20140121

LA PLUMA FUENTE

Hubo una vez un checo, escritor, que tenía una preferencia permanente por estar detrás de una ventana, de una puerta acristalada,  o tras cualquier cristal, que lo tenía esto con afición como quien tiene una invisible protección; pues sentía en ello la tranquilidad que buscaba siempre. Esa manía, que era como cualquier otra, de las que tenemos los demás, vamos, era lo que los psiquiatras llaman neurosis. La frustración, el abandono, puede hacer estragos en cualquiera y para Thomas Novàk  era una realidad con la que había aprendido a convivir. Pasaba las horas muertas en el alfeizar interior de la ventana de su estudio, sentado, con un libro en la mano, un lápiz en la otra y la cabeza llena de todo un mundo de pensamientos, recuerdos, experiencias y algunas, por qué no decirlo, desgraciadas. De su casa salía, si, pero las más de las veces, y dejando aparte los ratos de las compras y compromisos varios, pasaba largo tiempo en la céntrica Kavàrna Slavia (Cafetería Slavia). Nada más entrar, llegaba el intenso olor de la bollería recién hecha. Olor que le envolvía en su permanencia en una mesa que ocupaba siempre, junto al amplio ventanal que daba al exterior. Veía a la gente pasar por la calle, algunos le miraban con una cierta curiosidad, Él veía pasar las estaciones, la nieve, la lluvia, los brotes de los árboles en primavera, y le parecía oír desde allí el rumor de la corriente del Moldava, cuando se abrían los ventanales al ambiente exterior. Desde aquella mesa escribía en un cuaderno todos sus escritos, a mano, con una pluma estilográfica sencilla, una Parker semejante a otra que le había regalado su amigo Franz y que le fue robada en la calle. Él, sabía de la extraña cualidad que había adquirido su segunda pluma: no se le acababa la tinta nunca, por más que escribiera y pasara el tiempo. Eso venía ocurriendo, precisamente, desde que se había quedado solo. Nunca le confesó la extraña cualidad de la pluma a nadie. No le iban a creer.  Con la pluma se adentraba en otras vidas, otros ambientes, otros mundos, sacados de su imaginación, de su interior que era lo más fértil que retenía y de todo ello múltiples historias, narraciones, relatos en resumen. Sus escritos salían en el periódico Právo, todos los jueves, y eran seguidos con interés por gran parte de los lectores habituales. Precisamente eran sus escritos los que le mantenían con el ánimo firme y le servían para pasar de un día a otro con gran dignidad.
Un día, cuando estaba en la mesa de la cafetería escribiendo, se acercó un niño de unos cinco años, con cara de listo. Se puso a su lado y preguntó: - ¿que es lo que estás escribiendo? Thomas contestó – Un relato. -¿Y eso que es?  – Es como un cuento. ¿Sabes? Todos los jueves hago un cuento para que lo lean los lectores del periódico Právo. Me gusta hacerlo. – ¿Pero siempre lo haces con esa pluma? – Si. Además, te voy a contar un secreto (y se le acercó al oído del niño hablándole en voz baja) - Esta pluma es mágica. Nunca se le acaba la tinta y parece que quiere que siga escribiendo. ¿Sabes? – Bueno… pues estarás contento ¿no? Sentenció el chico. – Claro, por eso sigo y sigo escribiendo. El chico se fue con sus padres,  desde donde le hizo una señal de despedida con la mano.
Así siguió con sus escritos Thomas todos los días, pero, dos meses después, cuando iba a  escribir en la mesa del Slavia, la pluma hizo un trazo apenas completo hasta que no sirvió para escribir. La tinta, parecía haberse terminado. La abrió y efectivamente, el depósito de tinta, que siempre aparecía lleno ahora estaba totalmente vacío.
Media hora más tarde estaba Thomas quieto. Con un brazo cruzado y el otro sujetándose la cara y barbilla en actitud pensativa. La mirada fija hacia abajo e inmóvil. Una hora después vino una ambulancia y se lo llevó. No había nada que hacer. Había fallecido y lo llevaron directamente a la sección forense del hospital más cercano. Nadie, salvo los compañeros del periódico, le hicieron compañía y su presencia acabó con una reseña en el Právo en el que se hacían eco del lamentable suceso y comunicaban el fin de los relatos del jueves.
Un mes después, los camareros de la cafetería se dieron cuenta de un hecho que los tuvo intrigados. A la hora en que Thomas solía ir al Slavia a escribir, ningún cliente de los que llegaban se quería sentar en la mesa. Hacían intención de hacerlo pero se iban a otra o se marchaban directamente. Alguien dijo que hacía mucho frió allí. Lo cierto es que, cuando terminaba el tiempo en que solía estar Thomas en aquella mesa, se pasaba ese extraño efecto y los clientes se sentaban sin problemas.
Así estaban las cosas en el Slavia hasta que una camarera observó una excepción al extraño fenómeno. Una mañana, a esa hora, una mujer joven se sentó en la mesa y, aunque hizo gestos de tener frío, permaneció en él, donde pidió un café con leche, que le sirvieron. La camarera contó que la estuvo observando, junto con una compañera de la barra a la que avisó del hecho, y vio como la mujer, asentía varias veces con la cabeza y también hacía el gesto de negar de igual manera, como si estuviera en una muda conversación con alguien. Cuando negó la primera vez, las lágrimas le llenaron los ojos que tuvo que secarse con un pañuelo. Cuando se cumplió el tiempo que normalmente permanecía Thomas en aquella mesa, la mujer se levantó y se fue.

Desde ese día los clientes ocuparon la mesa vacante con toda normalidad y los camareros dejaron de inquietarse. Aun cuentan el suceso, aunque pocos lo creen. 
(Publicado en La Tribuna de Ciudad Real el 18de enero de 2014)

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