20140510

EL BAJO PUNTUAL


En aquella tarde de abril,  en el coro olían las maderas del órgano como ramas de cipreses agitadas por la tempestad; permanecía mudo toda la semana esperando que alguien le moviera sus claves para dar viento a sus tubos y con el oficio suficiente para no deshonrar a Vivaldi, a Corelli o a J.S. Bach. Los jueves había ensayo y, hasta el coro, subían los niños las empinadas escaleras de madera donde esperaban el organista y el bajo, Don Genaro, puntual siempre. Los demás, venían antes o después pero a las seis en punto allí estaban todos. Antón,  que daba la voz del tenor; se movía por el mundo con elegancia fingida. Hombre educado, reservado, pausado en sus maneras, debía esconder alguna causa perdida, por cómo tenia que fingir su coraje. Seguramente lo tenía, pero él no parecía tener interés por hacerlo ver. Respetuoso con el barítono, cura de la Parroquia de San Dimas, don Saul, al que daba conversación, sentados en las sólidas sillas de madera sacadas de la herencia de una condesa viuda. Hablaban de literatura, especialmente poesía, para no entrar en discusiones que pudieran terminar en conflicto, así, ni política ni religión solían salir de sus bocas. Lamentablemente don Saúl tenía una terrible tendencia a terminar siempre hablando de Campoamor, o de Gabriel y Galán; poeta de su tierra extremeña. No parecía querer aprender más horizontes. Antón, flaco tenor, escapaba hablando finalmente con el bajo, Don Genaro, intentando sacarle información de su extensa cultura musical de la que nunca hablaba, pero que siempre era alabada por el organista; pero no, no le contestaba a eso, solo sonreía; si comentaba la marcha de los equipos de fútbol, y el cura, canónigo vetusto, al que el portero del Purgatorio se le debió pasar  de lista para dejar este mundo, pasaba una y otra vez las páginas del Marca como buscando algo que no hubiera leído o que no se acordara, y le miraba Victoriano desde la banqueta de los teclados del órgano, con pena contenida, con rabia no disimulada, cuando intentaban sacarle algún comentario sobre los compositores, sin resultado alguno. Abanicaba el aire pasando las páginas del periódico, como si fuese el aleteo de un extraño pájaro queriendo salir de aquel encierro. Los cuadros de santos y cuatro beatas, que siseaban entre los bancos estaban como ausentes.  Desde arriba, en el coro, con sus voces reverberando entre las nervaduras de piedra de la bóveda y las enormes paredes de la catedral, repasaban los cánticos en voz baja. La Misa en si menor BWV 232 de Bach  - Kirie eleisoooon... Aquel día se quedarían en el “qui tollis”. Los niños observaban. El órgano iba a comenzar y el organista, antes del ensayo, tocaba alguna pieza del Barroco. Siempre, a las seis y cuarto. Tocaba y observaba al bajo, como esperando aprobación.

Los chicos comentaban curiosos cómo funcionaba el mecanismo del órgano y el más pequeño, con los ojos muy abiertos, oía asombrado del ingenio. El aire de la catedral, al pasar por los tubos y mutarse en mágicos sonidos iba a transformar el momento. El músico sabía de este efecto entre los miembros del coro y él mismo parecía entrar en trance. En el  atril se podía leer: Concerto III opus 6 en do menor de Arcangelo Corelli.

  Sentado en la banqueta del órgano, Victoriano, repasaba la carpeta de cartón donde había traído las partituras. Todos sabían que con los latigazos de las gomas de la carpeta todo estaba listo para empezar. Sonaron las gomas y echándose para atrás, con parsimonia y cuidado, puso manos y pies en los tres teclados y la pedalera del órgano. El templo se llenó de armónicos sonidos que inundaron todo y hasta las beatas pararon sus siseos, mirando para atrás quedando mudas y emocionadas con las notas de Corelli.  La catedral parecía más grande que nunca, la soledad del todo el día que la preñaba, se diluyó entre los timbres de los tubos hasta que, finalmente, llegaron las escalas finales, acariciadas por la tibia luz de las lámparas, antes inertes, ahora recobrando la vida que el maestro vidriero les dio. Quedó la composición expuesta y la resolución final con las súbitas escalas de vertiginosa majestuosidad. Las manos de don Genaro, apretaban el periódico y sus hombros se movían queriendo llevar los tiempos de la composición. En un momento, se sujetó el pecho con las manos y pereció tener un súbito sudor frío.
Cantaron las partes del día de la Misa de Bach con menos repeticiones que las acostumbradas. Y se fueron.
El jueves siguiente llegaban desde la avenida los chicos para el ensayo de la semana. Ese día lo hacían juntos por que venían de jugar al fútbol. Les habían dicho que podían ir media hora más tarde al ensayo. Empezarían los mayores primero. Animados, embromándose unos con otros, iban unas veces andando hacia adelante, otras, dándose la vuelta, marchando de espaldas. A cincuenta metros de la catedral, oyeron música.- ¡Don Victoriano esta tocando! ¡Son las seis y cuarto! Aceleraron el paso y entraron en el templo. Llegaron hasta la escalera y subieron. El más pequeño y ágil iba el primero. Al llegar arriba se detuvo en el último escalón y quedó extrañamente serio. Estaban allí, Victoriano el organista y don Genaro. Este último tenía un aspecto extraño. No parecía real. Los chicos se miraron y sin decir nada bajaron la escalera y deprisa salieron de la catedral. Sonaba el Concerto III opus 6 en do menor de Arcangelo Corelli. Pero para ellos, no sabían porqué, no debían estar allí. Se encontraron con Antón que venía a hablar con el organista y les dijo: - ¡Eh, eh, eh! ¿A donde vais tan deprisa chicos?  Todos a la vez querían explicar lo que habían visto pero apenas tartamudeaban alguna palabra. – Vamos a ver chicos... tu Ángel, que eres el mayor, ¿qué pasa?


El muchacho, despacio y temblando contó lo que vieron. Está don Victoriano tocando... (Casi susurró – Si ya lo oigo y... ¿que os extraña? –Esta con don Genaro y le sonríe...- No, no chicos, no digáis eso... ¿es que no sabéis que Don Genaro murió ayer por la tarde? A las seis y cuarto. Cuando rezaba en el coro con el breviario. Así que no puede ser él.  Ángel miró a los demás y dijo: - ¡Madre del amor hermoso!.. ¡Yo me largo! Los otros chicos no dijeron nada: salieron corriendo con él, espantados, llenos de terror. – ¡Pero chicos!.. Subió al coro y al asomarse, vio a Victoriano y a su lado al difunto, sonriéndole. Puntual como siempre.
(Publicado en el peridico "La Tribuna de Ciudad Real" el 3 de mayo de 2014)

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