20140716

LA CAJA DE LATA


Cuando salió Gregorio de la obra era ya las siete de la tarde. Momentos antes se oía en el tajo: – ¡Manolo! ¿Limpiaste la herramienta? Le dijo a su compañero –Si jodío, eres más pesao que las vacas lecheras. ¿No te dije hace un rato que me ponía con ello? Pues ya está. Mientras esto decía, Manolo se estaba lavando las manos en el bidón que tenían en la tercera planta, lleno de agua y Gregorio, se cambiaba en el rincón con los pantalones que llevaba para ir a la calle, con parches, pero limpios. Se miraba las manos, cuarteadas, con los dedos torcidos por la artrosis.  Luego bajaron juntos por la escalera, que aún no estaba terminada y saltaban de listón en listón para no escurrirse por donde luego debían poner los peldaños. – Manolo, ¿Cuándo nos dan esta semana la paga?, el sábado es fiesta. – Pues me dijo el jefe que nos la daría el viernes por la mañana, que iba al banco y traería los sobres. – Bueno está. Estamos a mitad del mes y ya estamos tiesos. Joder, esto es el cuento de nunca acabar, ¡Coño! – Anda y no te quejes, que otros no tiene ni esto. –Si, eso es verdad. Bueno hasta mañana Manolo. Así se despedía Gregorio momentos antes de coger la bicicleta vieja y con el hatillo donde llevaba vacía la tartera de la comida.
El trayecto de vuelta ya se lo conocía de memoria, cogió la Ronda, y al llegar hasta el parque, se metió por el camino de las viviendas anejas y así acortó para salir a la carretera de Puertollano. Terminado el trayecto del parque, se cambió hacia el lado derecho de la carretera y siguió su camino de vuelta a su casa.
No muy lejos de allí, en el garaje de la Comisaría, Isidro, el guardia de asalto, se estaba enfundando las botas altas de cuero que había lustrado su mujer, Antonia, y terminaba de vestirse para hacer el servicio de tarde. El turno le tocaba a él a las siete. Terminado el tramite, cogió las alforjas de cuero y se dirigió a la moto DKW, con la que hacia el servicio. - ¡Cabo! ¿Tiene alguna cosa para mí? Me voy al servicio. – No. No nada, ves con Dios. Le contestó Lorenzo el cabo. Dicho esto, arrancó la moto y salió con tranquilidad  para coger, un poco después, la Ronda de Calatrava y seguir por la de Granada, Cisneros y llegar hasta el Garaje Ford donde le echó gasolina a la moto, y le firmaron el vale. Miró hacia delante, respiró profundo y dijo: - ¡El mundo es tuyo Isidro! Se montó en la moto y llamado la atención en los pocos viandantes que había con las explosiones del tubo de escape, se fue hacia la carretera de Puertollano. Al llegar al acceso al Parque Gasset desde las Casas baratas, vio circular a un muchacho en bicicleta y al llegar junto a él, le echo el alto. Pararon los dos y aparcando la moto con la patilla, llegó hasta el chico y le espetó – A ver, ¡la chapa del Ayuntamiento! El muchacho, en puro nervio, contestó: - No la llevo. Mi padre la iba a comprar mañana. El guardia, sacó del bolsillo el talón de las multas y le puso una de 25 pesetas. Que como todo el mundo de alguna edad sabe, en aquel año, 1955, era una pasta. –Jodeee - Dijo el chico desesperado. - Mi padre me va a dar una somanta de palos. He cogido la bici sin su permiso. – Bueno, - dijo Isidro, estirando el cuello y tomando una postura de superioridad- No te sanciono por ello, ni te voy a hacer atestado por hurto de la bici. Por esta vez pase, pero la multa de 25 pesetas no te la quita... ni que viniera el mismo Molovny con el balón debajo del brazo. (Se refería, claro está, a Molowny el delantero goleador del Real Madrid). – Anda chico, tira para adelante y no se te ocurra circular sin la licencia.
Después de eso, el guardia siguió su camino por la carretera y, sin mucha prisa se adentro en La Poblachuela. Al llegar a la altura de la huerta de Chamorro, vio en la cuneta una caja de lata de carne de membrillo, de las de Puente Genil, con las ilustraciones muy borrosas por el oxido y las abolladuras; en un estado muy malo. Paró la moto se acerco con ella hasta el borde de la carretera y después de mirarla un rato, dijo- ¡Bah! Una mierda de la lata. ¡Que la limpien los de Obras Públicas! Siguió su camino.
Unos minutos después pasaba por allí Gregorio el oficial segunda albañil, al que me refería antes, pedaleando cansinamente, tanto por el enorme cansancio que llevaba a sus costillas después de haber trabajado como un burro de carga todo el día, como por la bicicleta, que tenía todo oxidado, los radios estaban desajustados e iba rozando la rueda trasera con la horquilla, lo que le frenaba constantemente; pero él, no estaba para arreglos, sino para llegar a su casa enseguida. Al pasar por el tramo de cuneta en el que estaba la caja de lata, se quedó mirando y dejando de pedalear, la bici se fue parando por a poco hasta quedar al lado del hallazgo. Dejó la bici, se acercó y la cogió. Vio que pesaba algo más que una lata vacía y la intentó abrir. Pero entre el oxido y las abolladuras, la jodía caja de lata no se dejaba mirar sus interiores, hasta que con una tirón fuerte del albañil, ¡se abrió de improviso! Unos papeles salieron volando. Cuando se fijó con detenimiento en ellos, se dio cuanta que aran billetes de mil pesetas. Los recogió todo alterado. Mirando para un lado y otro, por si había algún testigo del descubrimiento y, sin más, la metió en la bolsa del hatillo, junto a la tartera y, montando en la bici, salió como alma que lleva el diablo. Ya dije que iba cansino, pedaleando antes, pero ahora se le olvidó el cansancio y cualquier otra cosa que le limitara. Llegó a su casa en escasamente diez minutos. Dejó la bici en la cuadra, junto al borrico, se metió en la casa y cuando le preguntó Eloisa, su mujer, que le pasaba, lo más que dijo, antes de meterse a solas en su cuarto, fue: –Cosas mías.
Al contar el dinero, comprobó que había 500.000 pesetas. Las guardó, sin decirle nada a nadie y fue gastando el dinero de poco en poco e ingresando en la cartilla alguna cantidad todos los meses. Se compró un piso en la capital, una moto Guzzi, para ir a trabajar y les dio estudios a sus tres hijos, sin más problemas. Muchos años mas tarde, uno de sus hijos, que era ya funcionario municipal, le dijo un día: - papa, ¿de donde sacaste tú el dinero para darnos estudios y compra la casa?- Gregorio, se le quedó mirando, con su cara de jubilado, lleno de canas y lustroso por el descanso y le espetó: - Naa… una lata. No quieras saberlo… ya te digo… una lata… Y así quedó
(Publicado en el periódico "La Tribuna de Ciudad Real" el 12 de julio de 2014)

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