20130505

UN CHICO INQUIETO





En otro tiempo, allá por los años cincuenta, vivía un muchacho, Nepu, llamado así por abreviar su nombre, Juan Nepumoceno, que vivía en una casa hecha con mortero de tierra y dormía en un viejo camastro, con colchón de borra, caliente en invierno y fresco en verano.  Desde su cama viajó con su imaginación por el mundo, del que sabía, por los libros que cayeron en sus manos, haciendo mil aventuras que acababan fundidas con el sueño. Se levantaba temprano y salía todos los días de su casa, a las ocho, camino del  mercado donde tenían sus padres un puesto de verduras y frutas.  Andaba con la mirada baja, ensimismado en sus pensamientos, tantos y tan dispares que le tenían abstraído todo el día. Un día, mientras subía cuesta arriba por la calle Ciruela, pensó en qué había de hacer para tener dinero y aventuras y liberarse de un trabajo tan duro. Hizo bachiller, pero no terminó de verle utilidad a cuanto le enseñaron. Así, con su titulo y unos pocos cuartos guardados en una lata de tomate de a kilo, recordando la invitación de su tío Paco, se despidió con decisión de los suyos y una madrugada cogió el tren correo de Madrid. Desde allí, buscando aventuras, saltó hasta Irlanda, donde le ofreció un trabajo un cliente del bar de su tío, un profesor de ingles natural de allí, en The Silver Corn,  un bar de la costa, cerca de Kilkenny; lugar de reunión de los hombres del pueblo, a la caía de la tarde, para contar lo que había ocurrido en el día, o lo que podía haber ocurrido y no ocurrió; pues esa era la disposición de aquella gente al soltar la imaginación, como nuestro muchacho. Vivía feliz allí, con su buen carácter y alegría que hacía pensar a los parroquianos que era limpio de mente como un niño. Lo que provocaba ser el objeto de bromas intentando que el mozo fuera madurando en la vida. Trataron de emparejarle con todas las chicas de buen ver de los contornos y él lo mas que hacía era ponerse tan rojo como un tomate.
Un día cuando bajó al sótano a coger una caja de botellas de whisky que habría de reponer, cuando la tenía a mano, en el silencio de la bodega oyó moverse y tintinear unas botellas vacías. Pensó en un ratón y fue a ver por donde trasteaba. De pronto, oyó una voz que le decía: Ná fháil fiu gar! Soltó un respingo y vio asustado como desde el fondo le miraba un hombrecillo barbudo, de no más de una cuarta, que levantaba su mano, amonestando, sacudiendo el dedo índice de su mano izquierda. Con la caja de whisky subió los escalones de madera de dos en dos, llegando arriba pálido, sin respiración y moviendo la caja, con un temblor que no podía parar, hasta hacerla sonar como unas campanillas. Rompieron a reír todos los clientes y preguntaron entre carcajadas si había visto al diablo. Cuando recuperó el aliento dijo lo que vió y oyó. Todos prestaron gran atención y mirándose entre sí con interrogación, permanecieron mudos. Rompió el silencio el mas viejo y dijo con convicción: Es Ahodán, vio al muchacho y se ha dado cuenta que le puede ver, por eso ha dicho lo que ha dicho. Entonces Nepu preguntó ¿y qué ha dicho?, es gaélico y yo apenas se cuatro palabras… A lo que contestaron a coro: ¡Ni se te ocurra acercarte! Nepu insistió: no, si no me voy a acercar, pero que quiere decir eso… ¡Ni se te ocurra acercarte! Contestaron muertos de risa. Viendo que el chico se estaba haciendo un lío, Calleigh, el zapatero, se le acercó y le explicó: esas palabras quieren decir: ni se te ocurra acercarte. Ah, dijo Nepu. Y quedó tranquilo.
Sirvió esto para dar conversación varios meses a la parroquia y Nepu fue tomando confianza con el duende barbudo, que al parecer tenía esa naturaleza. Así, otro día, habiendo bajado con la misma intención, le dijo el duende con cara de un buen amigo: Tá tú chun dul avíale. Ni mor do thuismeteorí ann. Beida muid ag cabhrú; que en gaélico quería decir: Tienes que volver a casa. Tus padres te necesitan allí. Te ayudaremos.
Así pues, sin dudar, se despidió de todos y cogió el camino de vuelta hasta llegar a casa de sus padres, donde los encontró empobrecidos por la desatención de la huerta, por enfermedad de su padre y porque la madre no daba más para atenderla. Pronto se recuperaron hasta empezar a vivir mejor, con su trabajo en la huerta y dando clases de inglés. Recordaba con nostalgia sus aventuras en Irlanda, hasta que un día, subiendo a la cámara de su casa donde guardaban el grano, entre los sacos se encontró con otro hombrecillo, que en perfecto castellano dijo sonriendo: Nepu, me dijo Ahodán que te ayudara. Ya te iré diciendo. Y así fue. Vive feliz, conservando su limpieza de carácter, como un niño, lo que le hace ver a los duendes.
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el día 4 de mayo de 2013)

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