20140316

EL MISTERIO DEL SIN TECHO




Una mañana de invierno,  muy dura, en la que el viento del norte azotaba con crueldad sobre la ciudad, iba el bueno de Leopoldo hacia la Plaza Mayor a tomar un café, como venía haciendo desde hacía años. Acababa de comprar el periódico en el kiosco, preguntando al dueño por la salud y después lo guardó en su bolso. Se puso los guantes mientras algunos gorriones le miraban con curiosidad más que con temor. Se subió el cuello del chaquetón guateado cumpliendo la recomendación que le hizo su madre tantos años; apretó la bufanda y se ajustó la boina. Siguió su camino por las calles vacías en las que solo alguien como él pasaba de vez en cuando; con prisa o lentamente; llevando lo propio de esas horas: churros, paquete de pastelería… atreviéndose a desafiar al intenso frío. Un domingo más, de los que suelen rematar los días de enero, con la sonería de la Iglesia que fue de los jesuitas, con tres taxistas que esperaban sentados sobre el motor uno, dentro de los coches los otros; como estibadores de un puerto en decadencia. Los papeles se arremolinaban entorno al edificio mas alto y una ventana de alguna casa del entorno dio un golpe por el viento. Debían estar aireando la casa, haciendo las camas. Leopoldo pensaba, metido en el calorcillo de su cubierto cuerpo, en su deseo recurrente de aquellas semanas: escapar de la ciudad, un saloncito lleno de libros y un equipo de radio y música al que acceder desde el sillón, donde estaría a salvo de las sandeces de la gente: con la edad se le iba haciendo insoportable. Tanto tiempo trabajando y nada de lo que había deseado tener había conseguido. Bien es verdad que no solo él tenía culpa de ello,  sino  el entorno que tenía gran parte de causa. Los libros eran para él una manera de trasladarse por el mundo con su imaginación. Por otra parte, siempre había pensado que lo único productivo es trabajar, así, nunca le habían seducido las loterías. Ensimismado en sus cosas iba andando oyendo sus pasos como oyen los músicos el diapasón: marcando el ritmo; cuando vio junto a la fachada de uno de los edificios tumbado boca abajo, en un escorzo forzado, en el suelo, a un hombre. Parecía un sin techo. Pasó junto a él una mujer y dos hombres mayores en dirección contraria y lo más que hicieron fue mirarlo y seguir su camino. Él se paró junto al desconocido y se agachó para decirle con ansiedad – Señor, ¿esta usted bien? No contestaba. Le tomó el pulso en su muñeca helada de la mano derecha  y pudo sentir un débil pulso. Se quitó el chaquetón, y arropó al desconocido. Llamó con el móvil a emergencias.
Debía tener el hombre unos cuarenta años, piel quemada por el sol, y sus ropas parecidas a las que se pueden comprar en un mercadillo. No olía alcohol. Procuró darle friegas en las manos pero el desconocido no despertaba. A los diez minutos llegó una ambulancia y la policía municipal. Se lo llevaron al hospital. Cuando llegó allí Leopoldo, preguntó por él; le dijeron que después de una inyección habría despertado. No le dejaron verle. En el mismo hospital, a Leopoldo le interrogó la policía sobre el incidente. Al conocer que ya estaba bien atendido el desconocido, se volvió al centro de la ciudad a tomarse su café.
Tres meses más tarde, cuando los almendros, ciruelos y mimosas ya habían florecido, llamaron por teléfono a su casa. – ¿Don Leopoldo García Iriarte? Dijo una voz con acento extranjero. – Si. ¿Quien llama? Contestó. – Buenos días Don Leopoldo. Le habla Werner Schlimann, abogado, le hablo desde la ciudad de Rothenburg, en Baviera, de la Republica Federal de Alemania. Soy encargado de nuestro cliente, Herr Mathias Von Rothenburg und Weber, pues Herr Mathias quiere que tenga una entrevista con usted Señor Leopoldo. Esta muy agradecido y quiere mostrarle sus ultimas voluntades; rogarle que acepte cuanto ha decidido. Herr Mathias esta preocupado por el inmediato futuro. ¿Tiene la amabilidad de decidme cuando nos podíamos ver para precisar mi encargo?  - Perdone usted, pero yo no recuerdo conocer a ese señor del que usted habla, pero si tiene interés en hablar conmigo, podemos hacerlo en mi ciudad, el día que usted concierte. Una vez que haya llegado a la ciudad, me llama al teléfono móvil que le voy a dar y acordamos donde hablar. – Muy amable don Leopoldo; bueno… hoy es martes, mañana viajo a Madrid donde llega mi avión a las 9 horas, ahora mismo mi secretaria compra el billete del tren y consultados los horarios a las 12 horas estaré allí. Ya le llamo al llegar. Gracias muchas.

Puntualmente a las 12 horas del día siguiente le llamó el abogado de Rothenburg desde la estación y quedaron a tomar un café en el centro de la ciudad. Allí le comentó Werner que el hijo de su cliente, Jonas, estaba de vacaciones en España y cuando paseaba un domingo por esta ciudad cayó al suelo en un estado de semi inconsciencia, sin poder hablar ni mover un músculo, en una calle céntrica. Al parecer era el desconocido que atendió Leopoldo. Después de que pasaran a su lado más de diez personas sin que le ayudaran. Una señora le dijo a su marido, que iba a atenderle, que no lo hiciera, que era un borracho y solo podía traerle problemas. Herr Jonas no se ha recuperado de sus dolencias y esta muy grave. Ante la posibilidad de que falleciera le ruega, encarecidamente, que, por favor, como no tiene familiares, acepte todos sus bienes en herencia, libre de impuestos, en agradecimiento de haberle, auxiliado, de cubrirle con su ropa y de solicitar ayuda inmediata para salvar su vida que, en otro caso, habría perdido. Leopoldo se quedó muy sorprendido y después de reflexionar, sin saber muy bien porqué y pese a la gran confusión que todo eso le ocasionaba, acepto el ofrecimiento, con la condición de hablar personalmente con su benefactor si podía ser. Shliemann, le dio los billetes de tren y avión para ir hasta Rothenburg, pues los tenía preparados, en previsión de que se lo pidiera. Allí fue y tuvo la oportunidad de hablar con Mathias y su hijo antes de morir, lo que ocurrió a los pocos días. No sabia en que podían consistir los bienes heredados, hasta que Shliemann le dijo que ascendían a veinte millones de euros entre bienes inmuebles y capital. Entre los inmuebles, una casa en la plaza  Plönlein, cerca de la Puerta Siebers. Era un caserón del siglo XVI, muy bien amueblado y con un salón lleno de estanterías con una soberbia biblioteca recién comprados, la mayoría en castellano, equipo de música incluido. Allí pasó sus mejores años Leopoldo. Jamás se sintió tan libre, desde que arraigó en su casa de Rothenburg. 
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 15 de marzo de 2014)

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