20061005

EL RASTROJO

Los horizontes se abren con la luz del estío. Desde el amanecer el color de nuestros campos se tinta de una amarillenta extensión: la paja del cereal recién cortada a ras, que traza bandas alineadas ondulándose conforme fue la marcha de la máquina que las cortó. El amarillo claro de la parte superior da la luz al ocre claro de los laterales; toda esta explosión de luces doradas solo la interrumpe el verde oscuro de encinas, alcornoques y algún ciprés perdido en las sierras, o de verde azulado, de olivares y robledales, en otros. Extensiones de secano que dan la personalidad de la Mancha milenaria. Cereales que cumplieron su ciclo anual dejan el testigo de sus últimos restos en un silencioso reposo; queda ocupado por las dos insistentes notas de los roncos cantos de las chicharras; su parcial abandono le deja al servicio de otras utilidades.
Cuando son tiempos malos, a la salida del sol, tras el día de la siega, acudirían la gente para espigar, pero la recolección mecanizada deja ya poco margen. La recogida manual llevaba muchos trasiegos, que hacían caer rotas más de una espiga, luego se recogía a mano al día siguiente. Esto que cuento lo he vivido en los anejos de mi ciudad, ha tiempo. La privación hace cobrar valor a otras cosas que ahora son desestimadas. Veo cómo miran con avidez las gentes del África subsahariana a una lata de grano. Puede ser la comida de dos o tres días para ellos. La sequía y la guerra les llevan a tener periodos de carestía, cuando no es, simplemente, el no disponer de un suelo donde sembrar, y después recoger el fruto de la tierra. Me sorprende, y no llego a comprender, cómo gentes que también miraban con avidez a un puñado de grano en la posguerra nuestra, ahora se desentienden o rechazan a todos estos que llegan de aquellos lejanos lugares, jugándose la vida para sobrevivir.
En un campo segado, se recogía para su venta la chatarra que las máquinas, los herrajes de las bestias, o los arados habían dejado abandonados a la herrumbre, y entre las pajas de estos campos; donde se arrastran las sierpes buscando nidos abandonados por la devastación del día de la recolección. Los escarabajos peloteros aprovechan para hacer su trabajo con el estiércol de los animales que pasaron por él: antaño, las mulas y caballos que llevaban los carros que acarreaban la mies; antaño y hogaño, los ganados que aprovechan lo que queda y de paso abonan la tierra. Entre tanto tostado tallo, que no hace mucho verdeaba cimbreándose al sol, resisten rastreras plantas que aún permanecen verdes: los abrojos, con algún cardillo ya maduro y floreado. Sobrevolando este seco paisaje las aves rapaces buscan sus presas; los ratones y musarañas de campo se quedan quietos cuando advierten la presencia de cernícalos y halcones por el día; caída la noche, ante lechuzas, búhos y autillos o cornejas. Todos ellos, permanecen callados a nuestro paso, cuando el quebrar de las pajas, por nuestros paseos nocturnos en busca de la soledad, nos observan; como lo hacemos nosotros con las constelaciones, los satélites artificiales que se dejan ver o el avión, que viene o va, de Sevilla, o de cualquier otro lado.
Sembrados de la agricultura del mediterráneo, como estos se ven en la Provenza francesa, que pintara Van Gogh; en la Toscana italiana, o en los campos milenarios de Grecia, parejos a los nuestros de aquí, de la Mancha, o los extensos de Castilla León. Entre los que se encuentran todavía esas preciosas construcciones circulares, los palomares, que fueron dispensadores de pichones; cocinados de mil maneras dieron proteínas a los hambrientos del Siglo de Oro, con tanta precisión como describe la literatura picaresca. Sembrados, que lo fueron, pintados por el sol del estío de un dorado luminoso y definidos con un sustantivo muy certero, que llena de significado su austera naturaleza: el rastrojo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya no queda tiempo para entender todo lo que giraba en torno al campo y al rastrojo en otras épocas. Ahora se impone acabar rápido (afortunadamente para eso están las máquinas), y ocuparse de las cosas que de verdad importan en esta vida: el fútbol, las crónicas de sociedad...