20130430

EL ECTOPLASMA SÓLIDO


Os lo voy a contar, pero luego no me digáis que son las tontunas que tengo o que se me ha ido el pisto, porque no veo en ello ganas de sobresalir ni de fantasear, que no están los tiempos como para eso.
No hace mucho que voy por las mañanas sobre las once a la misma cafetería en la plaza y fue allí donde sucedió todo. Soy observador. No sé si por que soy de natural curioso o es adquirida  condición por mi afición a la escritura pero, por ello, un día en que el cielo se había cubierto de negras nubes, tan negras que, en plena mañana, pareciera anochecida, y en el instante que, por algún lugar de poniente, se abrió la luz trocando la mañana en tarde avanzada, entró a las once y diez uno de los que en los pueblos llaman mozo, con calzones anchos de pana, camisa de varias décadas atrás y no muy bien aseado. Las botas bajas llenas de barro viejo y manos grandes, fuertes, gastadas por el trabajo duro, con las grietas que causan el haberlas dejado secar más de una vez al aire. Nada mas llegar, se sentó con una pareja que estaba hablando en uno de los rincones. Debían conocerse, pensé yo, porque no vieron extraña su visita. Participó él en la conversación haciendo observaciones y le dijo a la chica que se recogiera la cinta del pelo que se le había caído hacia atrás, lo que ella hizo sin mirarle al momento. Me diréis ¿y que hay de extraordinario en ello? Pues sí lo hay, como voy a contar lo mas objetivo posible.
Esto que cuento se volvió a repetir con más gente. Se levantó de la mesa y se sentó con una mujer, sin que le extrañara, que estaba con su hijo pequeño al que atendía de vez en cuando inclinándose sobre el cochecito. Ella, habló por teléfono y cuando se preguntó algo, el mozo le contestaba con la solución y ella se hacía cargo de lo dicho y lo repetía ante su interlocutor al otro lado de la línea. Lo mismo ocurrió con dos señoras que se sentaban cerca de donde yo estaba, y donde terminó por sentarse sin que, como en las otras ocasiones, les extrañara su presencia. Él hacia observaciones y las señoras se hacían eco de las mismas sin ni siquiera poner la mínima objeción. Les advirtió que se les estaba acabando el tiempo para  acudir a una cita, debía conocer eso de antemano, y ellas, recordando la misma, se levantaron recogiendo con prisa, incluso le contestaron con la mirada perdida hacia la concurrencia, con un “hasta luego” cuando él les dijo adiós.
 Pareció que era yo el único que se sorprendía con este deambular de mesa en mesa de tan curioso personaje, y el único que parecía verle, puesto que era el único que le miraba, no así los que compartieron mesa con él, aunque parecían contestarle. Tan interesado estaba en verlo de cerca que cuando creía que se iba a ir, me levanté para acercarme y me arrepentí de haberlo hecho. A dos metros de el, sentí escalofríos intensos y un olor especial. Lo que es peor, estando en la misma línea recta hasta el espejo de la pared, me vi reflejado, junto con todos los que estaban a mi lado, pero él no estaba en la imagen. ¡Mierdas! Me dije, con el pulso a cien. Estuve parado allí sin que las rodillas respondieran a mis ganas de salir corriendo. Se fue tan tranquilo como entró.
Dicen los entendidos que han estudiado estas cosas que se debió tratar de un ectoplasma, es decir un cuerpo entero que se semimaterializa, provistos de vida propia, hablando y caminando con total independencia del médium que lo provoca. Es decir, un espíritu llamado y sin control del que lo llama. ¿O el ectoplasma soy yo?..

(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el día 13 de abril de 2013).

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