20101019

EL PRÓLOGO del 2004. VALE

Me parece que no ha lugar hacer ninguna invocación a duques de Béjar alguno, ni condes de Lemos, ya que los nobles no solo ya no tienen oficio que proteger ni amparar como antaño, pues la condición de la república es la de no dar ocasión a persecución alguna por razón de letras ni de la opinión que pueden contener, sino tampoco facilitar licencia alguna que ya no es necesario, ya que el Estado de Derecho dejó bien claro esta cuestión, por lo que ningún vecino de estas tierras de las Españas ( que siempre han sido muchas) ha de tener paquete o caja en el que tenga que contener todo su ingenio, sino todo al contrario, que no hay medida o tasa alguna para el talento, la invención y la expresión de cuantas artes sean dadas.

Así pues, todo aprovecha para que tanto cuanto escriba pueda hacerlo llegar a los que con tanta paciencia me siguen leyendo en estos rinconcicos. He de escribir en consecuencia, con la única limitación de los dones que la naturaleza me dió, las historias que llegaron hasta mi, no por ningún Hamete sino por muchas gentes, que son las que fui conociendo en estas tierras de la Mancha, de la que soy hijo, bien que a veces algo pródigo.

Para el relato de estas hechos, tan reales como las que pudo haber escrito el mismísimo Plutarco, aunque lo haga yo con bastante menos ingenio y habilidad, tendré presto y he de procurar administrar bien la prudencia, el exceso de erudición y la vanidad, que siempre llevan al que se excede a la soledad más absoluta. Porque la imprudencia conduce al atropello del prójimo, el exceso de erudición a la pobreza de ingenio, del que tanto necesitan narraciones y opiniones, y la vanidad a que se pierdan en un minuto grandes glorias que fueron en años ganadas.

Así mismo confesaré con tanta contrición como pueda lo vivido en estas tierras de la Mancha, que dieron mucho que pensar desde que siendo infante miraba colgado entre nogales, higueras y olmos, horizontes que parecían no terminar, hasta que mediada la luz de las tardes se empeñaba el sol en dejar que la tierra enseñara sus contornos, dulcísimos en colores y de gran variedad. Luego, más tarde, tanto en la juventud como en eso que llaman madurez, que en los frutos son el mejor estado para su provecho, se me fueron largando los pies, y la cabeza les siguió, hasta donde fui llegando, y en esos viajes encontré caras para dar nombre y aconteceres de los que tomar buena cuenta para no dejar en el olvido. En esas estoy cuando va agonizando el año de dos mil cuatro y no quiero que me sorprenda el cinco que le sigue sin dejar noticia de algunas de las venturas que pueda contar. Son estas no de un solo hombre o mujer sino de mucha gente, que en todos estos años da para mucho recorrer y para más conocer, si se pone atención y se apresta a la memoria a guardar, antes de que llegue el olvido, como decía, y se robe lo que se deje descuidado. No quisiera lo que Miguel de Cervantes hiciera, reunir en una sola persona todas las virtudes y faltas que hicieran representar de manera magistral la condición de un hombre, porque no es necesario advertir la distancia entre él y este atrevido escritor, que es notorio, sino que he de hacer pasar, por las relaciones que he de hacer cada lunes, a cuantos vayan mostrando la condición de estas gentes no solo del campo de Montiel, sino de toda esta mi tierra que no dejó nunca su limpia naturaleza relatada en aquel siglo bien contado del dieciséis. Me despido pues con latines como se hacía entonces y así lo digo: “vale”. Que quiere decir: “todo conforme”. O algo así. Q.Ko.

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