20130811

Chardin

Mis manos ya no pueden pelar una manzana con facilidad, las veo y no reconozco aquellas manos que tuve hace años ya, cuando bajaba a la plaza a jugar con mis vecinos, corriendo, saltando y agarrándolos fuerte para no soltarlos, cuando el juego lo requería. Las mismas manos que agarraban las ramas del peral cuando subía en el huerto del  cura. Si, esas son las manos que tengo ahora, que aún siguen reteniendo la destreza para sujetar el pincel o el grafito, habiendo perdido firmeza y teniendo ganado con hartura certeza en el trazo, cada vez mas delicado, cada cuadro con luz plena.  Tengo que salir al campo. Si quieres Raoúl les puedo preguntar si puedes venir conmigo. Le diré a los de las caballerizas que cuando tengan que ir a por las provisiones que nos lleven, como la última vez. Una mañana entera es suficiente para los apuntes que preciso. Toda mi vida he dibujado y pintado con  detenimiento, viendo el resultado de cada trazo, de cada pincelada. Sabes Raoúl, mi padre fue un buen ebanista. Me admiraba cómo sacaba las formas de portentosos muebles de unas piezas de que antes eran troncos de árboles. Recuerdo a mi padre pasando la escofina por los bordes de la madera, viendo en cada pasada el relieve resultante, “es importante que no se pierda el sentido de la obra que haces por la premura o la prisa”- decía- y tenía razón.
Un cuadro debe captar el tiempo de una centésima de segundo; pararlo, y hacer que permanezca para toda la vida del cuadro, quizás siglos. Para eso es necesaria la calma y la tranquilidad, para atrapar la luz que es la que hace aparecer el color, las dimensiones  y la naturaleza propia del cuadro y, si sale bien, el que lo mire y se detenga a contemplarlo, se olvidará que es un cuadro y verá ese corto espacio de tiempo de un poco de la vida que ha quedado atrapada y ¡volverá a vivir la experiencia de ver lo que yo vi!
Raoul, tráete el carboncillo y papel, encontrarás muchos motivos para dibujar. Pero no esperes que yo te siga todo el rato, a los ochenta años poco se puede hacer con el cuerpo vencido y los músculos sin mas tensión que la precisa para moverse. Hubo un tiempo, Raoul, que llevaba yo mismo un pequeño coche  y uncía al caballo si ninguna ayuda, En L’Ouvre  tengo casi todo a mano. Buen favor hizo monsieur le Marquis  de Marigny, hermano como sabes de madame Pompadour, en conseguir de su majestad la cesión de la vivienda. La que es mi casa desde 1757. Tengo todo a mano, aunque me han de traer pinturas, aceite de lino y tierras desde el taller de un buen amigo. Es de agradecer la pensión de 500 libras que se me concedió. Sin embargo aun puedo vender alguno de mis cuadros. No es demasiado copiar alguno de los ya hechos; disfruto igual ejecutándolos; como mi padre disfrutaba haciendo el mismo mueble una y otra vez. Puedo hacerte un retrato dibujando, ya hice uno en 1737. ¿Te parecería bien Raoul? ¿Si? Acércame las gafas muchacho. Ponte en ese escritorio y coge el carboncillo y esa carpeta de allí.
-Maestro Chardin, lo haría con gusto pero no creo que sea una buena idea; recuerde que el médico le ha dicho que tiene que guardar reposo.
- Si, es cierto. Tiendo a olvidar los años y la salud. Pero sigo con las manos diestras y no hay que dejarlas ociosas… en fin, otro día.
-Jean Simeón, ¿te tomaste el jarabe?
- Si mujer, tomé el agua sucia…
Otro día maestro Chardin, Otro día.
Jean Baptiste Simeón Chardin, pareció no oírle… cogió la silla y se sentó frente a la ventana, La palilleria de plomo no impedía que entrara esa mañana un buen haz de luz que iluminaba la habitación. Los contornos de Raoul estaban bien definidos y, mientras oía cantar desde el jardín a un lúgano, cogió el grafito y fue lentamente haciendo el dibujo del retrato del muchacho. Él, al ver que el maestro se fijaba en su persona, se quedó quieto, pero no tanto como para parecer estático. Ya le había dicho el pintor que no debía moverse mucho pero moverse advirtiendo que esteba vivo. Con mano diestra, suavemente, fue deslizando el grafito por el lienzo y en momentos decisivos, hacía algo más de presión para marcar las sobras de la figura. Recordó las palabras que decía un día Voltaire: -Hay alguien tan inteligente que aprende de la experiencia de los demás. Y era verdad. Vio al maestro Boucher cómo encajaba un dibujo previo en un lienzo con trazo tan tenue que apenas se veía, eso ayudó para la limpieza de las pinceladas de óleo que vendían después. Y sin saber por qué le vino a la cabeza la revuelta del último invierno cuando se encareció el pan. Y se entristeció. Fue apareciendo poco a poco la figura de Raoul  y cuando ya lo tenía a punto para empezar a dar las primeras pinceladas de óleo dijo entre dientes: cuando termine este podría muy bien dar por concluida mi existencia. Soy mayor y lo que puedo conseguir ya es de escasa entidad y con sufrimiento, luego no me vería sorprendido si viniera la última hora. En ese momento, Raoul, se levantó de su asiento y se acercó a ver cómo iba su retrato y luego de detenerse un buen rato mirando como seguía repasando sus últimas pinceladas con las que remataba la manga del traje, volviendo la cara sobre el pintor dijo: - Maestro, ¿no es acaso esta creación que vos hacéis una forma de divinidad? ¿Acaso no hacéis aparecer de la nada algo que antes no existía y es hermoso? Jean Baptiste le miró y le dijo: - Eso es lo que me tiene unido aún a la vida, mi facultad de crear una obra que luego llena de felicidad al que la disfruta. Todo lo demás esta ya cumplido, Mis obras aún no.

¡Jean Simeón tu jarabe!  Ya lo tomé Margarita, ya lo tomé…

(Publicado el 10 de agosto de 2013 en el diario "La Tribuna de Ciudad Real")

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