20130923

LA SIERRA EN ARMAS



Cuentan los mas viejos de los que van quedando en la sierra que, llegando al día de San Miguel  de 1579, fue reunido el Concejo de Malagón por orden de la autoridad y como era costumbre en el castillo. Ese era el día que por costumbre se habían de nombrar a los alcaldes y darles sus varas de mando. Después de algunas demoras  se dio repaso a las causas pendientes así como de las mejoras que habían de acometer para mejor gobierno, y el alcaide, titular de su autoridad por orden del rey, esperó desde arriba de una de sus cuatro torrecillas, la que daba a poniente, a que acudieran los que debían asistir de las caserías que habitaban en las sierras. Por la madrugada, habían salido el alguacil y alcaldes menores de la comarca a citarlos para que se acercaran y dieran testimonio. Había al parecer muchos miedos y temores, luego que llegaran desde la misma ermita del Santiespíritu noticia de la presencia inesperada de un hombre montado a caballo, con lanza y espada corta, que en latín, reconocida la lengua por el señor cura,  iba exigiendo todo lo recaudado por los que allí viven para las contribuciones pendientes, con la advertencia de que todo lo que se había tomado como tributo era de su propiedad, pues él era el señor de aquellas tierras y era menester disponer de ello para sus necesidades. Con estas nuevas al alcaide, junto con los Corregidores, tomaron la decisión de resolver el conflicto de la manera más pacífica posible y si no entrara en razón el hombre que lo había provocado habría que tomar otras medidas con la fuerza.
Bien temprano, al alba, el alguacil, Lorenzo de Aguilar, que llevó la orden escrita por la que debían ser citados, dio el paso ligero a su montura, a la que seguían las de los otros que le acompañaban y, en la primera legua, por encima de la laguna Nava grande, paró para hacer descanso del viaje y, bajo un roble grande que crecía al borde del camino, se sentaron para dar cuenta de las viandas que habían llevado consigo en un almuerzo rápido. En la reunión y, entre bocado y bocado, comentaron los hechos que les contaron y se extrañaron que hubiera aparecido un raro hombre a caballo hablando en latín. Uno de los alcaldes, Teodoro Freire, creía firmemente que se debía tratar de un bachiller, medico o  letrado que habría perdido el juicio, pues era sabido que en la Universidad de Alcalá, donde se hacían estudios de leyes y otras enseñanzas, todas se hacían en latín, así que debían leer y hablar en esa lengua, que ya esta en desuso en el lenguaje popular. Los alumnos de esa Universidad sabían latín con suficiente soltura como para poder hablarlo y entenderlo y no es el primer caso que alguien, después de apurar mucho el estudio, haya perdido el seso. Los que le acompañaban perecieron entender el argumento pero uno de ellos Juan Contreras, maestro de escuela y hombre de reconocido prestigio en la villa, añadió que para ser mas prudentes habría que incluir el supuesto de que el extraño jinete pudiera ser un clérigo, pues son los clérigos los que en aquellas fechas mas practicaban el latín, a diario en la misa, y lo habría estudiado profundamente y, desde luego, el que se le hubiera ido la razón no podía excluirse a un clérigo, pues hombres son y la cabeza la tienen como los demás mortales.
Terminado el descanso partieron hacia las caserías y mediada la mañana  llegaron hasta La Fuencaliente, primera que de todas ellas. Allí, puntualmente se informaron y al parecer el caballero  armado debía estar el Las Peralosas, pues hacia allí lo vieron partir. Entregaron la citación a varios de los vecinos de las caserías, incluida la de Santiespiritu y, cogiendo cuanto les hacia falta para el viaje, marcharon con los que les entregaron la citación hacia la villa de Malagón. No lo hicieron así con la de Las Paralosas porque tenían orden de no enfrentarse con el extraño caballero armado hasta que el alcaide del castillo ordenara lo que mejor habría de convenir.
Cuando empezaba a caer la tarde el alcaide del castillo fue avisado que llegaban los que él había citado y fueron preparando la sala donde habrían de prestar testimonio, para lo fue avisado el escribano Blas de Espinosa que al punto llegó hasta allí pocos minutos, ya que  se le había dado aviso de que estuviera en su casa.
Cuando estuvieron todos los que fueron interesados el alcaide preguntó a Domingo, elegido por los demás como portavoz,  que había llegado desde Santiespíritu, que es lo que había ocurrido. Dijo que dos días atrás se presentó un hombre, que hablando en latín, según se averiguó después, una vez que le contestó el señor cura que estaba presente, y que dijo llamarse Publio Cornelio, demandó con las armas que portaba en la mano, todas las alcabalas y tributos que se habían apartado para las contribuciones de las caserías. Lo que se le dio por temor a que hubiera alguna desgracia, pero con la advertencia del aviso que habría de darse a la autoridad de la villa de Malagón. Cuando se le dijo esto, él, de manera muy airada, dijo que la única autoridad que había en todas las tierras que hay, desde que sale el sol hasta que se pone, era él y nadie más que él, como general de los ejércitos del pueblo.
Cuando le pidieron que dijera como era el tal jinete armado y cómo iba vestido, todos los convocados coincidieron que iba vestido como un soldado antiguo, con sandalias, peto de cuero,  manoplas y  casco con penacho.
Cuando oyeron todo esto, al alcaide vino a recordar unas losas que habían sido desenterradas no hacía mucho tiempo y que decía en una de ellas Publius Cornelio princeps a carcuii, y en la otra lo escrito estaba borrado, no se si por el tiempo o por la acción del hombre. 
Ante el temor de alguna requisitoria desde Toledo, el alcaide mandó gente armada para intentar localizar y traer al que había sustraído por la fuerza los tributos e impedir que hiciera lo propio con otras caserías y dio cuenta de lo que aconteció puesto que en piedra se reconocía a uno llamado igual como príncipe y no quería conflictos con personas principales.

Se sabe que por el centro de la península llegaron las huestes de Publio Cornelio Escipión, llamado El Africano, el más prestigioso general del Imperio Romano. Pero no se pudo nunca explicar como pudiera aparecer un hombre con el mismo nombre  y el mismo aspecto, bastantes siglos después en las sierras de Malagón.

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