20140623

LA CENA CON CALIPSO



En una oficina muy grande, lujosa, de gran poder, en la parte baja de la Viale delle Brigate Partigiane, de Génova, sexta planta, tenía despacho Odisseus Werner, un joven muy inteligente y de astucia fuera de lo común, que llevaba la gestión de las cuentas más grandes de su empresa. Esto era así, no solo por tener una excelente formación académica, sino porque había adquirido gran experiencia en Hong Kong, en una empresa de la competencia. Giulia, su secretaria, entró en el despacho y sin esperar a que le dijera lo que le traía allí, Odisseus le espetó: - Giulia, dale a Marco este dossier, en él están las dos cuentas que llevo y que quiero que las gestione él hasta que vuelva. Me voy de viaje. No aguanto más, Giulia, creo que ya va siendo hora de que me tome unas vacaciones y resuelva si vuelvo o tomo otros rumbos más tranquilos. –Pero, pero…pero jefe ¿cómo te vas a ir ahora… con las dos cuentas en su momento más decisivo? ¡Que es muchísima pasta la que está en juego! Ya se que Marco lo puede hacer bien, pero sabes que el que deja a otro que haga el trabajo… ¡corre el riesgo de que, si lo hace bien, le quite el puesto! –Si, si si, Giulia ya lo sé pero me importa una mierda. En este momento solo me preocupa una cosa: ¡Yo! - ¿Pero te pasa algo jefe? – Bueno… me pasa algo, o no me pasa. Ya no voy a analizar eso, solo se que tengo que perderme y recuperarme, estoy hecho una mierda y no estoy satisfecho como va mi vida. Así que… ¡hasta luego guapa!
Mientras decía estas cosas, Odisseus estaba recogiendo sus cosas más íntimas y las iba metiendo en una caja de cartón. Terminado esto y habiéndose despedido de Giulia, con un beso, que la hizo ponerse colorada, (era el primero que le daba en seis años que llevaba con él), cogió el portante y bajó en ascensor hasta el aparcamiento donde cogió el coche y puso rumbo hasta el cercano puerto.  Allí le estaba esperando un pequeño velero de 1922, que había comprado de segunda mano y se había encargado de restaurar y darle lustre. Entro en el camarote y dejando encima de la mesa la caja con sus cosas, sacó de un pequeño armario, la documentación de navegación, (que repasó por ver si estaba toda), ropa mas cómoda, la que guardada para navegar, y después de enfundarse el pantalón, los zapatos náuticos y una camiseta de algodón espeso, a rallas verdes, Salió a la cubierta y soltando amarras partió de puerto.
Aquella mañana era preciosa. El mar estaba en calma y una templada calima teñía de rosácea luz la costa, al fondo, por el este, el cielo se iba llenado de agrupaciones de pequeñas nubes. Se quedó un rato mirando hacia allí abstraído, quien sabe si con lo que dejaba, o con lo que pensaba podía encontrar. Las olas batían contra el casco y era toda la sonoridad que se podía oír. Con cada golpe de mar su tranquilidad iba progresando, como lo hacía el velero con rapidez, Ceñía el viento con habilidad y el rumbo SSE (sur, sureste) prometía días de navegación y noches llenas de constelaciones, prestas a darle fiel a su rumbo. Sentado cerca del timón, fijo en el ruta marcada, y que controlaba de cerca, puso el cronómetro en hora y cogió un libro que llevaba en la bolsa, se reclinó y se puso a leer, la luz de la tarde iluminaba el título de la portada, que se podía leer: “Ulises” y el autor: James Joyce.
 Después de tres días de navegación, habiendo bordeado Creta, Rodas y  recalado en pequeños pueblos de la costa, dormido en el propio barco, partió de la costa turca, desde Kas hacia el sur. Hombre muy ordenado y minucioso en todo lo que hacía, tenía el pronostico meteorologico a la vista y no parecía inquietarle. Sin embargo en tres cuartos de hora, un cielo con pequeñas nubes de aspecto poco preocupante, se convirtió en uno de muy negras nubes y vientos racheados que golpeaban el las velas con violencia. Le tenía muy ocupado y dudando si volver a puerto en vista del temporal que se avecinaba. Mientras lo decidía o no, una racha fortísima de viento, golpeó en  la Vela mayor y puso en grave aprieto también al Foque. Mientras ponía remedio al desastre, que le había sorprendido recogiendo velas, otro golpe del viento enfurecido rompió el palo de la mayor y destrozó el del foque también. Amarrado al timón, y con la brújula en la mano, intento hacerse con el gobierno del barco y no llegó a enterarse de su destino al recibir un golpe de la botavara en la cabeza. Así pues quedó a la deriva toda la noche. Cuando despertó estaba en una pequeña isla, encallado en una cala cerrada de arenas blancas. Se curó las heridas con los remedios del botiquín y salto a tierra. Subió a la cumbre más alta del pico cercano, luego de pasar penalidades entre las breñas,  y no supo identificar que isleta podía ser aquella. La recorrió largo rato para reconocerla, con tranquilidad y anotando los datos que consideraba de interés de su camino. Cuando estaba comiendo unos fiambres, oyó como se quebraban unas ramas. Alguien se acercaba. Apartando las ramas de un verde quejigo, apareció una joven muy hermosa y de aspecto extraño. Vestía túnica blanca de algodón muy fina que hacía transparentar su cuerpo. Hablaba en griego. Le invitó a su casa. Una pequeña vivienda muy acogedora oculta en una cala muy cerrada, entre la vegetación, que, sin embargo dejaba ver desde sus ventanales el mar. Su aparición le hizo recordar a las aventuras de Ulises, en la obra de Homero.  No estaba muy equivocado pensó, cuando le dijo su nombre: Calipso. Era un nombre que le gustó a su padre, profesor de humanidades en la Universidad de Atenas. Vivía sola. Todos los sábados se acercaba una embarcación que le traía los víveres y la correspondencia. Cenaron en la terraza. Comprobó con placer la buena conversación que tenía Calipso. No le dijo nada de su pasado; demostraba mucha cultura y una bondad extrema; casi le hizo llorar su limpio ánimo, sin reserva alguna. Hacía muchos años que no encontraba una persona así. Al preguntarle si quería marcharse pronto, aclaró que, a ella, le gustaría que se quedara todo el tiempo que quisiera. La miró a los ojos y sin dudar un momento le contestó: - Todo el tiempo que quieras que esté a tu lado. Ella acercó su cara y abrió la boca, que no dejó lugar a la palabra, y le besó lentamente. Le ofreció una copa de vino oscuro muy afrutado y levantando la copa le dijo. - Estas en casa. Creo que te estaba esperando.

En la sexta planta del Viale delle Brigate  Partigiane de Genova, no volvieron a ver a Odisseus.
(Publicado en el periódico "La Tribuna de CIudad Real el 21 de junio de 2014)

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