20141227

EL AJUSTE DE UN ECTOPLASMA



Se paró Simón García pensativo en el quicio de la puerta. Miró hacia dentro de su piso echando un último vistazo a sus cosas del salón donde tenía los papeles que había ordenado. Hizo memoria y, tras unos
momentos de reflexión, miró hacia arriba como si hiciera balance de todas sus consideraciones y dándose la vuelta cerró con la llave, dejando zanjada su despedida.
Llegó hasta el hospital, sin dejar antes de comprar el periódico como hacía a diario. Entró en Urgencias y en pocos minutos estaba metido en un box tumbado, mirando y reconociendo todas las formas geométricas del techo. Más allá, dos camas a la derecha, una señora que había confesado su procedencia de un pueblo de los Montes se quejaba con tan amargos lamentos como exagerados: no convencían y más parecía oficio de plañidera que producto de un atentico e inevitable sufrimiento.
Su hija, con voz tan fuerte como innecesaria se hacía hacer oír por toda la sala: -Mama, no se queje usté, que no es pa tanto… ni que la estuvieran matando… usté ha tenío cosas más fuertes en su vida… Por otro lado, a modo de coro, un abuelo se empeñaba en sacarse sus adentros cada vez que tosía y, como es natural, lo remataba con un ¡hay! que no era más que el punto final de cada golpe de tos. Instante después parecía festejarlo con una ventosidad. Así fue pasando la mañana con sus extracciones de sangre, interrogatorios sobre cómo le dio el dolor con cada uno de los médicos que fueron llegando y oyendo a las enfermeras sobre las cualidades y lo rico que esta el jamón.
Finalmente por la tarde, y en vista de sus dolencias lo pasaron a planta, donde le destinaron a una habitación donde estaba un paisano muy animoso; pasó las horas hasta que a le dieron el alta y se quedó solo.
Las vueltas que dio en la cama no le servían para gran cosa salvo para dar cuenta de todas las últimas cosas que le habían sucedido. Echó la vista atrás hasta el día en que su corazón le dijo: basta, y lo tuvieron que arreglar de alguna manera. Los disgustos de su trabajo, el hundimiento de su empresa, la ausencia de compañía, debió de ser la causa de estar en aquel cuarto, boca arriba, con un horroroso pijama, que más parecía uniforme carcelario, y haberse puesto en manos de gente extraña, muy profesional que se empeñaban en dar una explicación técnica sobre sus males que apenas acomodaban al lenguaje de la calle. Entró en turno una enfermera muy mal encarada que se permitió la licencia de estar en todo momento tratándole como si fuera un deficiente mental, eso sí, convencida estaba que lo hacía con todo su afecto maternal, pero el resultado era malo. Un operario retiró las monedas del aparato de recaudar para ver la televisión, y pensó, cosas de la experiencia de los años, que de aquel cepillo algún monaguillo podía estar haciendo una sisa.
Oyó por la noche como un hombre internado, agricultor, que ya se encargó él de decirlo más de una vez, le echaba la bronca a su mujer porque quería arroparle por la noche. Salieron las ostias a relucir, la familia y hasta las divinidades de las que el muy obtuso se fue acordando en sus ataques de ira, pero aun así se oía la voz tenue de su mujer que le recriminaba cariñosamente su comportamiento. Para su conformidad y a modo de invocación se le oyó decir: ¡Qué hombre este! Una mujer de edad que estaba al principio de la galería, Concha,-así la llamó una auxiliar-, se dedicaba a recorrer todas las habitaciones para enterarse de los males de cada uno y luego hacer el guiso en su cabeza y servirlo a la concurrencia, con algún saborcillo de intención.
Lo peor le vino algo después cuando subieron desde urgencias al abuelo que conoció allí. Volvió a su casa empeñado en que en el hospital no hacía nada, pues él creía tener un triste catarro, pero tuvo que volver con dolor fuerte en el pecho y con el volante del ingreso en cardiología.
Este buen hombre seguía con su costumbre de toser cuando le daban de beber y cuando comía, sacándose sus adentros como ya dije.
Simón fue llamado de improviso a la mañana siguiente a hacer una prueba de esfuerzo. Lo llevaron en silla de ruedas paseándole por todo el hospital enseñando su miseria, su horrendo pijama, la cara de circunstancias y de debilidad que no podía disimular. Unos le miraban con compasión, otros con curiosidad y otros, como entomólogo que mira a un insecto antes de pincharlo en su colección. No mejoró esto el ánimo de Simón, antes bien lo mermaba; aun así, no sé de donde, pero sacaba fuerzas para contestar con dignidad las preguntas que le hacían y aun para tomar a broma su situación. Cuando terminaba de hacer alguna acción resolutiva o terminaban los tratamientos se le oía decir en voz baja: -pis, pas.
Le pusieron a andar por ese extraño pasillo que se mueve y que no va a ninguna parte, con la advertencia de que si sentía dolor que avisara. No había llegado a dar la vuelta a una imaginaria manzana, cuando sintió un golpe en el pecho y calló sobre la cinta en movimiento retorciéndose por el empuje de ésta. Se lo llevaron para reanimar, pero fue baldío el esfuerzo. Sus días habían terminado.
Esa noche en la sala de cardiología, cuando acababan de dar las doce y los televisores se les fue misteriosamente el volumen, estaba de nuevo el agricultor echándole la bronca a su mujer, ella le intentaba calmar como siempre y le solicitaba si quería algo. Cando él soltó un feo insulto a la mujer, sonó un fuerte guantazo y la cara del agricultor se dobló y casi se desnuca. Cuando inició a decir: - ¡me caguen!.. Otro fuerte guantazo sonó, sin verse mano alguna que lo diera, y esta vez le dobló la cara hacia el otro lado. No volvió a rechistar en su vida.
A las dos de la madrugada fue la señora Concha le que al oído le dijeron con mucho sigilo: -es usted una jodía cotilla y se la van a llevar los demonios. ¡Corríjase! Media hora más tarde, el abuelo de las toses sintió oír: -prepárese abuelo que vamos a jugar al dominó y dejará de hacer guarrerías con las toses. Al día siguiente se lo encontraron muerto. Parece ser que una enfermera recibió un capón cuando estaba sola en el control y otra un beso cuando terminó su turno. Al punto se oyó en la galería: -Pis, pas.
(Publicado en el diario  La Tribuna de Ciudad Real el 20 de diciembre de 2014)

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