20131110

EL DESCUBRIMIENTO DEL ENIGMA DEL MANUSCRITO VOYNICH



Por la Gran Vía de Madrid, me encontré con mi amigo Leonardo. Lo conocí en el servicio militar. Andaba siempre ausente, y eso le procuró más de un disgusto con los mandos  de la compañía en la que estábamos encuadrados. No entendían que una persona pudiera estar tan poco interesada por la táctica, el tiro o la instrucción militar. Por mi costumbre de no querer conflictos, me amoldé a la vida aquella mejor que él y nos ayudábamos mutuamente. Leonardo me enseñaba lenguaje, literatura y astrología y yo, le hablaba de pintura, historia y arte, con los límites que tenía nuestra juventud. Fue allí, en 1978, cuando me habló por primera vez del manuscrito Voynich.
Este manuscrito es el gran misterio de la bibliografía universal. Llamado así por Wilfred M. Voynich, librero vienés, que lo dio a conocer en 1912, es uno de los documentos medievales más misteriosos que se conocen. Mediante la prueba del carbono 14, y con una fiabilidad del 95%,   podría datarse entre 1404 y 1438. Escrito en un idioma extraño o código que nunca se ha podido descifrar, pese a que durante la Segunda Guerra Mundial, criptógrafos aliados lo estudiaron sin éxito. Analizado por supercomputadoras sin resultado positivo. Se ha atribuido a múltiples autores, como Roger Bacon, el fraile franciscano y alquimista inglés (1214-1294) y Leonardo da Vinci (1452-1519). Edith Sherwood, académica experta en el trabajo de Leonardo da Vinci, ha dicho que el error  y fracaso de su traducción se debía al asumir, equivocadamente, que era un texto en inglés. Si, por el contrario, se parte de la base que el texto está en italiano medieval, toscano, y que las palabras son anagramas, (cambio del orden de las letras en una palabra para sacar otra) se puede llegar a una interpretación bastante razonable del contenido del manuscrito.  Lo cierto es que Leonardo me dijo que estudió el manuscrito todos estos años y habría descubierto la trascripción y el significado de las partes del manuscrito, herbario, astronomía, biología, cosmología, farmacéutica y recetas. Confesó que tenía en una nota de compra las coordenadas del lugar, un almacén amarillo, en que estaban las hojas que faltaban donde podía estar la trascripción. Quedamos para hablar de ello al verme muy interesado y me invitó a comer el jueves siguiente. Llegué puntualmente a la cita a las 13,30 del jueves, en su apartamento de  la calle del Olivar. La mañana estaba plomiza. Los vencejos iban y venían con las prisas de siempre y se avisaban con premura de la proximidad de la lluvia. Las nubes estaban oscuras, muy oscuras y con buena temperatura, hacia avanzar el misterio y cosas importantes. Subí por la escalera de madera que crugía de puro vieja y en el segundo me abrió la puerta Leonardo que me oyó subir. Nos acomodamos en su saloncillo y, con dos copas de un vinillo blanco delante de cada uno, contó sus impresiones. Basaba su historia en que era cierta la prueba de que se trataba de un lenguaje real y no inventado, aunque estuviera trocada en anagramas. Pasaba la prueba de la llamada ley de Zipf (que establece que en todas las lenguas humanas la palabra más frecuente en una gran cantidad de texto aparece el doble de veces que la segunda más frecuente, el triple que la tercera más frecuente, el cuádruple que la cuarta, etcétera). Por otra parte confirmaba que la lengua que estaba detrás del enigma era la del italiano antiguo, toscano, aunque también había parte en inglés antiguo, como el de la Oda de Brunanburh, del siglo X, que tradujo Tennysson; llegando a la conclusión que el contenido de parte de los textos eran una colección de conocimientos traídos de un antiguo códice de la biblioteca de Alejandría, comunicados por un hombre de mas de dos metros y medio, de pelo blanco, que habría venido en un artefacto volador que vino de las estrellas. Me quedé mudo después de todo lo que iba diciendo y, sonriendo al verme así, mi amigo se levantó y trajo una caja de madera llena de manuscritos hechos por él.
Me enseñó sus investigaciones, de semiótica, del lenguaje toscano, de historia, de grafología y finalmente en toda la información publicada en textos y en Internet sobre el manuscrito Voynich. Le pregunte si había trascrito toda esa información en digital y la tenía en un disco duro. Dijo que estaba en ello y solo le faltaba digitalizar las fotos de dibujos del manuscrito y fotos que le habían servido para llegar a sus conclusiones. Prometió que haría copia de seguridad y la guardaría en un buen sitio para garantizar que no se perdiera; quedó en enseñarme la traducción del manuscrito y me daría una copia de él. Nos citamos para otro día sin concretar.

Tres meses después, me enteré que Leonardo había tenido un accidente y había fallecido. Fue un hecho raro. Pregunté a su vecino de la calle del Olivar si tenía familiares conocidos. Lo desconocía y me comunicó que el día después de su accidente, llegaron unos hombres con la llave de su apartamento y se llevaron todos sus papeles. Traían un coche con los cristales tintados y la policía guardando su visita desde la calle. Como me vio interesado y sabia que era buen amigo de su vecino, dijo en voz baja que él tenia una llave y que subiera a ver si me interesaba algo. Subí, y efectivamente todos sus documentos habían desaparecido. Pero encima de un trinchero antiguo del salón, sobre el mármol, estaban sus revistas dominicales y una nota de compra. Me la llevé. Tenía unas coordenadas que estuve viendo por el Google Earth, eran del puerto de La Habana. Y efectivamente, según vi en varias fotografías había un almacén amarillo. Aun no he encontrado la forma de seguir indagando. No se si el enigma Voynich se habría descubierto; o sustraído por algún organismo estatal. O solo habría sido un caso fallido más sobre el manuscrito.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real el 9 de noviembre de 2013)

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