20131230

La luciérnaga de invierno



Una noche de invierno, fría, con llovizna helada que traía el viento, mojando todo, los árboles, la calzada de la gran avenida, la gabardina raída del viejo secretario de la Cooperativa… Leopoldo se llamaba, y estaba empapándole hasta los huesos, de manera que sin poder pensar en otra cosa, iba obsesionado por  el acta de la junta reciente que se la habían pedido con urgencia. Sabía que si fallaba en eso tenía el despido sobre la mesa. Estaba deseando el presidente adjunto verle un fallo, para echarle y colocar a su cuñado. –Debí hacer caso de  Sonia (pensaba); me dijo que tenía todas las notas de la reunión en taquigrafía y que, si quería, podría hacerla en un momento.
Las campanas del Ayuntamiento estaban dando las ocho y las de la parroquia tañían para la misa. Solo unas cuantas viejas y algún viejo, se acercaban por la calle de los Cuchilleros para cumplir con sus costumbres. Un perro, que debió tener pariente, no se si de pointer o de setter, pero que los tuvo de chucho, merodeaba buscando algo que comer para disimular  los huesos que ya  le empezaban a apuntar. Con la séptima campanada, aceleró el paso el secretario, empujado por el tiempo que le acuciaba y, entrando en el portal de la oficina, sacó la gran llave helada que tenía en el bolsillo que introdujo en la puerta. Al momento de dar la vuelta a la llave, sonó un chasquido que no identificó con el habitual de la cerradura al mover la corredera y abrirse. Fue como el chispazo de un choque de piedras, como un pequeño relámpago y, al momento, se apagó la luz de la casa. Una densa oscuridad  instantánea llenó todo. - ¡Ya han saltado los plomos otra vez, me cag...! dijo con evidente malhumor. Levantó instintivamente las manos y memorizando fue a buscar la pared derecha del vestíbulo de la oficina. Tanteando avanzó  por ella hasta el cajetin de los plomos y sacando la tapa de cerámica, comprobó que estaban intactos. Los volvió a colocar en su sitio. Tropezó con la silla que había cerca de la puerta de entrada del despacho de Dirección. Un golpe seco en la espinilla izquierda le hizo lanzar un quejido sofocado. – ¡La madre que le pa!.. Y con la respiración agitada, esperó a que se aliviara el dolor. Entró en Dirección y, siempre tanteando por la pared llegó hasta el de Secretaría; su despacho. - ¡Qué raro que haya tanta oscuridad…debería verse algo por las ventanas...! Pero por las ventanas no entraba la menor luz. Debía ser un apagón general. Y en noche sin Luna… Apenas llegaba el sonido de la lluvia cayendo sobre la ciudad. Descansó un momento y le dio por pensar que iba a hacer ahora sin luz. Los nervios se le desataron, lo que no fue difícil, él era bastante nervioso… y la sien parecía que le iba a estallar. – Vamos a ver (se dijo) tengo que buscar una vela o una palmatoria. Posiblemente en el pequeño almacén del rincón pueda haber alguna. Pero antes hay que coger las cerillas. Recuerdo que vi una caja en el cajón del despacho de la auxiliar de Dirección. Fue hasta allí a tientas y con el tacto intentó localizar las cerillas. No había. Debió dejar los cajones todos revueltos pero…ni rastro de ellas. Se sentó en el sillón de Sonia y pensó, pensó y pensó. Nada no se le ocurría nada que fuera una solución y se fue hundiendo poco a poco en la desesperación. -¡El teléfono! Dijo y de un salto se fue hasta él, en la pared. Al tantear se le cayó el auricular que tuvo que recuperar tirando del cordón. Se lo puso al oído y,  aunque le dio varias veces al interruptor de llamada, no daba el tono. No había línea. Volvió al sillón y se hundió en él haciendo escurrir sus posaderas por el asiento hasta quedar colgando de los brazos. Derrotado. -Debí hacer el acta ayer (pensaba…)… o mejor… debí dedicarme a otro trabajo… o mejor aún debí dedicarme al teatro, que era lo que siempre quise hacer… ¡Ojalá pudiera invertir el tiempo y volver a mi juventud!, eso si con algo mas de valor para enfrentarme a mi padre y a la vida con decisión…

Estaba en estas cavilaciones cuando le pareció ver una pequeña luz que venía del pasillo. Se iba haciendo mas intensa poco a poco, vio un pequeño destello que se movía detrás por el cristal esmerilado de la puerta que estaba a medio abrir y de pronto apareció ante él una pequeña luz brillante, muy brillante, de un verde claro metálico que se movía hacia él. Quedó sobrecogido. No podía ser. – ¡Una vagalume! Así la llamaba su abuela gallega, cuando le contaba cuentos. Era una luciérnaga mucho mayor de las que había visto en sus veranos en la sierra, junto a la acequia real. De su barriguilla salía una luz muy intensa que iluminaba un pequeño círculo de apenas un metro de radio. Se quedó parada, suspendida en el aire, con el pequeño zumbido de sus alas acompañando a su aparición portentosa. – Pero ¡cómo es posible que en pleno invierno haya una luciérnaga volando con el frío que hace!.. Pensó. El esperaba que el insecto tomara alguna iniciativa y, después de un momento, en el que parecía que se había detenido el tiempo, la luciérnaga empezó a moverse en dirección hacia la mesa de Sonia, la siguió y cuando se detuvo a la altura del primer cajón, Leopoldo muy despacio lo abrió y vio con sorpresa que encima de una carpeta estaba el acta de la reunión, terminada, perfectamente redactada y sin omitir ninguno de los acuerdos que se habían tomado. Con su tenor literal. La cogió y acto seguido la luciérnaga se puso en movimiento.  La siguió y, cogiendo el abrigo y su bufanda de lana saló a la calle. Los siguientes minutos fueron los más inolvidables que recordara el secretario. Él por la calle a oscuras y siguiendo a una extraña luciérnaga que le alumbraba hasta su casa. Leopoldo me contó que, desde entonces, la vida para él tiene otro sentido, en que lo prodigioso está presente. Parece ser que esa luciérnaga se le  apareció más veces a lo largo de su vida y siempre para ayudarle cuando estaba en un apuro. Siempre al final del mes de diciembre, cuando todos los demás piensan en la Navidad. Dejó el trabajo en la Cooperativa y puso un bufete de abogado que compatibilizó con su colaboración en una compañía de teatro aficionado que adquirió un cierto prestigio en ámbito nacional.
(Publicado en "La Tribuna de Ciudad Real" el 28 de diciembre de 2013)

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