20130818

Bajo una cepa

Bajo una cepa de garnacha encontró Ignacio lo que parecía un hacha del paleolítico. En forma de cuña dejaba ver los tres cortes para su despunte hechos con otra piedra. La sombra de la cepa era un pequeño refugio que cubre del sol abrasador de la Mancha. En donde estaba la parra, la altura superaba con mucho los setecientos metros, los mismos que tiene más de una población de alta montaña. Desde allí se domina todo el valle del Becea y debió ser un lugar estratégico para vivir en la antigüedad. De eso dan testimonio los diversos asentamientos descubiertos en el entorno. La vid garnacha es una de las cepas cultivadas más antiguas de la península, se dice que los aragoneses la llevaron a Cerdeña y allí se cultiva con la denominación de Cannonau. Como era de esperar, los sardos dicen que fue el proceso inverso, que fue traída de allí por los de Aragón. Sea una cosa o la otra lo cierto es que la garnacha tiene unos aromas que entroncan con los vinos clásicos del imperio romano. Habrá que ver si se pudiera analizar los restos de un ánfora romana que tuvo vino de aquí, si lo que contuvo era vino de garnacha.
En la falda de la montaña a solano prospera la cepa con el cálido amorcillo de la insolación en invierno. Los suelos ácidos y pedregosos le hacen más recia y austera. Una sola uva de esta cepa abre las referencias de toda su vida entre nosotros con los intensos aromas recogidos en su pequeño contenido y llevados al extracto por la sequía del verano. Cepa antigua, casi diría yo que se remite a muchos siglos pasados. No se si el que hizo el hacha tendría a su mano una cepa para tomar los pequeños racimos y densos de estas ancestrales uvas. Tampoco se si los antepasados del cernícalo primilla, que miraba desde la copa de una acacia cercana, podrían contar cuando llegaron allí los primeros plantones para hacer el primer majuelo. Pero lo que si es evidente es que en un pequeño espacio de la ladera, dando una referencia de verde intenso a la pedriza, la cepa sigue dando uvas todos los meses de agosto, haga el tiempo que haga, en invierno o en verano. Por eso acuden los tordos hasta allí para acabar con los racimos en cuanto les dejen. Y el cernícalo las guarda para poder sentir como dicen que se sintió Noé cuando tomaba las suyas. Aun no ha podido Ignacio esperar a fermentarlas para coger una cogorza bíblica.  Mirando estaba a la piedra labrada cuando pensaba en todo esto que antes dije. Miró con detenimiento al hacha paleolítica y, con lentitud, acercó la mano y la cogió. En ese momento se vio vulnerable. Tenía el brazo desnudo y lleno de un vello oscuro que cubría toda su sucia mano.  Se levantó súbitamente asustado y se vio de cuerpo entero. Estaba cubierto con una piel de cabra y a guisa de calzado llevaba unas calzas de cuero atadas con tiras de piel que subían por las piernas. Miró en derredor  y estaba en tierra abierta, llena de matojos y la parra que tenía debajo se veía claramente que era salvaje, en la falda del monte. Un chillido de un cernícalo le sacó de ese ensimismamiento que le tenía sobrecogido. A lo lejos pudo ver un oso pardo que bajaba por la ladera hacia él, le habría olfateado y  traía un medio galope que le metió un gran pánico en el cuerpo. Soltó asustado el hacha de piedra y… al momento… todo lo anterior desapareció. Estaba al pie de la cepa de garnacha, que formaba hilera con otras en el majuelo de su casa. Estaba otra vez, vestido con sus vaqueros, las deportivas y el sombrero de paja roto que había cogido del perchero.
Aquella tarde estuvo pensado en el raro incidente que le había pasado al pie de la cepa. Se trajo el hacha de piedra a la casa y no parecía que ocurriera nada parecido. ¿Habría sido un sueño? ¿Tomó algo que le hubiera inducido a alucinar? Desde luego algo habría ocurrido para tener la experiencia tan extraordinaria que le pasó. Terminó la tarde, las nubes de tormenta se fueron acercando y pudo ver los rayos cayendo detrás de los cerros, hacia Picón. Se recogió pronto en la casa y apenas tuvo tiempo para ver las noticias en la televisión después de una cena corta, ya que, cansado, se retiró pronto a dormir. Pensaba en ello cuando se ponía el corto pijama  con el que intentaba estar a salvo del calor durante la noche. Se echó en su cama y mirando hacia el techo, entretenido como siempre con brillar de las estrellas fluorescentes que había pegado en el techo intentaba dormir. Cogió el hacha de piedra que había dejado encima de la cómoda y no pasó nada. Intentó dormir. Más tarde, cuando empezaba a conciliar el sueño, en la fase de presueño alfa, que según dicen es cuando se tienen las revelaciones, le vino un pensamiento reiterativo: debía coger el hacha como la otra vez, al pie de la cepa y en el mismo sitio, a unos treinta centímetros del tronco, junto al tallo de un espárrago que había parado su crecimiento por el estiaje. Cerrado estos pensamientos le vino el sueño profundo y se durmió.
 Al día siguiente, cuando acababa de amanecer y apenas el sol habría levantado su círculo por encima de los rastrojos de las faldas serranas, se lavó deprisa, tomo un café de un sorbo con una tostada con aceite y se fue hacia el majuelo. Al llegar junto a la cepa, miró al hacha de piedra que había traído atada con tiras de cuero a un astil de madera de olivo, repasó sus filos con el dedo índice, como para asegurarse de que cortaban todavía y, con detenimiento, se agachó hasta estar a treinta centímetros del tronco y junto al tallo del espárrago. Al momento, y con un golpe de luz como la anterior vez, se vio con ropajes de piel y lleno de vello oscuro por todo el cuerpo, miró hacia afuera y vio cómo el oso que habría visto por la mañana del día anterior se le estaba echando encima con un rugido terrible. A dos metros de él. Le entro un miedo pánico terrible y, cuando el oso dio un salto hacia él con las garras en alto, se aferró al hacha y de un golpe brutal le dio en el cráneo al oso que calló a sus pies con un enorme ruido sordo y bufando su respiración que se le agotaba. Se le cayó el hacha, y, al momento todo volvió a a tiempo actual.

Se fue a su casa sudando con el terrible recuerdo del incidente. Nadie supo de él, no se lo dijo a nadie, salvo a mi, cuando estuvo con fiebres en invierno; y ya se encargó de hacerle promesa que no diría nada a nadie que pudiera identificarle. Así lo hice y lo hago y, por eso, su nombre es otro…
(Publicado el 17 de agosto de 2013 en el diario "La Tribuna de Ciudad Real")

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