20130804

La diferencia


Miró Sara por la ventana y vio como pasaba la gente por la calle. Llovía débilmente y los adoquines brillaban con el agua caída. La tarde se estaba poniendo rara. Tocaron las campanas y ni se detuvo a pensar para qué las tañían. No tenía ganas de salir y sin embargó lo iba a hacer. Como siempre, se  amargaba pensando en que todo el mundo la manipulaba, y concluía siempre en que era ella la culpable, por no tener valor para decir no.
Contaba su madre, y era la que mejor se pronunciaba sobre su hija, con entera sinceridad, que la niña nació buena, extraordinariamente buena, fuera de lo común. Así, desde muy chica, no le gustaban las peleas, las discusiones airadas ni los enfrentamientos. Cuando se vio alguna vez en el trance de decidir si hacía o no lo que le proponían, siempre decía: -lo que vosotros queráis, me da lo mismo. Y no era así. Como a todo el mundo, siempre se le ponía en el compromiso, como a todos, en hacer o no hacer alguna cosa que podía estar de acuerdo con sus intereses o no y pese a ello, para evitar conflictos, se avenía a transigir. Por eso, en los juegos infantiles, en las decisiones familiares, prácticamente salía siempre perdiendo. Bueno, le dolía, pero se guardaba su fastidio y se allanaba a lo que fuera. Era una chica buena, pero a los efectos prácticos algo tonta. Pero nos equivoquéis, la chica era muy inteligente, pero lo suyo era un exceso de sensibilidad, harto exceso. Aquella tarde bastó que le dijera su madre -¿me acompañas a comprar? y, sin mas, pese a su disgusto, dijo: -si mamá.
No mucho después, cuando tenía cumplido l6 años, se ofreció el hermano de su amiga, Charly, con los que estaba pasando unos días en su casa del campo, cuando ya vivía en Madrid, para llevarla en la bici, sentada en el cuadro, delante de él, rodeada por sus brazos y con sus caras rozándose. No le pareció bien, no porque no le gustara, sino porque temía que les llamaran la atención, pero le dijo que si. Y, la verdad, cuando iban en marcha, le pareció corto el camino…fue una buena sensación que no olvidaría nunca. Como no olvidó cuando sus amigas de la pandilla, en la Facultad, le invitaron a un guateque. Le daba pánico la idea, y no sabía cómo decir que no quería ir, pero cuando le preguntaron, solo tuvo valor para decir: -buenoo.
Por la tarde, cogió el metro y cada uno de los chicos que veía le parecía que le estaban mirando. Y las chicas que se encontró en el camino, parecían decirle: -tú chica, ¿para que vas a esa fiesta, si eres un cazo?
La verdad es que no era un cazo, ni tonta, ni aburrida. Tenía mucha cultura, adquirida por su costumbre desde niña por leer todo lo que caía en sus manos, y era tambien guapa, con muy buen tipo y en confianza, muy simpática. Y ocurrente. Eso si, cuando perdía el miedo y cobraba algo de valor, podía salir de sus apuros, pero… siempre cediendo.
Compró en una tienda de ultramarinos una botella de ginebra, otra de granadina y dos de zumo de limón. Quería colaborar porque harían Cup.
Al llegar al piso de su amiga, donde se iba a hacer el guateque, le abrió Pilar, y le hizo muchas alegrías. No creían que fuera a venir, y… allí estaba, con su cara inocente, su sonrisa de buena persona y una bolsa cargada de bebidas. Pasó y empezó en poco tiempo la fiesta. Todos bailaban y cuando se acercó Luis, y le pidió bailar, pese a que sabía poco y le daba un apuro tremendo, con terror a hacer el ridículo, solo supo decir: -buenoo. Luis que era el mas lanzado de la pandilla, cargadillo de tres destornilladores (que como todo el mundo sabe es vodka con naranja o limón) empezó a deslizar la mano algo mas debajo de la cintura. A Sara le subió el riego sanguíneo hasta la punta de los pelos de la cabeza y roja como un tomate, no supo decir…no. Solo se salvó con el cese de la canción de los Righteous Brothers, Unchained Melody (Melodía desencadenada). Luego a Luis no hubo que pararle, estaba fuera de juego, sentado en una silla, poniendo los discos en el tocadiscos y con los ojos entornados con una buena cogorza.
Lo peor es que Luis debió comentar con alguno de la pandilla que le había tocado el culo a Sara y que no pasó nada. Alguno después quiso probar como resultaba el invento y Sara se salvó por la decisiva intervención de Pilar. Esto de no saber decir que no o de no enfrentarse a los demás, cuando no coinciden los intereses, es una cosa complicada que puede traer situaciones muy adversas.
Así fue viviendo Sara, cargando con los peores puestos de su trabajo, por no contrariar a nadie, perdiendo en todos los enfrentamientos que se le iban poniendo y, conforme pasaba el tiempo se le iba acumulando una especie de rebeldía contenida que no terminaba de salir. Hasta que un día, en una terraza en la plaza, junto con todas sus amigas, y sus respectivos novios o maridos, llegó el momento de pedirlas consumiciones al camarero. Por una extraña coincidencia, muy rara en el país, todo pidieron lo mismo: un café con leche. Le llegó el turno por último a Sara y después de quedarse bloqueada y pensativa levantando la voz soltó con decidida y clara voluntad: -¡un capuchinoo! Y vio que no pasaba nada.

Desde ese momento, se rompió el invisible velo que la atenazaba y ya nadie más le puso contrariar. Supo decir que no, o decidir lo que más le convenía. ¡Cousas da vida! (que dicen en Galicia).
(Publicado en el diario "La Tribuna de Ciudad Real el 3 de agosto de 2013).

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