20140807

EL ENIGMA DE PAKAL


Urbicain. 22 marzo 2008. Un día primaveral en el  2003, salía de un pequeño hotel del Paseo del Prado, en Madrid;  luego de dar cuenta de unos huevos fritos con bacon. Rompí la prohibición del médico y de mis hijos sobre las grasas. Olía a primavera, no había duda. El Parque Botánico vecino: lleno de aromas de polución natural. Compré el periódico y crucé la calle con una brisa fresquita en la cara, andando tranquilo, hasta la Cuesta de Moyano, a las tiendas de libros. Allí me detuve en los grupos de libros viejos sin clasificar. Serían las once de la mañana cuando di con un libro especial que me llamó la atención: Era un trabajo académico de un alumno de la Universidad de México. Trataba de las ruinas olmecas, toltecas y mayas. El libro tenía anotaciones a lápiz, algunas en negro y otras en azul o rojo. Fui al principio y vi una dedicatoria del autor de la tesis a un amigo, con una referencia en las que se daba las señas del profesor Alberto Ruz de L`huillier. Compré el libro por 15 pesetas y fui a dar un paseo por el próximo Retiro. Poco después, bajo un castaño, sentado en un banco, ojeaba el libro. Hablaba de las excavaciones de Ruz en las Tumba del príncipe Pakal en Palenque. Cuando llegué al hotel, después del almuerzo, estuve leyendo con detenimiento el libro. Llegué e la conclusión que era solo un libro académico en el que se veía claramente la influencia de Ruz. Cuando terminé de leerlo, noté que la contraportada era más gruesa que la de la portada. La estuve mirando con detenimiento y vi que en la parte de dentro estaba levantado el papel con dibujos al agua que completaba la encuadernación y que hacía practicable el interior a modo de bolsillo. Dentro había un papel. Lo saqué; era una carta del arqueólogo mexicano Alberto Ruz de L`luillier.  En ella decía que no muy lejos de la tumba del Príncipe de Pakal se había encontrado  veinte petroglifos, que estaban sueltos y escondidos detrás de un sillar.  Estuvieron descifrando los logogramas y signos silábicos y advertían de que contenían información sustancial para explicar la traslación por el Universo.
Confieso que todo esto, lejos de ser muy fiable, desde el punto de vista arqueológico y científico, ofrecía sin embargo un elemento esencial para impulsarme a iniciar una investigación inmediata. Aprovechando pues que tenía la posibilidad de tomar vacaciones, y como vivo solo, llamé a mi madre y le avisé que me iba a México a disfrutarlas. Cogí todo lo imprescindible para documentarme sobre la cultura Maya; pero sabía que, lo más preciso, seguro me lo facilitaría mi amigo, y compañero de trabajos, Miguel Sotillo, que trabajaba en la Universidad de México; al que llamé para advertirle de mi llegada.
Llegué al Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México el viernes siguiente, y noté al llegar que ya no estaba para trotar mucho como cuando tenía diez años menos, así que mientras esperaba a Miguel, que me iba a recoger, estuve leyendo en la cafetería tomando un café. Allí llegó poco después y charlamos, ampliándole la información sobre lo que me traía a su país. Me miró con cara de escepticismo pero confesó luego que la carta de Ruz, era de gran interés. Partimos al hotel que había reservado y quedamos para comer en el restaurante El Convento, en el barrio de la Conchita;  y allí, en la sobremesa, dijo que para obtener la confirmación del destino de las piedras tendríamos que ir al Museo Nacional de Antropología. Eso fue lo que hicimos, y allí, no solo las vimos sino que ya estaban ordenadas en las correspondientes columnas, lo que había resultado relativamente fácil, porque encajaban los trozos de paramento donde estaban originariamente, como las piezas de un puzzle. Se preguntaban en el Museo Nacional si todos esos logogramas eran una sola serie o habría más en algún lado que explicara de manera más completa su mensaje.
La intepretación con aquellos veinte logogramas vendría a ser: con el círculo de piedras magnéticas se inicia el movimiento del rayo que eleva a Pakal a los cielos. Si, estuve desde ese día haciendo especulaciones sobre el significado de los logogramas, y con la referencia de las conclusiones a las que habría llegado Ruz y su equipo. Mi buen amigo, Miguel Sotillo, estaba también intrigado por aquel enigma. Quedamos al día siguiente para seguir discutiendo las conclusiones a las que podríamos haber llegado, pero Miguel me llamó más tarde para cambiar  la cita y concertaba otra el domingo por la mañana en el mercado de libros de segunda mano más importante, La Lagunilla, que se celebra en el Paseo de la Reforma, entre Comonfort y Jaime Nunó; me recogería en el hotel. Le había avisado un buen amigo suyo al que había estado hablando de nuestro asunto, que, en el mercado, había visto algunos libros sobre las inscripciones mayas, incluso había visto uno muy antiguo guardado entre tela maya muy vieja, y por la trama de su tejido se sabía que habría pertenecido a una mujer que sirvió a un fraile. Es conocido que por esas tramas los mayas personalizaban sus tejidos.

Así pues el domingo por la mañana vino a recogerme Miguel y nos fuimos a La Lagunilla, impacientes y agitados por el giro que había tomado la investigación, con la esperanza de que pudiéramos completar la conclusión de nuestro enigma. Llegamos a la tienda donde el amigo de Miguel había visto el libro y cuando lo descubrimos, retirando la tela, resultó un incunable de siglo XVII. Nos miramos con asombro. No podíamos creer lo que teníamos en la mano: ¡era el libro que se daba por desaparecido de frai Jacinto Garrido!: Los meteoros de Aristóteles. Allí estaba la primera obra que descifraba lo que él llamaba escudos y que eran los logogramas mayas. Lo compramos y leímos. El significado de los que vimos en el Museo nacional era muy acertado. Su aproximación a las matemáticas y pensamiento de Aristóteles, llevaban a explicar, a su manera, la energía conseguida con la mitad de la velocidad la luz para hacer posible viajar a las estrellas. Todo esto lo recopilamos Miguel y yo en un amplio dossier que llevamos a la Universidad de México para su consideración y estudio. Vimos el paralelismo que había de lo descubierto con las tesis de Einstein: según la ecuación del campo gravitatorio, una partícula viajando a más de un 57,7% de la velocidad de la luz originará un cono de antigravedad que podría llegar a impulsar una masa hasta velocidades incluso comparables a la velocidad de la luz. La aceleración producida por esta fuerza sería además muy progresiva, permitiendo los viajes tripulados. Recibí un mes después una carta de Miguel comunicándome la desaparición de nuestro dossier y de una llamada de la embajada de EEUU preguntando por ello. Él y yo sabemos todo. Pero los trabajos para seguir la investigación de la traslación cósmica, no consta que se hayan hecho.
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 2 de agosto de 2014)

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