20150314

RÚA COLÓN 28



Hace algunos años, una mañana de invierno paseaba por Ourense. Por aquel entonces trabajaba yo en esa ciudad. El sábado 21 de febrero paseaba, bajando por la rúa do Progreso hacia el centro,  desde el Parque de Posío di la vuelta. A las once de la mañana el sol ya había calentado la piedra de las losas de granito  de la rúa Colón y las de la Plaza de la Imprenta las veía luminosas desde lejos. Las suelas de cuero son imprudentes, anuncian las pisadas en la piedra. Camino de la plaza Mayor, con la calle sin gente, me acercaba somnoliento por el calorcillo de febrero y el trasnochar por razón del Entroido. No soy amigo de máscaras pero sí del alboroto, por eso, y por mi curiosidad permanente por el género humano anduve entre la gente y el jolgorio. Decidí tomar un buen café y unos churros, leyendo el periódico, en el café Latino. Cuando pasaba por el número 28 de Colón, me fijé en la casa; juraría que el día anterior la había visto deteriorada y con signos evidentes de abandono. Lo cierto es que ahora la veía con la piedra limpia y la carpintería, ventanas y puertas, nueva; pintadas en verde carruajes oscuro, propio de las casas de Irlanda. ¿La habían arreglado en una noche, como si hubiera intervenido conjuro o magia? Bueno, en verdad inmediatamente pensé en que yo me habría confundido con otra casa, en otra calle. Al fin y al cabo, yo no conocía bien la ciudad y, aunque tengo buena memoria, podría haber alguna confusión.
Esa tarde hablaba con Carmiña Novoa, la hija de Ciprián, el dueño de la ferretería del barrio, y muy aficionado a los cuentos de magia y parapsicología. Mientras el padre me buscaba un cestillo metálico telescópico, para la cocción de verduras al vapor en toda suerte de ollas, que había pedido, decía Carmiña que, precisamente en el barrio viejo donde estuve paseando, se han contado historias de gente extraña y desconocida que nadie puede identificar, ni hablar. Ella misma le había contado a su padre la historia de un niño que rodaba el aro por la rúa de Hernán Cortés, con ropa muy antigua, posiblemente del siglo XIX. Al llegar Cibrao y escuchar nuestra conversación me dijo: - Mira, se ha dado muchas veces el extraño suceso de que se vea por la mañana una calle y por la tarde otra. Entiéndeme, no que sea otra realmente sino que, siendo la misma, tiene otro aspecto.  ¿Salto en el tiempo? Posiblemente, pero comprenderás que el estudio de estas cosas no es fácil, ni a la sociedad le es especialmente cómodo el plantearse que las leyes físicas no son tan inmutables como las hemos estudiado.
Estuve pensado en estas cosas, y no por mucho rato, mas tengo que confesar,  que todo lo que se sale de la lógica de las cosas terminamos siempre por desecharlas, aunque no olvidarlas.
 A la mañana siguiente hice el mismo recorrido que la otra vez y, en esta ocasión, al revés, bajé por la rúa de Santo Domingo, Praza de Santa Eufemia y Praza Maior y desde el Ayuntamiento tomé la rúa Colón hacia el parque de Posío. Por un momento pareció que la calle era otra según andaba por ella, pero pensándolo bien no descarté que estuviera viendo, no lo que realmente veía, sino la que quería ver. La historia de Cibrao era realmente interesante.  Pero todas estas cosas quedaron en nada cuando llegué hasta el numero 28. Efectivamente, ya no aparecía como la había visto el día anterior sino como la vi días atrás, sucia, con la carpintería sin pintar hacía muchos años y abandonada. Me quedé estupefacto mirando la casa durante un buen rato y le hice una foto con la cámara del móvil. Luego, me di la vuelta hacia el centro para bañar en vino mis dudas, con un mencía, en el bar O Frade de rúa Fornos. Mientras esperaba a un buen amigo, no fue una, sino dos, las copas necesarias para tomarme las noticias del suceso con algo más de tranquilidad.

Cuando tocaban las campanas de la Iglesia de Santa Eufemia para la misa de 11, al día siguiente, acudí a tomar café al Latino con el fin de acercarme luego hasta el nº 28 de la rúa Colón. Así lo hice y los tres primeros días vi lo mismo que había visto el domingo: una casa   abandonada y en franca decadencia. Como no tenía suficiente tiempo en la semana esperé hasta el sábado siguiente para hacer el recorrido contrario, el mismo que había hecho el sábado anterior, esta vez a la caída de la tarde, y la sorpresa volvió a surgir: ¡De nuevo volvía a ver la casa nueva! Recién pintada y con la carpintería nueva y las piedras totalmente limpias. Esta vez me di cuenta, mirando la foto que tomé, que no había cables tendidos por la fachada que se veía totalmente limpia. Un farol de aceite, antiguo había cerca de las bajantes del fin de la finca. Me quedé mirándola de nuevo  un buen rato y después de varios minutos, se encendió una luz en las ventanas de arriba. Vi pasar una silueta por ellas, previsiblemente un hombre, dibujada con la sombra en los visillos que había dentro. Aun habiendo poca luz, intenté hacer una foto. Salió. Toda la casa preciosa, y la luz amarillenta en los ventanales de arriba. Me fui todo nervioso hasta mi casa y con el firme propósito de volver a hacer el recorrido a la inversa al día siguiente. Esa noche estuve dando vueltas en la cama mirando a un firmamento imaginario en lo debía ser el techo, que no veía por la oscuridad, y sin darme cuenta estaba reviviendo los momentos de las semanas anteriores en mis visitas a la rúa Colón y la casa del nº 28. Llegué a pensar si no sería que aquella casa era para mí un inmueble como los que siempre había soñado como casa para vivir, para cuidar, como si de una obra de arte de la arquitectura popular fuera, de propiedad particular. Por el cansancio, supongo, me dormí más tarde y amaneció un nuevo día, domingo y el fin y principio de una nueva semana. Finalmente, cuando terminé mi jornada y andaba disfrutando de mi diario paseo, hice el recorrido contrario.  Volví a verla abandonada, pero esta vez con la puerta abierta. Me atreví a pasar y cuando estaba dentro, la casa no parecía en estado de abandono, sino esplendorosa. Parecía vacía, pero al momento oí que alguien bajaba por la escalera, me armé de valor y apareció un caballero bien vestido al modo del siglo XIX que me dijo: -Hola Martín, ¿que tal esta tu padre? – Bien -Le dije sin pensar lo que decía, paralizado como estaba. -Tenemos que ir pronto  a coger cogumelos (setas). Tú eres el experto y yo, como sabes, el cocinero. Tengo prisa, nos vemos. Me quedé perplejo. Martín era el nombre de mi abuelo, y recogía cogumelos como nadie. Yo me parezco a él. La foto de la casa nueva, cuando fui a volverla a ver se había borrado de la memoria del móvil.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el 21 de febrero de 2015).

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