20100211

1946. Jueves, 21 de noviembre

Q.KO
Las chimeneas de las casas humeaban con el olor a azufre que daba el carbón, en uno de los días brumosos del mes de noviembre. Solo el olor valía para distinguir entre el humo y la niebla, que resultaba teñida no sé muy bien si por el humear o por el color parduzco de las fachadas. El silencio general era el natural previo a una nevada y solo lo rompía el silbido del tren que avisaba de las entradas y salidas de la estación. En la ciudad, apenas había gente ocupada, acarreando leña, preparando el sacrificio de las reses y las verduras en el mercado, abriendo alguna sacristía, cerrando algún calabozo tras la expulsión del último borracho sin hogar, y los carros del transporte subían la cuesta de la última calle para recoger sus mercancías del muelle ferroviario. Las bestias iban dejando sus boñigas humeando sobre el firme de los adoquines. Aún era pronto para el trabajo en los servicios públicos y en la panadería se derramaba el olor del pan que ya estaba listo para la venta. El alguacil roncaba en su cuarto, aturdido por los vapores del amoniaco de un bacín lleno. Y los colegiales aún dormitaban sepultados entre un cerro de mantas y los colchones encajados en las altas camas de frío hierro negro, aguardando, sin ser conscientes, la hora de acudir a la escuela.
En el bar de la plaza, aun con luz eléctrica, pese a que estaba completo el amanecer, se despachó un café para el abogado. El reloj redondo de pared, con la marca francesa en el centro, sonó dando las siete y media. Llegó desde su casa, luego de estar toda la noche peleando con los escritos del pleito. Mirando a la taza, medio dormido, pensativo y con un punto de tristeza, repasaba todo dando vueltas con el índice por el borde. Pensaba en lo fácil que es resolver un conflicto si hay buena disposición y lo difícil si no la hay. ¡Cuanta mala leche había en las letras de la demanda! Pensaba. La misma que habría en la contestación. Así se habían producido los hechos desde el principio y así seguiría mas adelante. Por una cuarta de linde o un palmo de medición mal hecha se tenía la necesaria materia para destrozarse las partes toda una vida. Al fin y al cabo solo era el instrumento de su cliente y nada cambiaba con su opinión. Pero ese trabajo, fundado sobre pura mierda, no le hacía feliz precisamente. Le miró el chico de los periódicos cuando pasaba camino de la papelería y, por un momento, el jurista envidió su cara despejada de preocupaciones. Por un momento también, el chico pensó en cuanto tendría que trabajar para estar sentado en el bar tomando tranquilamente un café.
Llegó el abogado a su casa cuando la muchacha, con las mejillas prendidas de rojo por el frío, estaba ya en el patio encendiendo con un soplillo de esparto los dos braseros de picón. Subió por la escalera y fue directamente a su cuarto volviendo a hacer crujir las tarimas del salón donde aún calentaban en la chimenea las brasas del fuego que hizo confortable su trabajo nocturno. Se echó en la cama vestido y calzado, con los pies fuera por un lateral; después de poner el sonoro despertador para una hora mas tarde. Se quedó mirando el techo, enmarcando con los cercos de la escayola todas las ideas buenas que pudo acumular. Se quedó recreándose con el recuerdo de sus mañanas bajo el castaño de la huerta, junto al río, leyendo los Episodios Nacionales y oyendo a las oropéndolas llegar curiosas hasta la higuera próxima. Cuando empezó a ver en color las hojas del castaño, se quedó plácidamente dormido.








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