él era vivir en paz consigo mismo y dedicarse solo a las cosas sencillas.

Le recibieron con gran alegría, y aunque alguno de los abades ya se habían reunido con sus antepasados, aún quedaba una mayoría, que se alegró de la vuelta del antaño joven y ahora maduro hombre.

- Bienvenido,

Le dijo el abad dándole un abrazo.

- ahora que vuelves con nosotros, ten presente siempre que la felicidad no se encuentra en la fortuna, ni en la virtud conseguida con el sacrificio, es un don que da la vida, todos los días, solo con reconocer que lo que tenemos es lo que hay que disfrutar, intentando no hacer mal a los demás. Que cada uno sea virtuoso como mejor pueda, sin hacer el vano esfuerzo que los demás lo sean. Lo mismo da estar fuera que dentro. Solo que aquí no debemos hacer de la vida una amargura. Vivamos hasta la última gota de vino de la copa de la vida.

Esto mismo le dijo él a los frailes que fueron llegando, cuando terminó siendo el abad de la comunidad.

Hoy, entre la broza del huerto, enmedio de las pocas piedras que quedan de aquel convento abandonado, aún brotan los manzanos llegando el final del mes de febrero. El sol, que sigue saliendo por el mismo sitio, avisa a los gallos cercanos a la hora del alba para recordar que la vida sigue.Q.Ko

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