20141214

EL COCHE DE PEDALES



Oyó Lucía a su madre llegar a su cuarto. Abrió las contraventanas y le dijo: Lucía mi niña, levanta. Hoy tenemos muchas cosas que hacer, venga, vamos ,vamos, vamos, ¡que estás de vacaciones!.. Ella abrió los ojos y sacó las manos de detrás del embozo de su cama. Su pelo estaba revuelto y, sin embargo, su cara estaba preciosa como siempre y aún más graciosa con los ojos hinchados por el sueño. Traía Susana, su madre, el vestido de la niña que dejó encima de la silla y cogiéndola en brazos, dándole besos, se la llevó hasta el baño. Lavada, peinada y perfumada se sentó ella en la cocina para desayunar. - ¿Lucía, que le vas a pedir a los Reyes Magos? Dijo su madre sin mirarla, mientras atendía al cazo que calentaba la leche. Lucía se puso a mirar al techo pensativa. La luz de la ventana era intensa. El sol entraba con fuerza en la casa aquella mañana de diciembre en la que aun se veía en algunas casas salir el humo de las chimeneas con olor al azufrado humo del carbón. En Santiago de Compostela había hecho unos días una pausa y no llovía, atendía más a la niebla que llegaba desde las cuencas de los ríos empujada hacia abajo por la densidad del aire frío. En la radio, cantaba Lola Flores aquella canción en la que decía dar azuquita, canela y clavo a la pava. Lucía se despertó de su ensimismamiento y le dijo a su madre: -Mamá, ¿le has dado tu eso al pavo del corral? – ¿A qué te refieres nena? –Lo que dice esa señora de la canción: azuquita, canela y un clavo. – Ja ja ja, que chica ésta, que cosas se le ocurren… no rica no, solo maíz, y va que chuta.
Abrieron la puerta de la casa y madre e hija se fueron hacia el centro de la ciudad, a perderse por las estrechas ruas, haciendo sonar las suelas de sus zapatos sobre las húmedas piedras del viejo granito. Estuvieron dando vueltas y comprando todo los que precisaba para la comida y algunos dulces para después. Lucía se empeñaba en pegar las narices en los escaparates cuyas luces hacían salir los colores de cuantas cosas estaban a la venta.  Su madre se paró a hablar con una pareja de amigos, Marta, pariente suya, y José Juan compañero de trabajo y se distrajeron más de la cuenta, sin advertir que Lucía se escapaba por una de las calles cercanas. Cuando repararon en la niña la empezaron a buscar muy preocupados, angustiadas la madre y su amiga. Después que pasaron unos minutos, Marta la vio, como no, con la nariz pegada en un escaparate del que salía una luz especial. Era una juguetería en la que, desde allí, se veían extendidos por el suelo, como continuación de los que se veían desde la calle, cientos de juguetes;  de madera pintada de vivos colores: trenes, patines, marionetas articuladas, construcciones geométricas, animales con el rabo de cuerda de esparto, y muchos más. – ¡Lucía, pero chiquilla, cómo se te ocurre venir hasta aquí sin decir nada! ¡Tu madre esta muy preocupada! Lucía, parecía no escuchar nada, tenía la vista fija en uno de los juguetes más grandes, al que señalaba con el dedo y repetía con mucho interés: -Ese, ese, ese, ese lo quiero. Me lo pido, ¡ese me lo pido! –Pero Lucía rica ¡si eso es un coche de pedales que es para niños, no para una niña como tu! – No, no, no; es para niñas también y yo quiero uno. Se lo contó Marta a su madre y desde ese día, cada vez que salían de compras o de paseo, Lucía tiraba de la mano de su madre para ir a ver su coche de pedales. Verde, con las ruedas con un ribete blanco que le daba más fuerza a la goma, el asiento acolchado en tela negra y un volante metálico negro en el que Lucía soñaba poner sus manos a guiar.
Un día hubo una refriega con su primo Manuel: porque él también quería el coche de pedales y decía que lo había pedido antes que ella, que en modo alguno estaba dispuesta a reconocer. Lucía desde el día que vio el coche de pedales ya no tuvo descanso. Cogía las sillas pequeñas y les daba la vuelta para hacerse a la idea que era un coche de pedales, para eso cogía el plato de la maceta de la Planta del Dinero que movía a un lado y otro como si fuera un volante. La miraba su madre y llegó a hablar con su padre por si era posible que le echaran los Reyes Magos el coche de pedales. A su padre no le gustó mucho a idea y zanjo el asunto no muy bien: -¡Por Dios Susana! ¿Una niña jugando con un coche? ¿Pero te has vuelto loca? La niña tiene que jugar con cosas de niña, muñecas y cosas de esas. Además Susana, ¿tú sabes la pasta que cuesta el cochecito? ¡Nada menos que 450 Pesetas! Vamos... Que no estoy dispuesto a dar ese dineral por darle el capricho a la niña. Nos hace falta para cosas más importantes. Ves pensado otra cosa que le pueda gustar; ya le diremos que los Reyes no tenían el coche de pedales. ¿Vale? – Bueno. Pero no es ningun disparate, o si no, ¿Cómo es que te has enterado que cuesta eso? ¡Anda, dílo! ¿Tanteabas comprarselo, no?  - Yoo, no, me lo ha dicho mi hermano que fue a preguntar para Manuel.
Llegó el día de Reyes Magos, y cuando se levantó la niña para ver sus regalos, el coche no estaba. Había una muñeca, una cocinita con sus trastos en miniatura, un saltador con sonajeros en las empuñaduras y un muñeco de madera, con brazos y piernas abiertas como si fuera una doble pinza de colores, que, al ponerlo en una escalerita de madera, bajaba por ella dando vueltas cabeza abajo; caramelos, pinturas y cuentos. El coche de pedales, pero rojo, se lo echaron a su primo Manuel, que para eso su padre tenía el riñón bien cubierto.
No hace mucho, un día de Navidad que había caído un hermosa y copiosa nevada, paseaba Lucía con su marido por la Plaza Mayor de Madrid, donde vivían. Sus hijos se habían independizado y ellos vivian en un pequeño apartamento, un ático, en el barrio de Chamberí. Además de tomarse un chocolate en San Ginés, querían comprar algunas cosas para el pequeño Belén, antes de que vinieran sus hijos a cenar en Nochebuena.  Contaban, detrás de sus bufandas que les protegía de un intenso frío, los días de Reyes cuando eran chicos. Lucía contó su vieja historia del coche de pedales verde. - ¿Cuantas veces me lo has contado? Dijo el marido. – No se, unas cuantas. Que quieres que te diga, fue mi frustración de niña.

Llegó la Nochebuena y después de cenar fueron todos al cuarto de los padres donde encima de la cama estaban puestos los regalos. Alli había una enorme caja que estaba envuelta en un papel rojo. En él había un cartelito con el nombre de Lucía. Lo abrió y era un coche de pedales verde, como el que pidió de chica, pero hecho a escala mayor de manera que ella podía subirse y darle a los pedales. Lo había mandado hacer su marido y ella, como no, se subió y se dio unas vueltecitas por el apartamento.
(Publicado en el diario  La Tribuna de Ciudad Real el 13 de diciembre de 2014)

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