20090920

LOS CIEGOS DE BRUEGHEL


En Nápoles, (Italia), en las Galerías Nacionales de Capodimonte, hay un cuadro de Pieter Bruehel con el título de “Parábola de los Ciegos”. Hace mención al pasaje bíblico que decía del mal conductor que puede ser un ciego, o del que no quiere ver, como se decía de los fariseos. Brueghel fue uno de los pintores más importantes del siglo XVI, y entre los flamencos a la par con El Bosco. Como hiciera años después Rubens, su formación en Italia le dio pericia en pintar y la composición propia de los maestros del renacimiento. La técnica italiana y el color flamenco hicieron todo en él, de por sí muy expresivo y sensible. En mis frecuentes visitas al Museo del Prado de Madrid, cuando yo apenas era unos ojos dispuestos a archivar toda imagen que se pusiera a la vista; apenas unas manos torpes que movían el lápiz con tanta falta de pericia como desesperación por no conseguir más, vi el tremendo cuadro de Pieter Brueghel “El Triunfo de la Muerte”; tuve una sensación plural: por un lado, parecía que estaba ante un cómic trágico que describía la impotencia del ser humano ante la inexorable voluntad de la muerte que se lleva a todo aquel en el que fija sus ojos. Por otro lado, se veía la maestría de un experto del color y dibujo llevando hasta lo más profundo del corazón la angustia del fenómeno natural de desaparecer: como un rapto, como un acto violento, como la expresión de la inutilidad del ser humano ante su inexorable llamada. Los trazos de Brueghel están hechos con pincel, pero tienen la naturaleza de los de un lápiz, de un carboncillo. Más que pintar lo que hacía era dibujar con el color. Sus cuadros están basados en apuntes hechos entre las fiestas populares entre las manifestaciones del pueblo. Entre la naturaleza, como los grandes pintores italianos, trascendiendo su oficio en pericia para hacer composiciones de gran movimiento y expresividad, llega al espectador con gran sentido dramático. En el primer cuadro de Brueghel que citaba, el de “La Parábola de los Ciegos” se ve con gran nitidez esto que digo. Las sombras de los paños de la ropa, de los pobres ciegos, las oquedades de los ojos, las cataratas negras en otros, las rojas barbas de uno de ellos, son líneas paralelas, de diverso grosor de color que dan una gran fuerza a la composición. Van Gogh haría lo mismo más tarde. El color está traído con la certera aplicación del que tiene en sus ojos toda la luz que ha visto en su vida y la retuvo como un tesoro. Los escorzos de los ciegos cayendo son un espléndido estudio de composición y movimiento. Asombra la capacidad del pintor de retener en su retina la imagen instantánea de un cuerpo y reproducirlo con exactitud sin que hubiesen conocido la fotografía. Es de suponer que atesoraba la memoria intensa que hace suspender esa imagen, antes del olvido, el tiempo suficiente para elaborar los trazos del escorzo, del boceto previo. En el cuadro la expresión cobra toda su intensidad y fuerza: Ante una naturaleza que los contempla en silencio, la estéril y estúpida imagen de los que sin hacer caso de la razón, del sentido común, de su propio interés; animados solo por una patética solidaridad de los comunes que creen que la debilidad de todos puede ser alguna vez virtud, caen los ciegos confiados en quien les guía: otro ciego.
La mirada de Brueghel sobre el pueblo es dura, analítica, fría y claramente compasiva sin embargo. Su ternura no esta lejos del análisis previo en el que muestra toda la certera realidad, de la humanidad más cercana. Vistas luego sus obras, grandes y maestras, no dejan de ser el testimonio de uno que vio lo que era la vida y la pintó. Hoy, en la vida, en la sociedad, en el discurrir de cada intante, sigue ocurriendo lo mismo, ciegos que conducen a otros hasta el abismo. Hasta los que se identifican como líderes no les falta esa misma cualidad, ceguera funcional.

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