20140610

2044. LA NIÑA



Cuando vivíamos en la gran crisis, todos estaban mirando a la economía, la particular y la general, por eso, ahora que quedan lejos esos tiempos, cobra especial interés, para explicar sus facultades, lo que dijo en aquellos tiempos Susana, la hija de Bart en mayo de 2014. Pasaron ya más de veinte años y los seis que tenía entonces se han convertido en veintiséis. En aquellos días de la crisis, en primavera, cuando hablaba su padre en el banco con su amigo, que le aconsejaba en materia de inversiones financieras, la niña les interrumpió y dijo: - Papá compra renovables, todas las que puedas. Es difícil de entender como que una niña de seis años supiera lo que son las renovables y que importancia pueden tener para la sociedad. Pero estoy hablando de Susanita, una niña que cuando tenía 10 meses ya sabía tararear el Danubio Azul y reconocer en un corro a todas las personas por su nombre. Además, como me contó Bart más de una vez, esta niña tenía la misma cualidad de la tía de Bart, Lily. Tenía una facilidad excepcional y asombrosa para la premonición, heredada de ella, con seguridad. Había anticipado acontecimientos más de una vez, y con una precisión que dejaba descartado el azar. Lo cierto es que los cambios drásticos en el clima, unidos a la certeza del descenso de los recursos del petróleo, hizo que se volcaran hacia las renovables,  de manera decidida, total. Las acciones que compró Bart de renovables, en contra de la opinión de su amigo bancario y haciendo caso de su hija, le hizo multiplicar su inversión diez veces. Ahora, en estos días, me contó Bart la discusión que había tenido con su familia sobre la compra de su casa en la playa de Huelva. Se han jubilado los dos, su mujer y él, y querían irse a vivir allí casi todo el año. Hablaban de comprarla en Isla Canela y su hija Susana que estaba pensativa dijo muy alterada: - ¡Ni se os ocurra! ¡Vamos, que disparate! ¿Tú sabes papá como es ese sitio? Esta construido todo en una zona de marismas, protegidas todas las urbanizaciones por un talud de tierra, arena casi todo, que evita que las mareas entren e inunden todo. Si vais a comprar algo cerca de la playa, comprar en un sitio que este protegido, muy protegido. Puede estar cerca de la playa y sin embargo en un sitio elevado. Vamos que si yo tuviera que comprar lo haría en un cerro o montaña, cerca del mar, desde donde se ve un paisaje marítimo precioso y sin embargo esté a salvo de los fenómenos de las corrientes marítimas extremas, recuerda papá que llevamos quince años con el clima totalmente distinto, y la tierra se está adaptando a eso.  Bart, convenció a la madre (que debía estarlo antes de que lo hiciera él, al verla asentir a  lo que decía su hija).
Se compraron casa  en la urbanización del Pinar de la Bola a más de 50 metros sobre el nivel del mar, arriba de un cerro desde el que se divisaba la costa.
Un día del año siguiente, después de tomar café en la sobremesa, en la parte posterior de la casa, donde tenían el porche que miraba hacia el interior,  desde el  valle se empezó a oír un ruido bronco, fuera de lo común. Si no fuese por el inmenso vacío de la llanura que en ese momento extrañamente había: sin animales, sin aves, sin nadie, pareciera que se fuera acercando una inmensa estampida. Transcurridos unos momentos, algo empezó a brillar como oro viejo en la entrada de los pequeños valles que llagaban hasta este. Fue Bart dentro de la casa, con prisa nerviosa y gran inquietud, para coger los prismáticos y mirar en aquella dirección. Pero no venía de allí, sino desde la parte delantera de la casa, desde donde vio algo que no tenía nada de natural. Sin haber llovido nada durante meses, sin tener cerca embalse alguno al que poder atribuirle aquel hecho, una enorme masa de agua se iba acercando por la llanura de la costa y se iba introduciendo por los valles laterales orientados al sur.
Agua con parda espuma, que con los rayos del sol, daba un color metálico, brillando con destellos propios de sus reflejos, inundando toda la llanura. No paraba ni se atenuaba, su avance era constante y todo iba desapareciendo a su paso:  las urbanizaciones de la costa, arbustos, árboles, colinas, y alguna casa aislada de las de labor más arriba; todo cubierto por una voraz marea que iba engullendo todo, inundando la llanura, cambiando el paisaje por uno muy distinto e insólito.
En ese instante, un húmedo escalofrío de pavor fue invadiendo su cuerpo. Tenía un pensamiento que no dejaba de acudir constantemente, obsesivamente a la cabeza: ¿de donde venía el tanta agua? ¿del mar? Fue adentro de la casa y sus temores se confirmaron: Entre grandes dificultades por el constante silencio de las emisoras de radio, pudo oír una llamada de socorro general que reconocía la procedencia: era agua del mar. El mundo, la realidad, la tranquilidad y la estabilidad, se trocaron  en un gran derrumbe que se llevaba su ánimo y el de su familia hasta la desesperación. Veía como seguía avanzando el agua y subiendo la cota de su nivel. La campana de una Iglesia cercana comenzó a tocar a rebato dando la alarma. Su sonido le hirió el corazón como con un cuchillo. El agua, cada vez más cercana, y el rugido de su devastación, más fuerte y bronco. Pensó en la gravedad del momento. Se juntó la familia, dentro de la casa y subieron al piso superior. En los siguientes minutos interminables se empezaron a tranquilizar cuando todo parecía perdido: la inundación se paró a escasos metros de su casa, en el inicio de la urbanización. La tragedia era enorme. Varios pueblos se los había engullido el tsunami: ¡Un mar inmenso de aguas oscuras estaba ante ellos! Sin apenas aliento y rendido exclamó: - ¡Dios nos asista!
Después de quince minutos, oyeron por  la radio del móvil que un mega tsunami se había engullido la costa atlántica. Procedía al parecer de un derrumbe de ladera de la llamada Cumbre Vieja, en un volcán de la isla de La Palma, en Canarias. Miró Bart a su hija Susana, la abrazó y besándola con fuerza en la frente, dijo: Gracias hija mía, nos salvaste la vida. 
(Publicado el el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 31 de mayo de 2014)

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