20100905

UN MARINERO EN TIERRA


(Imagen:http://www.infonavis.com)

Ayer me llamó mi amigo el Guaje. Oía las olas cuando me decía que hablaba sentado en la aleta de babor, mar adentro. Comentaba que había una buena tarde, de suave viento que llevaba el velero con firmeza, algo así como una hoja de sauce en la reguera de una huerta. Yo, patroneaba el coche por las inmensidades de esta plana y ancha tierra. Mientras debía él estar tomando el cabo para cambiar, me recordaba el viaje que hicimos más allá de la ría con algo de viento y que nos dejó en la mitad la salida. El agua del mar pasa siempre por el velero, es su costumbre, como simulando una corriente, para que no nos demos cuenta de la marcha que llevamos, parece que vamos deprisa cuando apenas nos movemos en la mar. Intenta no desanimar al marino para que siga bogando. O vogando, que así lo decía Magallanes, sin reparar en el tiempo y en el espacio.

Al frente, miro a las montañas que levantan las leves barreras de la cuenca del Jabalón y aunque verdean en pardo, aún así me recuerdan al monte San Esteban guardando la ría del Navia. Por un momento, me sentí refrescado por la brisa del mar y la que me llegaba del ventilador de climatizador del coche empezó a oler a yodo. Me pareció oir unas gaviotas con sus armónicos chillidos.

Navegar es un ejercicio de soledad que se puede hacer en compañía. El balanceo del velero y el ruido de las cuadernas consiguen el milagro de que, aún en compañía, cada uno se meta en sus adentros y disfrute de su soledad. Posiblemente porque la mar nos reduce a la categoría de bien mostrenco, es decir, el que está a disposición sin condiciones. Aún así nos fortalece la dignidad al hacer ese ejercicio de valentía de plantarle cara.

Alberto, al que yo, con la confianza que me da su buen genio, le llamo Guaje, tiene metida en el cuerpo el ánima que anda suelta por los puertos y que hace partir al mar a los que aman la navegación. Ese bien oculto que se guarda en el zurrón del corazón, aun estando en el interior practicando ese oficio tan poco reconocido como el de la función pública.

Observando el vapor del café subiendo desde la taza, sentado un sábado cualquiera en la cafetería habitual y oculto detrás de las páginas del periódico, vienen a la memoria recurrente y más reconfortante los buenos días de buen viento que hace salir de la ría. Un marinero lo es allá donde esté, aunque le engulla el interior de la tierra como la ballena a Jonás. Siempre termina saliendo con el viento a popa y con la sentina llena de los mejores pensamientos.


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