20100921

Cumulonimbus

El otoño esta acabando con el veranillo de San Miguel y me ha pillado de vacaciones en mi tierra, donde este veranillo siempre se ha aprovechado para dar los últimos sorbos al verano. Unos enormes cumulolimbus aparecen sin avisar y, como siempre, amenazan con traer las siempre sorprendentes tormentas, cargadas con tanto fuego y agua como cantaban los Fireworks de Hendel. Aunque la verdad es que el dramatismo de las tormentas en directo nadie lo ha podido expresar con tanta fidelidad como la naturaleza los da. Detrás de los oscuros grises de una profunda nube que viene por poniente parecen estar las profundidades del océano Atlántico, desde donde emergieron las gotas de agua que vienen hasta aquí. Viendo estas colosales masas de agua haciendo cambiar sus volúmenes por el viento se engrandece ante mí la figura de los navegantes que, metidos en pequeñas naves de robusta madera, se entregaban a la mar en un acto de valentía casi suicida.

Al fondo del valle apenas hay una parcela que se ilumine con los pocos rayos solares que se escapan entre las nubes. La humedad del momento hace resaltar los colores oscurecidos por la falta de luz. Los rastrojos de amarillento y vencido pasto, las encinas oscuras y soberbias, fieles a su carácter austero y el verdear de las márgenes del arroyo, que aún guarda la humedad de aquel invierno de lluvias que tuvimos guardan con toda su riqueza la vitalidad de la naturaleza nunca vencida.

Las tórtolas aceleran sus tareas de suministro y se avisan de las novedades cuando paso cerca de los cipreses. Los aceites de las coníferas sueltan su aroma con más intensidad que en la sequía y el sonido de las cercanas montañas llegan con más claridad que de ordinario. Miro al panorama del gran valle y siento el silencio apenas roto por la vida de la naturaleza. El mundo y su clima esta cambiando y como siempre pasa con estas cosas desde que el mundo es mundo, nadie se entera, entretenidos como estamos todos con las industrias y negocios diarios.

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