20150116

SALVINA


Cuando le pregunté a mi amigo Alfredo que iba a ser de él cuando fuese mayor, después de reprocharme que no pensara en el futuro, me contestó que le gustaría ser como su tía Salvina, la hermana de su padre, Sócrates, e hija de su abuelo Corban, que así se llamaba. Su tía era callada, con fama de prudente. Se limitaba a observar a la gente antes de pronunciar palabra alguna, salvo si preguntaban; entonces si, contestaba, aunque, si podía, con monosílabos. No es que fuera huraña, no, simplemente que no le gustaba hablar. Alguna vez dijo que ya se había equivocado lo bastante para volver a hacerlo, a no ser que fuera inevitable. De mediana estatura, de pelo castaño con las canas mudando a gris, retenía algo de la belleza que debió tener en su juventud. Todo el día ocupada, con sus obligaciones y con las de los demás, pues, de puro generosa, nunca daba prioridad a sus aficiones que rara vez la ocupaban. Solo de vez en cuando, la vieron leyendo, oyendo música o dándole a las agujas de punto para hacer mantas de patchwork, con los restos de lana que le sobraban de cuantas prendas tejía sin parar en cualquier estación del año. Un día contó a Alfredo sus andanzas por el mundo. Praga, en la que había estado viviendo como funcionaria de la embajada de Francia, pues tenía la doble nacionalidad por su nacimiento en Paris, o sus experiencias en Roma o Lisboa. Ella nunca dijo que es lo que había estudiado, pero su hermano, Sócrates, dijo que había sacado el doctorado en Astrofísica en la Sorbona. Se contaba que estuvo trabajando para la NASA durante varios meses en  Robledo de Chavela, en el Madrid Deep Space Communications Complex (MDSCC), el Complejo de Comunicaciones del Espacio Profundo de Madrid, con ocasión de la misión del Apollo XI, en 1969, cuando pisaron, Armstrong, Michael Collins, y Edwin E. Aldrin la Luna por primera vez; pero esto, nunca se pudo confirmar por la familia, y era una cuestión de la que ella no quiso hablar nunca. Se la veía en las noches de verano, y algunas de las de invierno, hiciera frío o calor, salir a la terraza de su casa de Cercedilla, con un telescopio de gran potencia que había comprado, escrutando el Universo y anotando en un grueso cuaderno de tapas duras y de color verde al agua. Una vez que tuvo más comunicación con su sobrino Alfredo, le hablaba sobre sus teorías sobre la comunicación interestelar, con mucha pasión. Hablando de ello, sí se extendía en su discurso; creía que no debía esperarse señales en  ondas radioeléctricas, sino por la luz de las luminarias que hay en el cielo.  Cuando fueron presentados los discos compactos en 1980, (CD),  explicó a su sobrino que sus teorías sobre el rayo láser, debía ser una forma avanzada de transmisión de señales y mensajes. Más tarde más prudente, callada, se entretenía en las cosas sencillas de la vida como forma de ser feliz. También es desde entonces empezó a hacerse más frecuente sus días en la casa de Cercedilla. Se iba los jueves y permanecía allí sola, a no ser que alguien se animara a ir con ella, hasta el domingo. Su casa,  a media distancia entre la población y Fuenfría, tenía unas vistas extraordinarias, sin que le afectara demasiado la contaminación lumínica. En las noches de verano, en la terraza se abría Salvina a sus invitados y les explicaba la composición de las constelaciones, su observación en la antigüedad y la posibilidad de vida en otros planetas. Se extendía en explicar cómo el agua era la clave de estos proyectos de terraformación artificial.  Pero siempre terminaba con su obsesión de la posible comunicación mediante la luz con otros planetas habitados. Cuando le interpelaban sobre estas cuestiones siempre decía lo mismo:- Ahora ya no es un problema el recibir y enviar señales de luz, o luz concentrada –láser-. El problema es hallar la forma de construir un aparato que sea eficaz para recibir y luego transcribir estos mensajes.
Ella se confesaba incapaz para ese trabajo pero seguía estudiando, en sus momentos de intimidad, para poder facilitar ese proyecto.
Un día, martes para más detalle, y por lo tanto inusual para sus habituales días en la sierra, se excusó con la familia y dijo que tenía que ir a Cercedilla sin faltar. No explicó la causa de tan imprevista partida  y se la vio haciendo la maleta en la que metió su cuaderno grueso de tapas al agua verde, al que me refería antes.
El sábado por la tarde y preocupada la familia, al no haber contestado a las llamadas telefónicas la tía Salvina, Alfredo y su padre decidieron ir a verla y quedarse hasta el domingo. Al llegar a la casa les recibió ella con buena cara, más bien con muy buena cara, ya que tenía un aspecto radiante, Parecía hasta más joven, dinámica, optimista. Eso deshizo la preocupación y se aceptó las excusas de no haber cogido las llamadas, que al parecer fue porque se había dejado el teléfono en la salita y ella estaba muy ocupada en la buhardilla. Inmediatamente se puso a hacer la comida como si quisiera dar una impresión de normalidad a su silencio. Una vez que dejó Alfredo su maleta en su cuarto, mientras miraba por la ventana el paisaje de la sierra, algo le impulsó a subir a la buhardilla a ver que pudiera estar haciendo su tía que tanto le tenía abstraída.  Cuando pasó vio en la mesa de estudio varios cuadernos de tapas al agua, uno abierto con un lápiz encima. Se acercó y leyó: “En el libro de Job (Capítulos 9 y 38)... Él hizo la Osa y Orión, Las Pléyades y las Cámaras del Sur... y ¿Pueden atar las cadenas de la Pléyades o desatar las cuerdas de Orión?... ¿Puede establecer su reino en la tierra? Los antiguos profetas sabían de las leyes de las estrellas que no sabemos hoy. También parece que las Pléyades como Orión afectan las actividades en la tierra de alguna manera. Al lado había una serie muy amplia de formulas matemáticas, algebraicas, que, reconoció Alfredo no saber cual era el sentido de ellas.

Por la noche estaban Sócrates y su hijo Alfredo sentados al lado de la lumbre, viendo una película mientras que Salvina había subido a la buhardilla. Bajó después de un rato y salió a la terraza abrigada con una manta. Cuando menos aguardaban, se vio un instantáneo fogonazo rojizo que venía del exterior junto con un sonido sordo como el que hace una máquina que estuviera aspirando una gran corriente de aire o agua. Se miraron los dos y Alfredo le dijo a su padre alarmado: -¿Qué ha sido eso? – Salieron corriendo hacia la terraza y cuando llegaban a la puerta, vieron y oyeron otro gran destello, como fogonazo azulado que iluminó toda la casa. Se pararon y se cubrieron la vista con el brazo. Cuando cesó, salieron y vieron que solo estaba la manta con la que se cubría Salvina. Un destello recorrió el firmamento hacia la constelación de Orión.  Nunca más volvieron a ver a su tía y hermana. En su cuaderno, había una especie de despedida, para ellos incomprensible. 

No hay comentarios: