20150615

EL AMIGO DE ALBERTE

Alberte Quiroga Nogueira, hijo de Brandán, editor que hizo alguna fortuna durante años y de Carmiña, profesora de primaria, era profesor de Literatura, natural y vecino de Santiago y habitual durante años, en verano, en la playa de Samil en Vigo. Lo que se dice un hombre como tantos. Llegó un momento en que se sintió cansado. Cansado de trabajar sin gran satisfacción; eso lo dijo a Benxamin, confidente y amigo de la infancia; cansado de frustraciones que se le habían acumulado en los últimos años; como su empresa editorial por la asfixia financiera, pese al tiempo que el banco hizo negocio con él; de seguir intentando mejorar la cosas con su militancia política, y cansado de tanta frustración con sus relaciones personales en general. Él, que vivía solo, limitaba su actividad atendiendo a sus dos hijos cuando éstos reparaban en su padre, y a sus aficiones favoritas. Por eso, rompiendo sus hábitos, un buen día, estando paseando por las calles de Santiago y pensando como siempre sobre su vida, se paró, miró a los soportales de la Rúa do Vilar por donde pasaba, como si mirara al mar;  sin ser consciente donde estaba y abstraído con el fluir de sus pensamientos. Así estuvo mirando con los ojos inertes, hasta que le vino a la cabeza una imagen: La plaza de la Ciudad Vieja de Praga. Le parecía ver la Iglesia de Nuestra señora frente al Tyn. Solía ver la exposición del pintor decorativo Alfons Mucha.  Era Alberte muy aficionado a la cartelería de los pintores del siglo XIX y principio del XX.  Le gustaba la escultura del monumento de Jan Hus, con sus figuras tumbadas y las que levantaban los documentos que fueron la prueba de la reforma protestante que él defendió. Alberte recordó las anotaciones para sus escritos con todo cuanto veía: las tenía  en cuenta cuando escribía. Se acordó de las cervezas que se tomaba en la cervecería Kolkovna. Cuando llegaba a sus puertas verdes, le gustaba pararse para recordar sus días con su amiga Mirka, la hija del profesor Janik Svoboda; que trabajaba en París, terminaban siempre allí a tomar cervezas y hablar. Echaba de menos sus conversaciones sobre música de lo que Mirka era una experta… Estaba pensando en estas cosas, cuando volvió a su realidad, allí en los soportales de la Rúa do Vilar. Siguió paseando y, un poco más tarde, se le vio pasar a un establecimiento de loterías. Echó a la Primitiva y a Euromillones, que fue la que le dio la fortuna la semana siguiente. Con una cuenta corriente llena de dinero, rompiendo las costuras de su capacidad de gasto, que era bien corta por su costumbre de ahorrar, decidió cerrar con llave su piso en Santiago y largarse a Praga. Pronto descubrió que no hay cosa más evidente que la condición de un nuevo rico. Debía ser por la cara que debía poner, ausente de preocupación por el precio, o la ropa de excelente calidad de la que se había aficionado pronto, que deslumbraba con su lustre y prestancia. El caso es que comprobó igualmente que el trato que se le daba era muy otro del de antes de su fortuna. No era ni mejor, que era lo que cabria esperar según él, ni peor, porque llegó a la conclusión de que era consecuencia de la educación, que nunca le faltó, no, era  solo distinto. En los aeropuertos que paró disfrutaba de su nueva aventura: la vuelta a Praga.
