20130711

El caso del nemuritor


A medianoche, un día de julio, estábamos mi vecino don Jorge y yo sentados con tranquilidad en su terraza donde me habló del Universo del que según él se extraen todos los misterios de la ciencia y de historia. Decía sobre los alquimistas, y de cómo la alquimia trataba de práctica protocientífica y disciplina filosófica que combina elementos de  química, metalurgia, física, medicina,  astrología,  semiótica, misticismo, espiritualismo y arte. Luego paso a la historia.   Mis conocimientos sobre historia no son pequeños aunque no soy una autoridad, ni mucho menos, pero lo que iba contando don Jorge eran cosas que jamás había oído, acontecimientos con detalle asombroso y con datos y citas que jamás había oído. Contó como en el siglo XVII un grupo de franceses, ingleses y holandeses desde la isla San Cristóbal en el Caribe empezaron comerciando con los galeones españoles y luego acabaron pirateándolos. A estos bucaneros, decía que los sorprendió Exquemalin haciendo grabados de sus habituales quehaceres de una manera tan precisa como ingenua. Don Jorge llamaba a los bucaneros con sus nombres y procedencia como si los hubiera conocido, como a Pierre Legrand, Fançois Lolonois, Bartolomé “El Portugues”, Rok Brasiliano, Montbars o Lewis Scott. Decía de este último que gustaba de comer la carne cruda, y de Brasiliano que en cuestión de compañía le daba a todos los palos. Lo que no deja de ser un chisme.
Oyendo estas cosas y otras, de la guerra de Sucesión española o de la primera Gran Guerra, se detenía en tantos detalles que parecía los hubiera vivido en persona. Cuando le pregunté cómo conocía tanto detalle de acontecimientos tan lejanos, en los que los documentos y archivos no suelen detenerse en contar, se sonrió. –Bueno. Dijo. –Yo no los he conocido, ni he vivido esos acontecimientos pero, como se que tu eres una persona seria y no cierras tu mente a las cosas que se salen de la normalidad, te diré que  sí conozco a una persona que ha vivido personalmente todo esto que te he contado.  Se hizo entre nosotros un silencio largo. Él me estaba dando tiempo para pensar y yo me lo estaba tomando. Luego con toda la carga de misterio asumida le contesté:- ¿Quién? – Te diré su nombre actual que no es el propio que tiene, y que solo él está autorizado para desvelarlo. Yo desde luego no, mientras no me lo autorice. Se hace llamar Monsieur Surmont. Y, si te interesa, le invito a cenar una noche y que te hable de todo lo que te pueda interesar. – De acuerdo. Le dije y poco después, cuando estaban encima, las estrellas Vega, Daneb y Altair, al frente de sus constelaciones, me retiré a dormir no sin la inquietud propia de estar ante un misterio que debía investigar, y del que , en principio no daba veracidad, pero tampoco se la quitaba.
Durante las siguientes semanas estuve indagando sobre el nombre de Surmont y entre las imágenes que daba la red estaba la de un hombre joven que me era muy conocido.   Saqué una copia y se la llevé a abuelo del primo Manuel. Pese a sus 98 años tenía la cabeza en muy buen estado y conocía prácticamente todo. Es de esas personas que se pasaron la vida leyendo y aprendiendo y ahora, lo que es la memoria remota, la conservaba en casi perfecto estado, escuchándolo los datos y referencia de todo lo que había vivido. Llegué hasta su casa, una de esas que nos hacen creer que empezamos a parecer hormigas, y Manuel me llevó directamente hasta la pequeña terraza, donde pasaba todo el día el viejecito viviendo sus momentos, cargados de amplios silencios en los que  removía sus recuerdos. Manuel me presentó y, nada verme dijo: -Joder Manolo, ¿como no me voy a acordar si le he llevado mas de una vez a la escuela? (y era verdad). Después, tomo la foto que copié de la red y mirándome me dijo: - Este es Surmont el amigo de mi abuelo. Era mucho mas joven que él, vino desde Inglaterra y nos contaba cosas prodigiosas como si las hubiera vivido sobre los acontecimientos del siglo XIX  y del XVIII. Fue alquimista famoso. La verdad es que nunca le creía hasta que el año pasado me hizo una visita y vi que estaba igual de joven que cuando yo era un niño. Creo que su verdadero nombre era el de un noble francés, pero en este momento no me acuerdo.

Después de confirmar mis sospechas, acudí a la cita con Jorge y con Surmont, puntualmente a media noche. Allí estaba. No aparentaba mas allá de cincuenta años, era fuerte y con la mirada profunda, con la serenidad que solo tienen los viejos muy mayores, los que vieron como pasaba la vida con todo tipo de incidentes, dramas, alegrías y conocimiento. Efectivamente, cuando habló de la Guerra de los Seis Días, en el Sinaí, hizo un paralelismo con la Guerra Madhista, de colonización del Sudán por los ingleses. Contó su presencia en Jartum con todo detalle y lo mismo cuando estuvo en la conquista de Umm Qatef y El-Arifh junto a general israelí, Sharon, en la de los Seis Dias. Vino a decir que, en todas las guerras, lo que hace perderlas es la soberbia de los que creen que antes de plantear una batalla la dan por ganada por creer que el número es lo principal. Después de oírle relatar los detalles de su presencia en la Guerra de Sucesión española, en la batalla de Almansa el 25 de abril de 1707, le pregunté por su verdadero nombre. Me dijo con una sonrisa: -Los nombres tienen una función cuando se es mortal, yo nací en Transilvania y lo diré en rumano, soy un nemuritor, que significa inmortal. Pero quizás vos haya conocido mi presencia con el nombre mas divulgado: soy el Conde de Saint Germain, y mi virtud está en eludir la violencia, mi vicio, tomar y nutrirme con la especial colación que descubrí ha muchos años, que me hace vivir permanentemente, hasta que encuentre algún sentido en no hacerlo. El misterio se había desvelado.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 6 de julio de 2013)

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