20140722

EIFERSUCHT (,celos)



Para María.C.Molina, agradecido.

El tío Bernard me dijo con mucho interés que fuera a su casa de Bad Reichenhall, cerca de Salzburgo, en julio de 1998. Tanteaba para ver si me sentía en casa allí, en su caserón del XVIII. El tío Bernard era mi segundo padre y no dudé ni un momento: cogí el Ford Anglia  su regalo que restauré, y a ventanilla abierta, hice tranquilo el viaje. Me encantaba ver los verdes campos en el mes de julio, cosa rara en Madrid. Mi vida por entonces, tuvo bastantes fracasos y más de una desgracia personal. En esa década murieron mis padres por lo que pasé a otra forma de vivir en la que hay que afrontar al mundo sin su protección. Estaba muy ilusionado por llegar. Sabía por el tío Bernard múltiples historias, vinculadas a aquella hermosa parte de Austria. De alguna manera era heredero de los fabuladores del Imperio Austro-húngaro. Llegué a Bad Reichenhall a las cinco de la tarde y subí por la estrecha carretera, oliendo a pino, que llegaba hasta su casa, disfrutando del momento y del Ford Anglia que  divertía conducirlo. Me recibieron, al pie de la escalera de piedra de la entrada, Kerstin y Luther, los encargados de llevar el mantenimiento de la casa y tenerla preparada para el tío Bernard. Me vieron subir con el coche desde la entrada del valle y bajaron a esperarme. Eran muy cariñosos conmigo.
Tomé un refrigerio preparado en la terraza y después quedé somnoliento en el viejo sofá de mimbre del tío, acariciado por la brisa de aquellas alturas. Cuando despabilé y quise leer, era tarde, y, sin cenar, me acosté en la enorme cama mullida del cuarto que prepararon para mí, en la última planta, desde donde se veía el gran valle.
A la mañana siguiente, como quería el tío, estuve viendo con detenimiento toda la casa. Siempre intrigaba, pero nunca había tenido la oportunidad de conocerla a fondo. Es una casa antigua llena de historia familiar, siempre con sorpresas; y tuve una en el desván. Había de todo, una cabra montesa disecada, sillones del siglo XIX desvencijados, esperando una restauración a fondo, una sillería auténtica y valiosa de Thonet, que estaba en muy buen estado;  y cuadros de gran calidad de la época romántica. Después de un rato metido entre todos aquellos trastos, muchos de ellos  valiosos, acabé abriendo un baúl iluminado por los rayos del sol que se manifestaba espectral por el polvillo en suspensión, y en el que no encontré ropa, sino cajas de cartón con estampados al agua. En ella, había de todo, contratos, facturas, compras, relación de venta de ganado, de grano, de fruta. No faltaba nada. Una de ellas, permenecía cerrada con cinta roja y sellada con lacre;  me intrigó. Llamé por teléfono al tío y le dije si la podía abrir. Se quedó en silencio un rato al otro lado de la línea. Al seguir insistiendo, luego, escuchando su respiración, dijo: -Ábrela. Se que harás buen uso de su contenido. Y colgó.
Me quedé pensativo un momento, cavilaba si podía ser algo delicado que pudiera herirle, pero recordando la decisión firme de su voz, cuando dijo, ábrela, rompí el sello de lacre y retiré la cinta. La abrí y allí había una carta, con el papel amarillo por la oxidación del tiempo, manchada de sangre, una condecoración: la Cruz de Hierro de la Gran Guerra del 14, un recorte de periódico, y un oficio del mariscal  Paul von Hindenburg. Cogí la carta, la desdoblé y leí:
Querida Maud Jenell:
Hoy es un día excelente, maravilloso. Me acaban de decir que el Mariscal francés  Foch, Erzberger, jefe de la delegación alemana, el de la marina británica, el Contralmirante Hope, Primer Lord del Mar y el almirante Wemyss, junto con otros delegados, han firmado el 11 de noviembre, en un vagón de tren, nº 2.419 D,  el Armisticio. La guerra sangrienta, ha terminado. No quiero pensar más en ello mi querida MJ, solo quiero pensar en ti. Que es empezar a vivir como antes, aunque se me haya olvidado casi todo lo que era esa vida feliz. Cuando llorabas, porque me venía, te persuadí de que estaría bien guardado con esta compañía. Imbécil de mí. Sabía que mentía, pero no sabía que me quedaría solo. Todos mis amigos se los llevó esta maldita guerra. Sabias que no podía evitar venir. ¡Cuánto te echo de menos MJ! Mi mundo, el que tengo conmigo, es para ti. Eres tú. Ahora no se si me seguirán gustando los fuegos artificiales de las fiestas de Salzburgo, que veíamos desde la terraza. Todas las explosiones me aterran. Pero no solo esta en mi cabeza toda esa mierda, también pienso en tus ojos, que asoman tu preciosa inteligencia, en tu voz, tus labios, MJ, y en tus piernas. Créeme, hace mucho que  no las veo; igual me da un patatús cuando las vea. Ya casi me daba cuando las veía asomar por la puerta del coche. Solo pensar en ti me recupero de esta debilidad tan grande que tengo. Comí agujas de pino para curar el escorbuto que me empezaba a roer las encías. Lo cierto es que me sujetó eso. Desde la terraza también veíamos las tormentas. ¡Cuánto me gustaban y que poco me gustan ahora! Supongo que recuperaré contigo todo aquello que nos apasionaba. El capitán me regaló, antes de morir por la gangrena, un libro de obras de Shakespeare, lo  escondía entre el forro de la casaca. Volveremos a ver teatro, que tanto te gustaba y que me contagiaste el entusiasmo por él. Pero sobre todo, pienso en abrazarte fuerte, en la encrucijada del camino a la montaña, donde me diste el primer abrazo y el primer beso. Maud te quiero con locura y solo pienso en el viaje hasta allí. Besos. Ray.
Me quedé pensando en aquella hermosa carta. El recorte de periódico tenía una foto del día del armisticio en las calles de Salzburgo. Una pareja de viandantes se besaban. El oficio del mariscal Hindenburg decía: Lamentamos comunicarles el heroico fallecimiento del Sargento Raymond Werner, caído en acción heroica por arma de fuego de un enloquecido combatiente búlgaro que, ignorando el armisticio, pretendía arrasar su batallón con una pieza de artillería. Le damos la Cruz de Hierro, máxima condecoración al valor, concedida, y sus pertenencias personales. Nuestras sentidas condolencias.
Ray murió el mismo día de la carta, luego de ver en la foto del periódico a Maud besándose con un joven en la Kapitelplatz. Luego, salvaba la vida de sus compañeros de pelotón y a su batallón, cuando estaban en retirada por la paz, acallando el cañón enemigo. Maud estuvo en la Kapitelplatz, con su primo alemán, recién llegado del frente occidental.

En el sobre, el tio Bernard anotó a lápiz: Eifersucht tötet liebt. Der Wert ist nur ein Akt der Verzweiflung. (Los celos matan al que ama. El valor es solo un acto de desesperación).
(Publicado en el periódico La Tribuna de Ciudad Real el 19 de julio de 2014)

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