Miró más de una vez a sus billetes de avión y la reserva del Hotel. Estudiaba de manera intensiva con un librico que compró para aprender checo en lenguaje coloquial que le hacía parecer un opositor rezando en la cafetería del Aeropuerto Internacional de Santiago, antes Lavacolla, o en el de Barajas en Madrid.  Llevaba bien prieta la cartera de piel, con un buen fajo de papeles con la información de los pisos que había visto en las inmobiliarias de Praga. Tres días más tarde estaba pasando el umbral de uno de ellos: una buhardilla en la calle Nerudova, cerca de la Iglesia de san Nicolás. Otros tres días más y ya tenía todos los servicios que le hacía falta, entre ellos, internet. Para tranquilidad de sus hijos todos los días, a la caída de la tarde, hablaba con ellos con el Skipe y veía sus caras, dato fundamental para saber si estaban bien o no; y al séptimo día, después de cenar en el centro, se recogió en su piso y tras ver unas películas se quedó dormido en el sofá. Eran las dos y media de la madrugada cuando se despertó con un ruido que venía de la cocina. Fue a ver que era y no vio nada, creyó que había dado un golpe la puerta del armario bajo, donde guardaba las cosas de la limpieza, posiblemente por el aire. ¿Por el aire? ¿Qué aire? Estaban todas las ventanas cerradas. Pero... ¿de donde salían las rachas de aire frío que venían de vez en cuando? Que cosa mas rara, pensó. Con el cansancio que tenía, bebió un vaso de agua y se fue a la cama. Le costó desvestirse, se enredaba con la ropa una y otra vez. Pensó que estaba demasiado dormido y no acertaba. Cuando se vio tumbado y arropado en la cama, respiró profundamente y apagó la luz. Nunca debió hacerlo. Un ruido chirriante, penetrante empezó a oír cada vez más fuerte: ¡Chirrrisss! ¡chirrrisss! chirrrisss, chirrrisss… Se incorporó súbitamente y encendió la luz. No había nada. Sin embargo un golpe de aire helado le dio en la cara. Tan fuerte que le torció tanto el cuello que le dolió mucho el golpe. Sin pensarlo mucho, y sin saber porqué, dio un grito fuerte diciendo: - ¡Quien esta ahí! Al momento el aire desapareció. El piso volvió al silencio de la noche y parecía tranquilo. Una hora después, cuando se le pasó el susto, y por el cansancio, se durmió.
El martes siguiente al incidente nocturno, a las cinco de la mañana, volvió a ocurrir lo mismo, el ruido chirriante, el golpe de aire helado en la cara, torciéndole el cuello y el abandono de aquella fuerza y aire frío cuando él dio una voz preguntando lo mismo que la otra vez:- ¡Quién esta ahí! No sabía que estaba ocurriendo, intuía que podía ser un espíritu que le estaba asustando por alguna causa, pero lo cierto es que no podía asegurar, no sabía, qué pudiera ser y porqué ocurría. Su capacidad de aguante se estaba mermando y no estaba tranquilo, por lo que no podía descansar lo necesario. Alberte seguía con su vida habitual, con sus hábitos recién adquiridos: ir al centro, desayunar en la Kavàrna Slavia (Cafetería Slavia) donde leía los periódicos con el portátil, y luego visitar alguno de los museos o palacios de la ciudad o, simplemente, conocer su variada arquitectura. Empezaba a habituarse a los sucesos nocturnos, cuando un domingo que se acostó más tarde, después de haber quedado y cenado con su amiga Mirka en el centro, a las cuatro de la mañana, volvió a ocurrir lo mismo de otras veces pero esta vez mucho más fuerte. Llegó el momento en el que él, entre asustado y cabreado dijo, esta vez mucho más fuerte: ¡QUIÉN ESTA AHIIII!? Una voz conocida, pero con debilidad en su tono, le contestó: -Soy Bieto, tu compañero del trabajo, quiero que me devuelvas el dinero que te presté, trece mil pesetas, y que no se si es que no te acuerdas o que te haces el loco y, pese a que tienes dinero, no lo quieres devolver. ¡Devuélvemelo! – ¡Cojones Bieto! ¿Y para eso te has venido hasta Praga? cuando ni siquiera te lo puedo devolver, porque, no se si te has dado cuenta, pero… ¡estas muerto, joder! ¿Cómo quieres que te lo devuelva? – Pues… en misas… para que tenga mejor suerte, ¡en misas! – Joder Bieto, sabía que eras un meapilas, pero llegar e esto…tiene mérito.

 Alberte, lo gastó en misas y Bieto no le volvió a molestar. 
(Publicado el diario La Tribuna de Ciudad Real el 13 de junio de 2015)

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