20100225

POR EL SOCAVÓN

Siempre estoy en otra parte cuando me meto en el socavón. Espero en el andén, miro de soslayo a la pantalla esperando que diga que el tren esta llegando y espero. La paciencia es una de las herramientas con las que se convive en Madrid y sin ella sería un acto de auto inmolación intentar sobrevivir. Es esa especie de virtud llamada paciencia la que me sujeta y evita más de una desesperación. El tren llega haciendo tanto ruido que ocupa los espacios de la estación que por un momento parece estrecha. Se abren las puertas y vuelve a ocurrir: los que esperan dentro no son los que he visto otras veces. Se turnan sin darse cuenta por el azar, que coloca a cada uno en el momento oportuno.

Me mira un chino con cara de ser de las estepas del viejo Cathay. Juraría que dejó no hace mucho el viejo buey lanudo del que se servía para todo. Mira perdido al fondo del vagón con las pupilas en movimiento por el continuo trajinar de su memoria. Las placas gris verdoso del cielo plomizo de su tierra le persiguen allá donde quiera que vaya. Bajo ellas persiguió de chico a sus primos las largas mañanas de aquellos interminables inviernos alimentados con la leche de las vacas lanudas. Las reglas de la tribu no eran complicadas ni difíciles de entender, solo que la rigidez con las que se seguían las hacía extremadamente pesadas, agobiantes, y dejaban al desnudo las pocas expectativas de aquella lejana vida que dejó. Todo cambió cuando llevaron la primera televisión. En la tienda del tío abuelo se reunían todas las tardes-noches para ver aquella ventana asomada a otro mundo. Allí vio por primera vez que había otras perspectivas, otra vida y presumiblemente mejor: no había más que ver el buen color y aspecto de las gentes que circulaban por las calles. Cuando se acabó su principal sujeción, de muerte natural de los padres, solo tuvo que despedirse del abuelo y que ése le deseara suerte.

Las niñas que hablan a mi lado dicen, con el fin de que nos enteremos, su historia cuando les echaron en cara su naturaleza en un casting, para un anuncio de comida seca, que eran de Parla, ( no sé para qué) y, a estas alturas, no lo voy a dudar, ¡vaya que no! pero es tan cierto como que tienen las mismas presunciones que todas las de su edad. Una estúpida rebeldía que sin causa asoma por el pescuezo y les hace picar las ganas de demostrar que tienen un sitio y los demás deben reverenciarlas por ello. Tiene los rasgos del altiplano boliviano, muy marcados. Apenas una generación desplazada de aquellas tierras y ya se les olvidó cómo llegaron sus padres y para qué. Estas, cargaron con toda la bisutería de un Chino y ahora exhiben sus alhajas como quien tiene una carga valiosa. Las escasas virtudes del joyerío quedan peor y desmerecidas por la falta de aseo de unas caras nuevas ennegrecidas; parecen que fueron olvidadas en un desván lleno de polvo. Han aprendido rápido los hábitos de sainete de los de aquí, sin acordarse de que también hay que comprar de vez en cuando una pastillica de jabón. Es tan “interesante” todo lo que dicen en voz alta que los ánimos del vagón entero decaen. Unos miran a otro lado y los más impacientes bufan mirando al techo con resignación.
Porque:
Julia
medijoelotrodia,
fijatequetonta,lamuygilipollas, quea
lomejorRuriselallevaeljuevesconella,fijatebienloquetedigo,
ELJUEVESCONELLA…nosinoh esaniñanoescamientadespuesdelodelToño…

El tren sigue por el socavón y se va tragando mis pensamientos, las conversaciones de las niñas y los recuerdos del chino de mirada perdida y cansada, harto como esta de trabajar y no ver aún las mejores cosechas de esta nueva buena vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

absultamente genial,ese largo socavón que nos traga cada mañana y que resulta divertido a veces, como hoy una que me preguntó que tal le quedaba el flequillo corto, a lo que respondí, si te lo hubiera visto largo, te podría responder. M.