20071126

EL AGUA LAVA LA HIEDRA



El agua lava la hiedra, decía Juan Ramón con su pluma rasgando el papel terso de sequedades inevitables, haciendo salir las letras encadenadas con tinta fresca de negra humedad. El agua, la sigue lavando hoy de sus polvos recogidos, en días interminables que suelen jugar a ser los mismos de siempre y, no lo son. Días amanecidos tiernos, preñados, de promesas que nunca llegan a cumplir del todo. Aunque sigo yo, como la hiedra, esperando la lluvia fresca frecuente que lava todos los sedimentos que llegan sin haberlos pedido, quizá sin haberlos merecido. El agua lava y lava, de manera callada, de vez en cuando, sin pedir permiso alguno, sin que nadie se apreste a la protesta airada. Sigue lavando en mañanas de noviembre, de escarcha madrugadora.
El agua lava la piedra… y en mi corazón ardiente, llueve, llueve dulcemente. Sabía Juan Ramón de las voces del sentimiento que mana y brota de tanto corazón abierto.
Un día rosa persiste, en el pálido poniente
Oscuridad de poniente y de saliente, nacimiento y muerte; o muerte y nacimiento que da sentido a el palpitar de ánimas sensibles prestas a sentir la vida; con la sencillez anónima que encubre la grandeza de una dignidad nunca perdida.
El agua lava la hiedra, lava la piedra. También lava los ojos secos del que se mantiene erguido ante tanta agresión que degrada la vida en comunidad. En su soledad compartida con otros. Sin saberlo. Llueve, llueve dulcemente.

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