20071030

MONÓLOGOS (Primavera revisitada)

Paseo por esta ciudad nuestra que cumple años; la tarde esta desapacible, tanto como los días revueltos, donde toda inquietud tiene su asiento y la luz del seso escasea. Las gentes van y vienen y pudiera creer en mi invisibilidad sin más problemas: nadie repara en mi, incluso un muchacho atolondrado que pensó que la calle era suya me da un empellón; ni siquiera me mira ni se disculpa, antes bien da vista atrás con mirada vacía; supongo que intentando averiguar qué extraño mueble se interpuso en su camino. Los árboles del Pilar con sus incipientes hojas, polucionan en extremo todo el ambiente. Las semillas de los olmos, pequeñas y con su redonda camisa para el vuelo, llenan la plaza con un inusitado aspecto post carnaval, de una extraña y amarillenta nieve seca, que sirve a los niños para seguir sus juegos. Todos los transeúntes guardan silencio, incluso los que van acompañados se recogen para retirarse en sus adentros. Juraría que el monólogo se hizo dueño de todo. Los niños desbordando su imaginación con imágenes imposibles, apoyadas en las semillas entre las que trazan caminos, levantan cargas, y simulan la dominación de lluvias secas en las que las semillas participan con toda su volátil naturaleza. Sin el solado de la Plaza, participarían con su alegre juego en la propagación de la especie de los olmos, extendiendo su polución. Una señora con aspecto pacífico y frágil, lleva con dignidad sus muchos años y su ya torpe cuerpo, camino de su casa, luego de salir de la Iglesia de San Ignacio. Allí se habría postrado ante los más notables santos jesuitas para intentar acercarse a la trascendencia. Las imágenes de la Iglesia tienen un pacífico aspecto y trasmiten todos los días sin saberlo la confianza de que pase lo que pase allí están fieles a la cita. Imágenes que facilitan el rezo al que le escasea la imaginación o tiene dificultades para meterse dentro de si. Los árabes nunca utilizaron imágenes para esos menesteres, y en la historia de la Iglesia Católica debatieron su conveniencia y fue motivo de cisma como se sabe. Andy Warhol y Mac Luhan, a los que se les da como innovadores, se me antoja que llegaron a la misma conclusión que el Concilio de Nicea: la imagen es el mensaje. Así solo es explicable que en sociedades incultas lleguen al fanatismo por las imágenes, abandonando sin darse cuenta las cuestiones teológicas. Quien sabe si esa señora, con pinta de ser inteligente, se estaría preguntando lo mismo que pensaba Arriano sobre las imágenes. El hombre seguía la recomendación de Jesucristo de cumplir con un de los mandamientos de Moisés (No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto; porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen). Solo ella lo sabe y guardará para si su monólogo.
Se preguntará y contestará muchas cosas Agustín, el camarero que, por razón del oficio, está obligado a hacer un mental estudio sociológico de todos los clientes que se asientan en el Bunker del Bar España. Encerrados allí fantasean con la idea de estar viendo a los que pasan como quien ve a los peces encerrados en una pecera. No recuerdan que, cuando salen, comprueban que los encerrados fueron ellos. Monologan sobre la marcha del mundo asomados al periódico. Otros, con la mirada perdida, dan una y mil vueltas a cuanto les agobia, hasta que aparece la cita profesional que esperan. Todos, intentan llevarse bien con uno mismo. Especialmente los que se están peleando, sin saberlo, con el Alzeimer. Reniegan de la vejez a cada golpe de olvido.
La mirada pacífica de algún anciano denuncia su confortable deambular por los recuerdos, a los que saca por riguroso orden de bondad. Se pregunta y se contesta, sin pronunciar ni una sola palabra, todo lo que no se atreve decir, o no quiere hacerlo, con los próximos. Esta conversación suele enfriarle el café: se alarga sin tino.
Monólogos que sirven de ejercicio de nuestra propia humanidad, y que confortan, ante la desconfianza de sacar a tomar el aire determinados temas. Son, ya sabemos: nuestras cosas.

No hay comentarios: