20070906

ALBOREANDO



La luz del amanecer va levantando el campo lentamente, que pasa rápido mientras la veo a través de la ventanilla. El sueño de la noche se me va desprendiendo del cuerpo como un transparente velo y se suelta a jirones de seda etérea en leves sombras que discurren en vuelo por el coche del tren. Como siempre, tomo la rutina y abro las páginas del periódico escondiéndome de todo, arrellanándome en el asiento bajo la luz cenital de foco que enciendo. El mundo sigue enloquecido con sus glorias y sus miserias mientras la naturaleza sigue haciendo ver su fuerte comportamiento aparentemente ciego. Desde el origen de los tiempos ha sido así y no ha cambiado. Nosotros, el género humano, somos los que hemos cambiado y aún no nos hemos enterado que no podemos decirle cómo se debe comportar.
Los montes que voy empezando a ver entre Toledo y Ciudad Real son la continuación del medio por donde discurrió mi infancia y parte de mi juventud. Resuenan en mi cabeza el cántico de las chicharras aserrando las horas de un verano en declive. Como tantos que vi parecidos a este. En algún rincón, al pie de una torrentera profunda, la humedad sigue haciendo salir a la menta salvaje bajo las ondas del zumbido de los insectos. En el cielo azul brillante de esta siempre jodida Mancha vuelan los cernícalos buscando sus presas y solo de vez en cuando sus graznidos resuenan entra las cárcavas asentando la soledad. Pasa una casa de labor abandonada a su suerte por la indolencia y pereza de sus propietarios y nos cuenta que hacer decaer los inmuebles nunca fue buena idea y solo demuestra la falta de gobierno de los que se dedican a cultivar la subvención. Mantener una casa es siempre una inversión positiva. En las tejas de ésta que pasa hay mellas donde aprovechan los pájaros para anidar sin temores. El olor de sus deposiciones junto con el de la tierra roja preñada de hierro perfuma los años que van pasando sin parar ni un momento. La noria cerca de la casa yace muerta con sus últimos huesos al sol, ya no la cobija higuera alguna, y los retoños de la que hubo apenas sirven para esconder una culebra solitaria. Ni una sola noria ha sobrevivido a la fiebre del bombeo. Es el triunfo de la ciega economía sobre la vida sostenible. Presagian malos tiempos pronto. Algún nieto mandará al infierno con recomendación a sus abuelos que hoy hacen el expolio. Para entonces todos ellos calvos. Su máxima está clara: el que venga detrás que arree (o lo que es peor: el último, que apague la luz).
Mi padre no quiso volver a Huelva, donde fue feliz en su infancia, por no asistir a la desaparición de sus mejores recuerdos. Estoy condenado a ver nuestros secarrales en permanente exangüe condición, sin posibilidad, por el momento, de ir con mejores vientos.La brisa limpia de septiembre llanea por la sierra sonriendo al ver a los lejos como se acerca Madrid bajo el orín de su metálica oxidación.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mejoras cada día. No te desanimes y sigue escribiendo. M.