20130527

UNA CHICA INTERESANTE



Alzó los brazos, como las alas de la Victoria de Samotracia y con sus ágiles manos se cogió la larga melena y le dio varias vueltas, doblándola sobre si y con dos giros de goma, la recogió en un moño, en el que algunos mechones quedaron graciosamente sueltos. Entonces se dio la vuelta, y apartando sus gafas de sol se iluminaron dos hermosos ojos verdes, con los que miró en derredor escudriñando el contorno. Parecía no verme, pero con su mirada al frente, comprendí que me estaba estudiando con el límite de su visión. Hice la prueba del nueve: con las manos simulé unos prismáticos e insistí en mirarla. Sonrió sin poder contenerse y volviendo la cara me miró complaciente. Con la boca, deletreé con gesto mudo:  ¡hola!.. y ella, sonriendo, contestó con la misma forma: ¡hola!.. Nos presentamos,  se llamaba Clara y, con unas cervezas de por medio, contamos nuestras cosas.
Le dije que hacía mucho que no volvía por la ciudad. Por necesidades de trabajo y otras menos eludibles, fui a vivir a Roma donde estuve en un pequeño apartamento en la vía Borgognona tres años, documentándome sobre Cavour y escribiendo todos los días, hasta acabar dos novelas y una docena de relatos, además de algunas colaboraciones en prensa. Sin embargo llegó un momento en que necesité documentarme y fui a Viena. Encontré un apartamento no muy lejos de la catedral de San Esteban que compartí con Lukas, un reportero que andaba siempre de viaje por los conflictos de Oriente Medio. Allí seguía escribiendo hasta que llegaba la hora de comer o cenar, y después, grandes paseos tomando notas para luego escribir.
Aunque me hacía feliz ir a los conciertos de la Filarmónica y a un pequeño bar de la Franziskanerplatz, el Kleines Café, donde paseaba por el mundo sin moverme de la mesa, junto a una jarra de cerveza o un café, no vi suficiente motivo para quedarme junto a mi pareja, Monika, que compartió conmigo muchas cosas, tristes y alegres pero nunca se mostró propicia a que llegáramos a hacer la vida juntos. Algo en su vida la tenía en reserva y eso siempre termina distanciando a cualquier relación. Luego, cuando  me vine, me enteré que no trabajaba en una agencia de viajes, sino en la BVT, Oficina Federal de Protección de la Constitución y de Lucha contra el Terrorismo. Con un beso me despedí de ella y de sus secretos. Ahora, dudo si se interesó por mí, o por seguir de cerca de mi compañero reportero, por sus viajes en el exterior.
Clara me estuvo contando que venía de llevar una documentación a Copenhague, para lo que su jefe, un capitoste vasco que era dueño de varias revistas técnicas, le alquiló un coche sueco que iba como un reloj. Todo le iba bien hasta que en Francia, en la rue Guillaumin de Limoges, cerca del Pont Neuf, tuvo un mal encuentro con unos desconocidos que bajo la excusa de preguntar por el centro, le asaltaron y se llevaron el bolso con las llaves y la documentación personal. Los documentos de la empresa que llevaba los había dejado en el hotel, en la caja fuerte de la habitación. En el consulado le dieron una documentación provisional pero el funcionario que la atendió le hizo un interrogatorio, como si fuera ella culpable de un supuesto de espionaje industrial y, los que se llevaron sus cosas, unos turistas. Llamó a la central de su empresa en Madrid y le comentaron que desde Copenhague debía llegar hasta Dusseldorf en Renania –Westfalia y entregar lo que le dieran en Copenhague. El alquiler del coche ya lo habían ampliado y debía entregarlo allí. Por el viaje, se enteró de la muerte de su tía Julia, de Las Rozas. Recordó que le había dicho que todo su patrimonio se lo iba a dejar a ella. No le hizo mucho caso, porque lo mas que conocía de ese patrimonio era un pequeño chalet con un corralito detrás, donde criaba gallinas Legorn, blancas como la leche, muy ponedoras y otras Rhode Island, de plumaje cobrizo, que se destinaban para carne. Cuando le llamó un abogado que hacia de albacea, le dijo que su tía tenía 54 millones de euros en valores de bolsa, que había ido negociando desde que heredó unas acciones de su abuelo de Bilbao, de los aceros especiales. Así pues, supo que cuando entregara el paquete en Dusseldorf, habría que irse para Madrid.

Cuando le pregunté si no le cansaba tanto viaje y con tanto estrés, me dijo: - No, si todo esto que te he contado me lo acabo de inventar. He leído muchas cosas tuyas,  y lo hice para que veas que también tengo imaginación y tengo materia para escribir, espero que me ayudes a mejorar. Vengo de vacaciones a ver a mis tíos (decía esto mientras se quitaba las lentillas alumbrando dos enormes ojos negros que antes eran verdes). He dejado mis colaboraciones con la revista en la que trabajo y voy a tomarme un año sabático. -¿Y puedes permitírtelo? – Ah, claro, lo de las gallinas y los millones es verdad, y ya los cobré. Por cierto, ¿te vienes a Praga? Pago yo. (¿Quien le dice que no a unos enormes ojos negros? Me dije).
 (Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 18 de mayo de 2013)

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