Miró Sara por
la ventana y vio como pasaba la gente por la calle. Llovía débilmente y los
adoquines brillaban con el agua caída. La tarde se estaba poniendo rara.
Tocaron las campanas y ni se detuvo a pensar para qué las tañían. No tenía
ganas de salir y sin embargó lo iba a hacer. Como siempre, se amargaba pensando en que todo el mundo la
manipulaba, y concluía siempre en que era ella la culpable, por no tener valor
para decir no.
Contaba su
madre, y era la que mejor se pronunciaba sobre su hija, con entera sinceridad,
que la niña nació buena, extraordinariamente buena, fuera de lo común. Así,
desde muy chica, no le gustaban las peleas, las discusiones airadas ni los
enfrentamientos. Cuando se vio alguna vez en el trance de decidir si hacía o no
lo que le proponían, siempre decía: -lo que vosotros queráis, me da lo mismo.
Y no era así. Como a todo el mundo, siempre se le ponía en el compromiso, como
a todos, en hacer o no hacer alguna cosa que podía estar de acuerdo con sus
intereses o no y pese a ello, para evitar conflictos, se avenía a transigir.
Por eso, en los juegos infantiles, en las decisiones familiares, prácticamente
salía siempre perdiendo. Bueno, le dolía, pero se guardaba su fastidio y se
allanaba a lo que fuera. Era una chica buena, pero a los efectos prácticos algo
tonta. Pero nos equivoquéis, la chica era muy inteligente, pero lo suyo era un
exceso de sensibilidad, harto exceso. Aquella tarde bastó que le dijera su
madre -¿me acompañas a comprar? y, sin mas, pese a su disgusto, dijo: -si
mamá.
No mucho
después, cuando tenía cumplido l6 años, se ofreció el hermano de su amiga,
Charly, con los que estaba pasando unos días en su casa del campo, cuando ya
vivía en Madrid, para llevarla en la bici, sentada en el cuadro, delante de él,
rodeada por sus brazos y con sus caras rozándose. No le pareció bien, no porque
no le gustara, sino porque temía que les llamaran la atención, pero le dijo que
si. Y, la verdad, cuando iban en marcha, le pareció corto el camino…fue una
buena sensación que no olvidaría nunca. Como no olvidó cuando sus amigas de la
pandilla, en la Facultad, le invitaron a un guateque. Le daba pánico la idea, y
no sabía cómo decir que no quería ir, pero cuando le preguntaron, solo tuvo
valor para decir: -buenoo.
Por la tarde,
cogió el metro y cada uno de los chicos que veía le parecía que le estaban
mirando. Y las chicas que se encontró en el camino, parecían decirle: -tú
chica, ¿para que vas a esa fiesta, si eres un cazo?
La verdad es
que no era un cazo, ni tonta, ni aburrida. Tenía mucha cultura, adquirida por
su costumbre desde niña por leer todo lo que caía en sus manos, y era tambien
guapa, con muy buen tipo y en confianza, muy simpática. Y ocurrente. Eso si,
cuando perdía el miedo y cobraba algo de valor, podía salir de sus apuros,
pero… siempre cediendo.
Compró en una
tienda de ultramarinos una botella de ginebra, otra de granadina y dos de zumo
de limón. Quería colaborar porque harían Cup.
Al llegar al
piso de su amiga, donde se iba a hacer el guateque, le abrió Pilar, y le hizo
muchas alegrías. No creían que fuera a venir, y… allí estaba, con su cara
inocente, su sonrisa de buena persona y una bolsa cargada de bebidas. Pasó y
empezó en poco tiempo la fiesta. Todos bailaban y cuando se acercó Luis, y le
pidió bailar, pese a que sabía poco y le daba un apuro tremendo, con terror a
hacer el ridículo, solo supo decir: -buenoo. Luis que era el mas lanzado
de la pandilla, cargadillo de tres destornilladores (que como todo el mundo
sabe es vodka con naranja o limón) empezó a deslizar la mano algo mas debajo de
la cintura. A Sara le subió el riego sanguíneo hasta la punta de los pelos de
la cabeza y roja como un tomate, no supo decir…no. Solo se salvó con el cese de
la canción de los Righteous Brothers, Unchained Melody (Melodía
desencadenada). Luego a Luis no hubo que pararle, estaba fuera de juego,
sentado en una silla, poniendo los discos en el tocadiscos y con los ojos
entornados con una buena cogorza.
Lo peor es que Luis debió comentar con
alguno de la pandilla que le había tocado el culo a Sara y que no pasó nada.
Alguno después quiso probar como resultaba el invento y Sara se salvó por la
decisiva intervención de Pilar. Esto de no saber decir que no o de no
enfrentarse a los demás, cuando no coinciden los intereses, es una cosa
complicada que puede traer situaciones muy adversas.
Así fue viviendo Sara, cargando con los
peores puestos de su trabajo, por no contrariar a nadie, perdiendo en todos los
enfrentamientos que se le iban poniendo y, conforme pasaba el tiempo se le iba
acumulando una especie de rebeldía contenida que no terminaba de salir. Hasta
que un día, en una terraza en la plaza, junto con todas sus amigas, y sus
respectivos novios o maridos, llegó el momento de pedirlas consumiciones al
camarero. Por una extraña coincidencia, muy rara en el país, todo pidieron lo
mismo: un café con leche. Le llegó el turno por último a Sara y después de
quedarse bloqueada y pensativa levantando la voz soltó con decidida y clara
voluntad: -¡un capuchinoo! Y vio que no pasaba nada.
Desde ese momento, se rompió el invisible
velo que la atenazaba y ya nadie más le puso contrariar. Supo decir que no, o
decidir lo que más le convenía. ¡Cousas da vida! (que dicen en Galicia).
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real el 3 de agosto de 2013).
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real el 3 de agosto de 2013).
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