20090624

CORDETAS

(Cordeleros de Jávea. Joaquin Sorolla)

El esparto tiene dura fibra, si se trabaja bien. Tanto si es simplemente machacado como si lo es cocido. En los rastrojos del estío, donde la Mancha se hace infinita de ocres y amarillos dorados en los que el sol se entrega con luz deslumbradora a la caída del sol, en las tardes de agosto, los rastros de cordetas abandonadas descubrían antaño las rutas de la siega. Labores ya abandonadas por la mecanización, como se abandonaron los caminos y sendas para ir sentados en un sillón, con el fresco puesto, atravesando llanuras inmensas como si un sueño fuese. A veces traigo a la memoria la imagen de aquellas cordetas como instrumento natural que nos ataba a la antigua condición humana de estar íntimamente unido a la naturaleza. Imagen de un trenzado de amarillo verdoso que abrochaba la propia de los serones cargados de hortalizas, de las aguaderas de cántaros cargados de agua fresca recién sacada de las profundidades de la tierra y de aquellas otras que marcaron la huella indeleble de los contornos del queso manchego, el más recio y sutil de los quesos, el que introduce la mejor ingestión, como la batuta lo hace con el concierto. Capaz de encubrir un mal vino si es menester, y dar este con queso. No así de los consistentes caldos de las antiguas uvas, cultivadas al secano, maravilla de los vinos que en el mundo han sido.

La atocha del esparto será siempre la fiel referencia del aprovechamiento inmemorial de las llanuras altas de la Mancha, y seguirá atando firmemente las buenas ocurrencias de un manchego perdido entre tanto erial. Los únicos capaces de hacer una magistral obra de arte con la nada. Q.Ko.


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