20141207

EL IMBORNAL



En una ciudad de la Mancha, cuyo nombre no es menester mencionar, paseaba por una calle adyacente a su plaza Mayor, Doloritas, una señora que venía de la misa de ocho de la Catedral. Iba abstraída en animada conversación por el móvil con su hermana Justa, viuda como ella, y con la que compartía a diario su agenda. Levantada la cabeza, recogido el bolso bajo el sobaco, y mirada perdida. Para ella, no existía la calle por la que andaba como una autómata, estaba más en rebatir los argumentos de Justa sobre la conveniencia de ir a visitar a su amiga del colegio, Edu (Eduvigis en realidad), discrepando por la  razón: que le había hecho un feo cuando acudieron a saludar al Obispo. Cometió  Edu el grave error de hacerse la graciosa a su costa, y claro, le sentó fatal.  Cuando más énfasis ponía en sus razones para no ir a verla, creyendo que lo más conveniente era esperar un tiempo para que Edu le pidiera perdón por su atropello,  de improviso, y cuando pasaba por el borde de le acera al lado de un imbornal, de éste salió una voz que con firmeza, voz grave, como si Morgan Freeman hablara, le dijo: - ¡Cuidado que eres bruja Doloritas! La voz del imbornal aumentada por la cavidad subterránea, como si de una gran tinaja fuera, hizo que diera un respingo que le hizo saltar hacia dentro de la acera, y gritar un ¡AAAAHHGG!; con la mala fortuna que al caer del salto se rompió un tacón de los zapatos que tanto le gustaban, unos Curapíes que compró, no se sabe bien cuando, y que eran de su gusto; eso hizo que el susto, el disgusto y la desgracia aún mas grande.  Los viandantes la miraron sorprendidos, tanto de su salto, como de su grito espeluznante y de la especie de baile con movimiento de caderas al romperse el tacón que no hubiera superado una bailarina egipcia; tratándose como era ella una señora, seria, con ropa seria, gorrito con lazo gris serio y a la que le habían caído ya bastantes años sobre sus espaldas, sin haber movido ni un músculo ni ejercicio desde que cumplió los cuarenta y nueve, convencida como estaba de que cumplir los cincuenta la convertía en una señora.
Ella interrogó a los que estaban a su lado: - Lo han oído ustedes eh, eh? Uno de ello tomó la palabra y educadamente le contestó: - ¿qué es lo que teníamos que haber oído señora? – Lo que me ha dicho alguien desde el imbornal, ¿no? ¿No lo han oído? – Señora yo no he oído nada ¿y vosotros? –dijo volviendo la cara hacia los que le acompañaban. Ellos negaron con la cabeza. – Pues se ha oído bien fuerte, vamos, pero bien fuerte. Bueno… ¡Está bien!
Nada más que llegar a su casa, le contó el susto a su hermana mientras se tomaba su Pipermint, con pelos y señales; Justa, la estuvo interrogando para enterarse de su historia con todo detalle. Lo que hizo, sin olvidar dato alguno, e incluso adornando con algunos más que se fue inventando, sin tener conciencia de que así lo hacía. Iba en su propia naturaleza, que le pedía algo más que una historia interesante.
 Al día siguiente no fue en la misma calle donde se dio el susto sino en la de la pescadería donde había ido a comprar un verdel para la comida. Al pasar por uno de sus imbornales, la misma voz que el día anterior le habló esta vez, y dijo: - ¡Doloritas, pedazo de bruja, como no te corrijas vas a ir al puto infierno! El salto en esta ocasión no tuvo malas consecuencias para los tacones de sus zapatos sino que al retroceder del brinco que dio, se topó con la farola nueva del Ayuntamiento que, nada más llegar hasta ella, se dio en la frente que había protegido con el antebrazo sin mucho éxito, y la hizo rebotar hasta el mismo borde de la acera donde estaba el imbornal. Al verse junto a la boca negra entre rejillas, le parecieron fauces dentadas y levantando las manos echó a correr gritando: -¡Socorro, aaaahgg!
Al llegar a su casa y contarle las nuevas a su hermana, tomando sus copitas de Pipermint que decía calmarle los nervios, ésta le convenció de ir a la Comisaría a denunciarlo. Estaban convencidas de que algún sinvergüenza del Ayuntamiento, que debía trabajar en el alcantarillado, la estaba acosando. Allí la escucharon con atención, eso si, abriendo mucho los ojos, mirándola como a enajenada y, después de redactar la denuncia, acordó y prometió el cabo que la atendió que preguntaría en el Ayuntamiento si en esas calles había operarios trabajando. Por la tarde llamó a las señoras y les aseguró que no había nadie en esas calles operando en el servicio y que además, en esos tramos, no cabía nadie en el alcantarillado pues su luz era muy pequeña. Quedaron las dos con  más frustración que disgusto. Doloritas por no encontrar castigo para el dueño de la voz y Justa porque lo que era una historia interesante se trocó en fantasía que necesitaba tratamiento.  Trató con mucha delicadeza de explicarle que a lo peor había tenido algunas alucinaciones, a lo que Doloritas reaccionó con mucho enfado: - ¿Yo loca?, ¿que estas diciendo? ¿Que estoy loca? ¡Vamos, vamos, vamos! No lo esperaba de ti, Justa. ¡Vamos! ¡Que decirle eso a tu hermana...! Te juro que lo oí como te estoy oyendo a ti, y salía del hueco maloliente del imbornal… Claro… (Empezó a hacer pucheros, restregándose los ojos con sumo cuidado para escenificar su dolida reacción) ya no puedo contar contigo…

Justa no se dio por vencida y con tiento, y algunos besos, finalmente la convenció de ir al médico. Esperaron a que finalizara la consulta para entrar a la visita y explicarle al galeno las historias que les traían en vilo. Don Julián, (que así se llamaba el médico) las abrasó con preguntas, con un tono que parecía muy trascendente y de gran importancia y que sin que lo advirtieran algunas de ellas fueron: ¿Toma medicinas? ¿Hace bien la digestión? ¿Tiene gases? Y finalmente: ¿bebe algo de alcohol? A lo que las dos al unísono respondieron: Si unas copitas de Pipermint que nos gusta mucho. ¿Cuántas? – Bueno…-dijo Justa. –Ella se toma tres al día, mañana tarde y noche. Muy pequeñas… ¿sabe? La verdad es que no eran tres, ni seis, sino algo más de la docena, puesto que si a ella le gustaba el Pipermint, a Doloritas, le volvía loca. Por eso tenía buenas chapetas en las mejillas y la nariz enrojecida, con sus venillas y todo. El Médico fue tajante - ¡Se acabó el Pipermint! ¡Señora, se esta usted intoxicando! (que era la forma culta de decirle que  se estaba alcoholizando y veía y oía alucinaciones). Salieron las dos del brazo cogidas y Doloritas con cara de haber cometido un grave crimen. No salió en varios meses de su casa y su desintoxicación fue curada con croquetas, que tanto le gustaban a Doloritas y que suplieron al Pipermint, con la consecuencia de ponerse como un tonel. Pero ya no volvieron a hablarle desde los imbornales.
(Publicado el 6 de diciembre de 2014 en el diario La Tribuna de Ciudad Real)

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