20070726

LA SANTA COMPAÑA





Me decían que la Santa Compaña venía por la noche, sin avisar y con gran sigilo. La descripción solía venir cargada de una emoción contenida del que trataba de relatar algo terrorífico y a la vez de una enorme tristeza. Por lo que yo supe es la procesión de cuantos quedaron con alguna causa pendiente. Que fueran a San Andrés de Teixido o no, es lo de menos, porque una vez que se presenta dudo yo que alguien se le ocurra preguntar a donde van. Sobre todo porque no solo están, al parecer, muertos sino que son mayoría. Las sombras de la noche se deben hacer más oscuras y la sensación de vivir con algo de control sobre los acontecimientos que en los sueños se tiene a veces, sospecho que se pierde inmediatamente.
Digo esto porque los terrores nocturnos no son más que hijos de nuestras peores fantasías; y también los salideros de nuestros problemas más ocultos. El corazón en esos trances tiene mucho que decir y padecer. Creo que el mío me avisa de sus fatigas cuando duermo en mala posición, oprimiéndolo con el pecho. La cabeza, que lo sabe, se fabrica mil y una atrocidad y terrible realidad para que me despierte, aunque sea con el mayor susto posible. Una vez cambiada la posición, ya no vuelven. Con estas cosas suele acudir algún fantasma que otro.
La Santa Compaña no tiene razón de ser en sus desfiles como no seas cristiano. Y no solo por lo de la promesa de ir a San Andrés[1], sino porque cielo, purgatorio e infierno que trae revuelto a los muertos en procesión son instituciones del cristianismo. La forma de explicar ese angustioso trasiego se hace con el mayor misterio posible que ampara lo desconocido. Responde al mundo mágico que despertaron los celtas y que fue después traído por la sociedad del cristianismo nuevo metiendo en ello a cielos, purgatorio e infierno.
No ha mucho me desperté de madrugada con la certera sensación de que alguien me cogía suavemente del pié, como para avisarme que me despertara. Lo consiguió, si eso era de lo que se trataba, pero también consiguió que acudieran a mi cabeza la enorme lista de muertos que tengo conocidos en mi vida. Cuál de ellos fuese, algún día lo sabré. Yo que no hice nunca una promesa de esas de peregrinar, ahora, con lo que ya sé, lo tengo difícil de formalizar. Para eso tendría que recomponer tanto fundamento como los curas se han empeñado en ir rompiendo todos los días que fui viviendo. Me quedan pocos para una cosa así.
Y si la Santa Compaña aparece, sospecho que tendré que ir con ellos donde quieran que vayan, nunca me he negado a un buen viaje, eso si, iré no tanto de vivo como de muerto.
[1] Dice que a San Andrés de Teixido, en peregrinación, va de muerto quien no fue de vivo.