20140216

EL GUARNICIONERO



El cielo plomizo dejaba ver las nubes en movimiento el lunes 13 de febrero de 1826. La mañana fresca alivió de gente las calles y el humo del horno de la botica bajaba hasta la calzada revocando, con el olor a azufre del carbón quemado. Parecía que el mundo se había detenido... Pero no, todo seguía su inevitable curso...Oyó el boticario al caballo parar junto a la botica y cómo las botas daban un golpe en el suelo húmedo de la calle. Reconoció a Damián, el guarnicionero, su buen amigo. Mientras, él envolvía los dos cartuchos de papel, donde se podían leer en uno: Ajedrea y en el otro, Anís estrellado. Decía a Dominica cómo había de tomarlos. Miraba con incredulidad ella y con autoridad le espetó. - Mire señora Dominica, no se inquiete, con el anís estrellado le desaparecerán los gases que son los que le aprietan y provocan esos dolores que dice, y la ajedrea es para que no se le arruine el estómago. - Si usted lo dice don Mateo, así será. Es usted un hombre formal, cosa que va siendo escasa.
Sonó la campanilla de la puerta de cristal biselado con el emblema de la botica. Lejos, tocaban a vísperas en San Pedro, un repique con la campana gorda, las 11.30. Se abrió la puerta con los golpes de la campanilla y la voz de Damián: - Buenos días boticario, te traigo tu encargo: el horcate y la collera. Como veras, mejor no los va a tener ni el rey: con piel de vaca de primera. Espero que hoy no tengas mucha prisa y trabajo; quiero hablar contigo. - Vale Damián; para un buen amigo siempre hay conversación, aunque haya trabajo y prisas. - Me alegro que digas eso, pocos hay como tu, con buen genio. Necesito al amigo. - Sabes que lo tienes. Sube a la rebotica y espérame allí. Tengo que hacer algunas fórmulas y, mientras, hablamos. - Subo. Se despidió Mateo de la señora Dominica y detrás de su amigo subió las breves escaleras que accedían a la rebotica.
 Un crisol, encima de la mesa, pucias, matraces de cristal, redomas, y retortas brillando con el sol de la ventana. Un penetrante olor a alcoholes y aceites esenciales llenaba la estancia.  Pacientemente, en la oscuridad del rincón, una paila de cobre y un alambique callaban sin relucir.
 - A ver mi encargo… huy, huy, huy, has hecho un trabajo bueno, Damián, muy bueno. Tengo horcate y collera para toda la vida.Qué bien rematado todo. Coses como nadie. Gracias hombre, ya me dices lo que te debo…- Bueno Mateo, si hay que hacer cuentas tendremos que poner en la romana todo lo que me has ido dando este año y los remedios que me mandó el médico. Si hay que dar cuenta de mi salud, entre los dos, me la estáis sujetando, como dos mozos más fuertes que los del carro. – Bueno Damián, ya liquidaremos. Cuenta ¿que es lo que hay? ¿Qué te preocupa? - Mateo, recordarás que vine en agosto porque me dolía mucho el pecho y parecía que me habían clavado un cuchillo justo en el medio. El médico me dio aquél remedio de las tisanas y una dieta de fraile. Bueno está, no es que me quitara los dolores, no, pero algo de alivio si he tenido todo este tiempo, pero ahora me volvieron y me dejan parao todo el día. Me canso como un viejo. Quiero que me digas qué carajo es lo que tengo, si es que lo sabes y cómo me puedo aliviar. Tengo más fe en ti que en el matasanos.
Se quedó pensando, mirándole el farmacéutico, y pasado un momento contestó: - Mira Damián, por todo lo que me has venido contando, tu mal es que las venas las debes tener atascadas, Esto ya lo vio el gran Leonardo Da Vinci hace mucho tiempo en una autopsia, y cuando están así las venas, duele el corazón, que tiene problemas para dar suelta a la sangre y por eso estas cansado. Así que te voy a dar un saquito de sanguinaria para que te hagas una infusión, una por la mañana y otra cuando anochezca. Luego te digo donde la puedes coger del campo. Esta hierba tiene la propiedad de hacer la sangre mas suelta y facilita la circulación. Y por otra parte, te doy esta cajita en el que veras unos sobrecitos con ralladura de corteza de sauce que sirve para lo mismo, desatasca algo las venas, y además quita inflamaciones. Te haces una infusión, aparte de la otra, por la mañana al desayunar. Las medidas están apuntadas. Sigue con la dieta sin mantecas. Dentro de tres días me dices como te va. Si no tomas esto puedes verte mal cuando menos lo esperes, de repente. - De acuerdo Mateo así lo haré. Gracias – Espera… hay una cosa que no me has contado Damián, y que seguro está haciendo que estés peor de tu salud. ¿La has visto? Damián se le quedó mirando con los ojos vidriosos y tras unos segundos de silencio dijo: - No. La he escrito varias veces y no me ha contestado. Bueno, ya me voy haciendo a la idea. Estas cosas, sobre todo cuando no se entienden, necesitan su tiempo, pienso… ¿no? -Así puede ser. Pero cuídate. La vida da muchas vueltas. - Y tú ¿cómo andas Mateo? Me contaron que estuvo aquí el alguacil, mandado por el señor conde, para hacerte preguntas. No te voy a preguntar que es lo que querían, porque me lo puedo imaginar. Desde  la Real Cédula de 1824, todos están obsesionados con controlar y delatar. No se olvidan que tú nos ayudaste a los liberales. - No te preocupes Damián. Tarde o temprano se hará la luz. Mientras… yo… tranquilo, y tú cuídate mucho, que sabes que en este pueblo se te quiere, se te aprecia y valora. - Gracias Mateo. Tú si eres un buen amigo.
Salió Damián de la botica cuando los pucheros echaban sus aromas por las chimeneas, el aire racheado se encargaba de hacer sahumerios por las calles. El carro del panadero, pasó cargado de sacos de harina camino de la tahona. Las nubes oscurecían el mediodía pero no parecía inminente que fuera a llover. Damián llegó a su taller y  se pasó un momento por la cocina, donde en la alacena, dejó los remedios que le dio Mateo.
- ¿Que traes Damián? Dijo su madre, mientras le daba vuelta al puchero. - Son los remedios madre, que me ha mandado el boticario, don Mateo. No los cojas que me van a hacer falta. - No te los cojeré, no, que bastantes guarrerías ya tomo yo. ¿Pero tú, anímate que eso es lo que te trae  de mal vivir? La vida da muchas vueltas. – Si, eso dijo don Mateo.
Al mes siguiente, el segundo jueves, que se había levantado con un sol esplendoroso y ya olían las flores de los almendros, salió con prisas el boticario hacia la casa de Damián. Le abrió la puerta su madre con los ojos rojos, enramados, y le miró con angustia. Movió la cabeza negando y el boticario se puso a llorar. En el taller estaba Damián, sentado,  quieto, con los ojos fijos en el infinito. En su mano derecha, apretada la uñeta, y en la izquierda una trozo de cuero nuevo. Un grupo de leznas, yacían derramadas en el suelo. Le preguntó Mateo a la madre si se había tomado los remedios y ella… dijo que no sabía, que los guardaba en la alacena. Fue el boticario hasta la alacena y vio que los remedios estaban intactos. No se había tomado nada. La madre le dio una carta con leyenda: Para Mateo Velasco el boticario.

Le pedía perdón por no haber tomado sus remedios. Se entregó a la naturaleza.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 15 de febrero de 2014)

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