20140126

LA FOTO DEL PASILLO



Abrió Johannes (Hans para los amigos y familia) la puerta y se quitó la cazadora que llevaba puesta, dejándola en el armario. En el pasillo se paró, como hacía siempre, delante de un cuadro pequeño en el que había una fotografía suya, a los treinta años, con su madre. Siempre se quedaba un rato pensando en ese momento, congelado en el tiempo, y en la vida que tuvo con ella. Fue en su casa de Baviera. Aquel enorme caserón del siglo XVIII, de sólidos muros, con ventanales amplios desde donde se veían los valles del entorno de Bad Wörishofen. Ahora, en su casa, tenía algunas cosas que trajo de allí: Unos apuntes de Johann von Aachen, que dieron lugar a algunos de sus cuadros de motivos mitológicos, “Júpiter y Calixto”; “Baco, Ceres y Cupido” y algunos otros. De la casa también trajo edredones de plumón que llenaban las camas  en invierno de una elevada altura como si estuvieran preñadas. Su afición a la pintura se veía en todas las paredes del enorme piso, que antes fueron tres, de la última planta de un bloque de ocho.  Recorriendo las paredes del apartamento se puede hacer un viaje por los garitos de jazz de Nueva York, de Dublín o por las cafeterías de la ciudad, donde hizo apuntes de todos y de todo, a lápiz. Allí estaban y en su estudio la mayoría. Tenía una terraza exterior  desde donde se veían, los cerros próximos, el amanecer y el anochecer. Observatorio de astros en las noches de verano, con el olor de los macizos de Dondiego de noche, en los grandes maceteros, y que volvían  a salir siempre en Primavera, junto con los múltiples geranios que cuidaba con gran esmero, salvándoles de los nematodos.  Era su refugio personal, lleno de alfombras iraníes, muebles antiguos de exquisita calidad y gusto, de maderas nobles, unos heredados y otros comprados en una pequeña tienda anticuario de Madrid, cercana a la Castellana. Destacaba en el salón una gran librería larga, cargada de libros y recuerdos de su infancia que le hacían la vida más agradable. Salía por la mañana a dar una vuelta por el centro de la ciudad, compraba el periódico, revisaba sus cuentas en los bancos y terminaba en una cafetería muy antigua, de final del siglo XIX que se había salvado de los desmanes de los gestores del siglo XX. Luego, recogía sus cosas y volvía a su apartamento, el enorme piso, oculto para todo el mundo que no fuera alguno de sus vecinos, en las afueras de la ciudad. Como ya contaba al principio, nada mas abrir la puerta y dejar sus cosas, se entretenía en el cuadro con la foto con su madre que tenía en el pasillo de entrada. Él tenía en la mano una carpeta de cartón en la que, con una lupa, se podía leer en alemán: Fonds.  Luego esperaba sentado leyendo en el salón, hasta que, llegando  Sonia, la chica que limpiaba el apartamento, se retiraba al estudio, y de allí al salón, cuando llegaba a limpiarlo en su ruta.
Pensaba Hans  en ese día de febrero, que se le antojaba haber detectado un cierto olor a primavera. Algo así, o una leve euforia que creía se le estaba despertando. Miró desde el ventanal hacia el horizonte, los cerros y el color que veía en el cielo pareciera realmente el despertar de la Primavera. Luz brillante, aromas que llegaban desde la terraza, propios de aceites esenciales y resinas que desprenden las aromáticas y los frutales al romper en yemas tiernas y pujantes.  Se quedó sentado en su sillón, entornó los párpados  y empezó a pensar en todas las primaveras que vivió en Bad Wörishofen. Recorrió con sus recuerdos, que parecían cobrar vida y color, los caminos de la montaña, plenos de de flores de los groselleros, de las de fresas en los taludes de las pendientes, junto al camino, de las tiernas plantas que cogería mas tarde de Caryllopheaceae, que tan buenas están en los revueltos, o a la crema. Parecidas a las que en estas tierras llaman collejas. Parecía oír los broncos rumores de los arroyos con el deshielo, precipitándose valle abajo, con truchas haciendo su vida en las aguas frías. Y  alguna nutria o visón, intentando salir a por  las truchas. Caminos sorteando las heces de las vacas, unas recientes, otras secas. Imaginó el cruce de alguna jineta, o quizá mangosta  en  rápido desplazamiento, posiblemente enfebrecida con tareas de caza.  Recordó los encuentros con los paisanos, de buena conversación, y con los que aprendía mucho. Profesores destacados de la naturaleza en aquellos parajes. Sonreía y se volvía a recrear los días en que saldría hacia su casa, después de dejar el ejército, aun con el uniforme puesto, cansado, con la bolsa de lona llena de sencillos recuerdos que traía del servicio, y fotos de algunos compañeros con los que habría quedado y que nunca volvería a ver. Siempre pensó que salir de una pesadilla es motivo bueno para sonreír y dejar que un momento de felicidad inunde el cuerpo. Su padre, que vivió la primera gran guerra, le recomendó que, antes de irse de casa a servir a la patria, guardara en la bodega, bajo los anchos muros, lo mas esencial para volver a vivir sin apuros, si es que algún día lo hacía. Así lo hizo. Bajo el suelo de la ultima pieza de la bodega, donde estaba una tinaja de vino, entre varios estantes llenos de botellas vacías, las llamadas Bookesbeutel, mandó hacer un depósito para un motor, -según dijo al albañil que lo hizo-, y para los fondos de reserva que le recomendó su padre, realmente. Metió varios lingotes de oro y plata y algunos fajos de las acciones de Bayer guardadas en una caja de hojalata, sellada con cera. Cerró el suelo con las mismas losas de piedra que tenían y allí quedó.  Volvió a sonreír y cerró los ojos, somnoliento.
Cuando empezó a coger el sueño, se oyó que abrían la puerta. Entraba su hija con los niños. Así les llamaba él. Uno de ellos, Franz, se quedó mirando el cuadro de la fotografía y pasado un momento dijo en voz alta: -Mamá, este de la foto es el abuelo ¿no? - Si. Dijo su madre. -Murió en 1943 no? - Si. En el frente. -¿Que era eso del fondo que nos contabas cuando éramos pequeños? -Bueno, una cosa que me dijo la abuela cuando yo era muy niña,  él había escondido un fondo para que le sirviera a la familia después de la guerra, si es que empezaba, como así fue. Nunca  dijo donde estaba y no se si realmente lo hizo. No nos hizo falta. Las tierras de lúpulo  nos han dado para vivir bien siempre. - Pues me parece que ya se donde puede estar ese fondo. Llegó su madre y él, señalando con el dedo a la carpeta, le acercó una lupa y, cuando lo vio su madre, se miraron con cara de enorme sorpresa y nerviosismo.- Franz, yo he visto esa carpeta en la casa de Bad Wörishofen…

Hans les miraba sonriendo desde el salón y pensó: ya quedo tranquilo. Dejó de reproducir su vida imaginada y no volvió más al apartamento. Parece ser que está en Bad Wörishofen.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 25 de enero de 2014)

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