20081030

OURENSE, TARDE DE OTOÑO




Las aguas del Barbaña discurren lentamente hacia el Miño. Desde aquí, veo subidas en su ribera izquierda centenares de ventanas de las casas que se instalaron por la ladera y, al fondo por la derecha corren los coches hacia el Puente del Milenio con los pilotos incandescentes como ascuas. Las nubes pasan despacio ocultando la poca luz que va quedando. La tarde calma del jueves hace que se me agolpen sobre la cabeza cantidad de imágenes de los campos de las cuencas del Miño y Limia. Esta mañana repasé desde el aire virtual, asomado al Gooogle Hearth, los campos de Orense, León y Lugo en apenas un instante, como una gran piel verde que cubre el suelo de esta parte de Galicia. Tierras que recorrió el cura Martin Sarmiento con los ojos aun más abiertos que yo lo hago ahora, si bien, cuando el 30 de octubre de 1754 se asomó al Ponte Liñares sobre el Limia debió ver un río muy distinto al que se ve ahora.
Es muy difícil que en los próximos años podamos hacer que nuestros ríos vuelvan a tener sus aguas limpias y con los caudales suficientes para que sean ríos plenos de vida, pero en nuestras manos esta intentar conseguirlo. Vivir en tiempos de Sarmiento era muy difícil, el más rico vivía casi peor que lo hace ahora el más humilde. Eso, sin embargo, ha hecho que la agresión a la naturaleza haya aumentado en gran medida. La industrialización el desarrollo urbano y los productos de consumo generan muchos residuos y vertidos que son difíciles de controlar, tanto por el coste añadido como por la cultura no asumida de su tratamiento adecuado. Ahora los más sensibles pueden tener la tentación de pedir que se corrijan los problemas de manera inmediata sin contar con lo extremadamente difícil que es hacer compatible el desarrollo con el respeto a la naturaleza. Difícil, pero no imposible.
Como se va desenredando una madeja, así, pacientemente, se deben tomar una tras otras las medidas adecuadas para que podamos acercarnos al objetivo que nos hemos propuesto para el 20015 en Europa: que las masas de agua estén en buen estado ecológico.
El río Limia debe, poco a poco, recuperar el aspecto que vio Martin Sarmiento aquel día y, quienes lo vean, que tengan la sensación de no haber sacrificado más que lo imprescindible para que se pueda afrontar las afecciones al río. Sin renunciar al bienestar que tanto ha costado conseguir. Claro que, para eso, hace falta ver el río como lo vio el: como la corriente de agua que da vida a la tierra, que no solo es un recurso sino un patrimonio de todos que hay que defender, como se defiende lo que es propio.
Martin Sarmiento advertía lo absurdo de los impuestos injustos como “la décima parte dun capón o dun carneiro” y sabía que quien debe soportar y apechar con los gastos del progreso son los que más beneficios sacan de él.
La noche se ha echado encima. Se oye el rumor del tráfico sobre la ciudad y abajo, entre las cañas y juncos el Barbaña sigue corriendo lentamente hacia el Miño sin hacer el menor caso a cuanto sucede. Calladamente, como lo hacen los ríos desde el origen de los tiempos, siempre el mismo río, nunca las mismas aguas, y viendo pasar a las gentes vivir y desaparecer. Ellos perduran.

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