20130905

COMO LAS CHIMENEAS



Las chimeneas de las casas humeaban con el olor a azufre que daba el carbón, en uno de los días brumosos del mes de noviembre. Solo el olor valía para distinguir entre el humo y la niebla, que resultaba teñida no sé muy bien si por el humear o por el color parduzco de las fachadas. El silencio general era el natural previo a una nevada y solo lo rompía el silbido del tren que avisaba de las entradas y salidas de la estación. En la ciudad, apenas había gente ocupada, acarreando leña, preparando el sacrificio de las reses y las verduras en el mercado, abriendo alguna sacristía, cerrando algún calabozo tras la expulsión del último borracho sin hogar, y los carros del transporte subían la cuesta de la última calle para recoger sus mercancías del muelle ferroviario. Las bestias iban dejando sus boñigas humeando sobre el firme de los adoquines. Aún era pronto para el trabajo en los servicios públicos y en la panadería se derramaba el olor del pan que ya estaba listo para la venta. El alguacil roncaba en su cuarto, aturdido por los vapores del amoniaco de un bacín lleno. Y los colegiales aún dormitaban sepultados entre un cerro de mantas y los colchones encajados en las altas camas de frío hierro negro, aguardando, sin ser conscientes, la hora de acudir a la escuela.
         En el bar de la plaza, aun con luz eléctrica, pese a que estaba completo el amanecer, se despachó un café para Alvar el abogado. El reloj redondo de pared, con la marca francesa en el centro, sonó dando las siete y media. Llegó desde su casa, luego de estar toda la noche peleando con los escritos del pleito. Mirando a la taza, medio dormido, pensativo y con un punto de tristeza, repasaba todo dando vueltas con el índice por el borde. Pensaba en lo fácil que es resolver un conflicto si hay buena disposición y lo difícil si no la hay. ¡Cuanta mala leche había en las letras de la demanda! Pensaba. La misma que habría en la contestación. Así se habían producido los hechos desde el principio y así seguiría mas adelante. Por una cuarta de linde o un palmo de medición mal hecha se tenía la necesaria materia para destrozarse las partes toda una vida. Al fin y al cabo solo era el instrumento de su cliente y nada cambiaba con su opinión. Pero ese trabajo, fundado sobre pura mierda, no le hacía feliz precisamente. Le miró el chico de los periódicos cuando pasaba camino de la papelería y, por un momento, el jurista envidió su cara despejada de preocupaciones. Por un momento también, el chico pensó en cuanto tendría que trabajar para estar sentado en el bar tomando tranquilamente un café. Cogió el periódico que acababan de traer a la Cafetería y se fue directo a la última página. Ya había pensado, mas de una vez, que esa rara costumbre suya de irse a leer desde la última página hacia atrás, terminando con la primera, con la portada, pudiera ser memoria genética de antepasados árabes, que como es sabido sus textos se ordenan al revés a como los manejamos aquí. O quizá era por su decisión acostumbrada de leer primero las cosas intrascendentes y finalizar por las noticias más importantes y a veces dramáticas. Si, pero como siempre, un momento antes de irse, cerro el periódico, se quedó mirándole y con mucho cuidado lo dobló y lo dejo en su sitio.
         Llegó  el abogado a su casa cuando Julia, la chica que le ayudaba por encargo de la madre de ella, con las mejillas prendidas de rojo por el frío, estaba ya en el patio encendiendo con un soplillo de esparto los dos braseros de picón. Se miraron por un instante y como era costumbre ya en él, un golpe de emoción contenida le hizo olvidar todo, la noche en vela por el duro trabajo, las amarguras de los apremios que habría que afrontar para intentar aliviar a sus clientes, (con los que no conseguía ese trato frío que algún día le habían aconsejado), y la amarga y dura soledad,  que si bien le daba libertad para hacer de su vida lo que quisiera, le llenaba las horas de silencios y una enorme sequía de caricias y conversaciones de intimidad y complicidad, que no había alcanzado pero que ambicionaba. Ella se ruborizó con la tranquilidad que le daba la oscuridad que aún guardaba el rincón del patio, suficiente para que él no lo advirtiera. Siempre pensó Alvar que ella no podía fijarse en él. Solo verse rechazado le dejaba mudo, inmóvil e incapaz de nada útil para salir de dudas. Al fin y al cabo, con todos sus estudios no era más expresivo para  las relaciones amorosas que una chimenea, que de lo único que se sabe es que hay fuego, pero solo eso…

Subió el abogado por la escalera y fue directamente a su cuarto volviendo a hacer crujir las tarimas del salón donde aún calentaban en la chimenea las brasas del fuego que hizo confortable su trabajo nocturno. Se echó en la cama vestido y calzado, con los pies fuera por un lateral; después de poner el sonoro despertador para una hora mas tarde. Se quedó mirando el techo, enmarcando con los cercos de la escayola todas las ideas buenas que pudo acumular. Se quedó recreándose con el recuerdo de sus mañanas bajo el castaño de la huerta, junto al río, leyendo a Pérez Galdos y oyendo a las oropéndolas llegar curiosas hasta la higuera próxima. Cuando empezó a ver en color las hojas del castaño, se quedó plácidamente dormido. 

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