20100905

LA CEPA EN LA LADERA


Bajo una cepa de garnacha encontré lo que parecía un hacha del paleolítico. En forma de cuña dejaba ver los tres cortes para su despunte hechos con otra piedra. La sombra de la cepa es un pequeño refugio que cubre del sol abrasador de la Mancha. En donde estaba, la altura superaba con mucho los setecientos metros, los mismos que tiene más de una población de alta montaña. Desde allí se domina todo el valle del Becea y debió ser un lugar estratégico para vivir en la antigüedad. De eso dan testimonio los diversos asentamientos descubiertos en el entorno. La vid garnacha es una de las cepas cultivadas más antiguas de la península, se dice que los aragoneses la llevaron a Cerdeña y allí se cultiva con la denominación de cannonau. Como era de esperar, los sardos dicen que fue el proceso inverso, que fue traída de allí por los de Aragón. Sea una cosa o la otra lo cierto es que la garnacha tiene unos aromas que entroncan con los vinos clásicos del imperio romano. Habrá que ver si se pudiera analizar los restos de un ánfora romana que tuvo vino de aquí, si lo que contuvo era vino de garnacha.

En la falda de la montaña a solano prospera la cepa con el cálido amorcillo de la insolación en invierno. Los suelos ácidos y pedregosos le hacen más recia y austera. Una sola uva de esta cepa abre las referencias de toda su vida entre nosotros con los intensos aromas recogidos en su pequeño contenido y llevados al extracto por la sequía del verano. No se si el que hizo el hacha tendría a su mano una cepa para tomar los pequeños racimos y densos de estas ancestrales uvas. Tampoco se si los antepasados del cernícalo primilla, que me mira desde la copa de una acacia cercana, podrían contarme cuando llegaron allí los primeros plantones para hacer el primer majuelo. Pero lo que si es evidente es que en un pequeño espacio de la ladera, dando una referencia de verde intenso a la pedriza, la cepa sigue dando uvas todos los meses de agosto, haga el tiempo que haga, en invierno o en verano. Por eso acuden los tordos hasta allí para acabar con los racimos en cuanto les dejen. Y el cernícalo me las guarda para poder sentirme como dicen que se sintió Noé cuando tomaba las suyas. Aun no he podido esperar a fermentarlas para coger una cogorza bíblica. Todo se andará.


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