20060606

EL MISTERIO DEL MINISTERIO

Como un reguero de hormigas laboriosas, nada mas apuntar las primeras horas del día todos sus ocupantes empiezan a acudir. Primero, los que, casi seguro, se van los últimos: los que lo guardan.
Después los que mantienen su intendencia.
Rituales, de una obediente liturgia, todos los funcionarios se acercan al reloj electrónico para pasar la tarjeta, él se lo agradece con un gritito, que parece, tanto lamento, como alegría. Entre tanto humano circulante, los espíritus de otros que, no es que se jubilaron, sino que se fueron al otro mundo. Aquellos, que quedaron trabados por el trabajo para toda la eternidad, enfrían las paredes con su aliento. Silencios de solemnidades arraigadas en los pasillos, que no llegaron de protocolos humanos, sino del silencio vacío que arrastran las invisibles presencias de otro tiempo.
Quedaron sujetas en cofres antiguos, donde aún quedan los apretados proyectos, preñados de inútiles e incomprensibles planos, que el transcurso de la historia reciente los desacomodó de su antigua realidad. O en el entorno de unas mesas, con su columna vertebral quebrantada por el peso de los años, olvidadas hoy, enmedio de los pasillos, por sus titulares, que estuvieron más atentos a su vanidad. Esos mismos a los que ya se les murió el cargo hace mucho tiempo miran desde su escondida invisibilidad; viejos muebles manchados por el polvo, retenido por cientos de manos. Preciosos sillones y mesas, envejecidos por el abandono y el despego.
Bajando por las escaleras, cuyo frío natural marmóreo es alimentado por las pisadas de los ausentes, vuelve uno a la naturaleza, comprendiendo la dureza de lo temporal.
Sin embargo, como obedeciendo a una asumida obligación natural, con la laboriosidad de las hormigas, la sala de máquinas del Ejecutivo, en uno de sus Departamentos, marcha sin parar ni un momento, saliendo al paso de lo que se va presentando, evitando que la comunidad pierda del todo la cabeza. Con el impulso también de los ausentes, sin saberlo.
Apenas calentado por un café con churros, ya me están susurrando ellos las advertencias de mi corto paso, como el de todos, por el Ministerio: me dicen que cien años que estuviera, parecerían dos segundos. Tan rápido, como la eyaculación de un puesto brillante, tras el cese.

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