20131006

EL TÍO QUE VINO A DAR LAS GRACIAS



El autobús sigue dando empellones a la gente mientras el Paseo del Prado pasa deprisa. Lo pienso mejor y me bajo en la parada cercana a la plaza de la Platería. Resopla el bus antes de abrir las puertas, como siempre, y bajo deprisa. No se porqué pienso que si no lo hago así me voy a quedar dentro. Los plátanos orientales del paseo, cansinos, ennegrecidos por el humo grasiento de los coches, me observan con indiferencia. A estos árboles no los conmueve ya ni una ventisca que llegue de improviso. Miro al hombre cerúleo que me precede y no acabo de decidir si está así, con el ánimo encogido por una vida mala, o porque la enfermedad le ha cogido y no le suelta. Triste gente de esta condición, que salen de portales húmedos con olor a viejos cocimientos, hay muchos en Madrid. Las privaciones de aire puro y sol, el olvido de de las verdes profundidades de los valles cortados por algún cristalino río, agotan el mas fuerte cuerpo. En la urbe el hombre se remete hacia si, recoge toda su persona y solo muestra una curtida piel blanca que resiste los fríos del invierno, que suelen helar las fuentes públicas, o bien,  aguantan el fétido calor de los estíos embutido en un espeso aire caliente preñado de gases y polvo.
La plaza esta medio vacía. El sol de la tarde sigue quemando el suelo y su luz cegadora llega desde la calle de San Pedro como un caliente cuchillo. Remonto la calle y me paro en un viejo escaparate de lo que fue tienda y ahora es un bar. No han tenido mejor acuerdo que llenarlo de viejas botellas de todos los tipos y objetos fuera de uso. Podía ser una buena idea la decoración, si no lo hubieran dejado así desde le día que lo pusieron que, por el polvo que tiene, debió ser cuando vino Eisenhover a Madrid en 1959.

La calle de San Pedro es como una de tantas que hay en centro de Madrid. Por ella lo mismo ha bajado el pueblo alzándose contra los franceses, que el coche de bomberos a sofocar una chimenea ardiendo por el hollín. Posiblemente desde esos balcones se tiraron las macetas contra los invasores como dicen las crónicas de esos días. He pensado más de una vez hacerme con un viejo piso en una de estas calles, donde amanecer con el ruido de los vecinos yendo y viniendo. En esta calles nunca arraiga el tránsito de vehículos, no mas que lo que hicieron los coches de caballos en el XIX. Desayunar un cafelito y leer el periódico en la tranquilidad de uno de los pequeños bares del barrio es un buen principio para desgranar las horas del nuevo día. Ahora solo me conformo con pasear por las calles reteniendo en mi memoria cuanto veo como el que guarda apuntes en una carpeta. Siempre pasear me ha colocado los ánimos revueltos o trastocados a su mejor sitio. Fue en esa calle donde me acordé de lo que me contó mi amigo Pedro. Porque fue allí donde le ocurrió. Me dijo: -Seguía andando un buen rato por la calle de San Pedro y  en una bocacalle me llaman por mi nombre. Reconozco la cara pero no el nombre. Llevaba un traje muy arrugado como la camisa y parecía como antiguo. Peinado para atrás y demasiado joven como para que me llamara como lo hizo.- Mira sobrino.- dijo- pese a que no te veo a menudo y no quiero importunarte, quiero decirte que  la amá  estaría muy contenta con que te hagas con su casa en el pueblo, me he enterado que la venden así que si no es mucho quebranto para ti, puesto que vas a tener dinero, cómprala. Se que te gusta la naturaleza. Te hará feliz y a la amá también. Diciendo esto, sonrió y desapareció tan deprisa y súbitamente como apareció. Estuve un buen rato pensando cómo se llamaba y qué relación de parentesco tenía conmigo. Pero no lo localizaba y pensando estuve todo el viaje en el autobús y... nada que no me acordaba. Al llegar a casa, le di cuarenta vueltas a todo lo que me había dicho. Me llamó sobrino y, la verdad, no recordaba a ninguno de mis tíos con esa cara. Ni tan joven. Y luego no entendía que me hablara de la amá. Mi madre no era vasca ni ninguno de la familia, y amá es como se nombra en vasco a la madre.  Bueno una de mis bisabuelas era navarra, y allí se habla el vasco y el castellano en los pueblos del pirineo de donde era ella, pero ni mi abuela, ni mi madre nacieron allí. Por otra parte lo más sorprendente es que me dijera que iba a tener dinero para comprar una casa. No tengo ni un duro y, por lo tanto, ni puedo comprar casa alguna ni se donde está esa casa que me pide que compre. Así que pensé que se había confundido conmigo, creería que era otra persona. Pero... no, no se equivocó. En modo alguno. Un día, bastantes semanas después, al mirar un boleto de euromillones me enteré que me habían tocado 15 millones de euros y, pasado el momento de la alegría y euforia, me acordé de lo que me dijo aquel hombre que decía era mi tío. Claro que para comprar la casa de la amá, debía saber quien era ella y donde vivía, y para saber eso debería identificar al que me lo dijo. Así que recurrí a las fotos familiares que tenía mi tío Andrés. Fui a su casa y estuve viendo todas las fotos que tenía. Cuando estaba terminando de verlas me llevé una sorpresa. Entre las mas antiguas estaba la de un tío abuelo, Isidro, que se había ido a América y que nunca mas se supo de él. Era él, el que me abordó en la bocacalle  de la calle de San Pedro, con su traje de principio del siglo XX y peinado para atrás. No podía ser... ¿era una aparición? ¿Un espíritu que me daba un mensaje? Bueno, el caso es que no podía seguir con la inquietud y no saber quien era la amá  y, desde luego, no era mi madre ni mi abuela, así que llegué a la conclusión de que era la bisabuela que era la amá del tío abuelo Isidro y, sin esperar mas, me fui al pueblecito donde estuvo viviendo ella. Efectivamente estaba en venta su casa, y como estaba en bastante buen estado y era muy hermosa, me gustó y la compré.

Cuando le pregunté a Pedro si así acabó todo, el sonriendo me dijo: - No, ¡que va! Nada mas comprar la casa, una mañana que había ido al Museo del Prado, al salir, me fui a dar una vuelta por la calle de San Pedro, que tanto me había marcado en mi vida, así que subí por la calle de Huertas, paralela a la de San Pedro  y a la altura de la bocacalle común, y en la que apareció el tío abuelo, lo volví a ver un instante, solo el tiempo que duró lo que me dijo: -gracias sobrino.
(Publicado en el diario La Tribuna de Ciudad Real el 5 de octubre de 2013)

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